#42 - Hitler en su laberinto
La primera representación en el cine alemán de los últimos días del líder nazi.
PUBLICADO ORIGINALMENTE EL 30 DE JULIO DE 2022
Esta semana en Cinematófilos, el final de Adolf Hitler según Georg Wilhelm Pabst. Te recomiendo que descargues la película en tu PC para poder verla cuando quieras; si no sabés cómo hacerlo (es muy sencillo) podés revisar acá un tutorial al respecto.
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Para leer antes de ver la película
En el momento de su estreno, La caída (Der Untergang, 2004), de Oliver Hirschbiegel, disparó en su país una serie de discusiones y polémicas que pueden resumirse en una pregunta: ¿es posible representar a Adolf Hitler en el cine? La película fue un enorme éxito en todo el mundo, consiguió una nominación al Oscar, y para muchos espectadores y críticos se transformó de inmediato en el retrato de los últimos y aciagos días del líder nazi en su búnker, sobre el final de la Segunda Guerra Mundial. Pero esos mismos debates, más virulentos incluso, ya se habían dado en Alemania medio siglo antes, en una época mucho más caldeada, ante una película que se metía con el mismo tema. Se trata de la notable El último acto (Der letzte Akt, 1955), que dirigió Georg Wilhelm Pabst, uno de los grandes maestros del cine alemán. Vale la pena recorrer brevemente su gestación, su realización y sus repercusiones para entender por qué este gran film fue un fracaso comercial en su momento y permanece, aún hoy, injustamente olvidado.
“No escatimamos nada: Hitler muere por la taquilla”, tituló con ironía el semanario hamburgués Quick a comienzos de 1955, cuando El último acto estaba en pleno rodaje. La publicación da cuenta del clima hostil que existía en Alemania Oriental en esos años frente a la posibilidad de que la figura del dictador apareciera en pantalla. Un contexto muy diferente al de 2004. “La caída atrajo a casi 5 millones de espectadores en su país, principalmente de una generación que había recibido información sobre los crímenes de la dictadura nazi en la escuela y en los medios de comunicación”, sostiene Michael Töteberg en un capítulo del libro Hitler - Films from Germany: History, Cinema and Politics since 1945 (2012). “El público de El último acto, sin embargo, había sido testigo contemporáneo del Tercer Reich, un hecho que dotó a la película de una forma de explosividad radicalmente diferente, a la que los espectadores aún no estaban preparados para enfrentarse diez años después del colapso del régimen y del suicidio de Hitler. A pesar de los posibles méritos artísticos del film, es su desastre económico el que pone de manifiesto la mentalidad de la sociedad alemana de posguerra, una sociedad que utilizaba la represión como modo de supervivencia”, agrega.
El último acto no fue la primera película alemana en tratar los horrores de su pasado reciente. Ya recorrimos en este newsletter, por ejemplo, la obra de Wolfgang Staudte, el director que con más insistencia trató de analizar al nazismo y lo que quedaba de él en los agitados años 40 y 50. Pero esta película sí marcó la primera aparición de Hitler como personaje en pantalla en su país, un tema por demás irritante en esos años.
Hay que tener en cuenta el contexto. Las teorías que indicaban que el Führer había escapado y estaba vivo en algún lado (Argentina, España) eran más habituales que ahora, e incluso se publicaban con cierta frecuencia en algunos medios sensacionalistas. Varias películas ya habían representado al líder nazi, sobre todo en el cine estadounidense; el actor Bobby Watson, por ejemplo, lo interpretó una decena de veces a lo largo de su vida. Incluso ya se habían mostrado situaciones -dramatizadas hasta lo delirante- de los últimos días en el búnker en la épica soviética La caída de Berlín (Padenie Berlina, Mikheil Chiaureli, 1950). Pero para los alemanes era distinto: todo lo que habían visto de Hitler, que cuidaba celosamente su imagen pública, eran fotos y filmaciones oficiales; nunca una instantánea casual, tomada de imprevisto. Incluso sus imágenes “en la intimidad” estaban deliberadamente posadas y escenificadas. Una película como El último acto les permitiría espiar por primera vez esos momentos secretos del hombre que había manejado los destinos del país durante 12 años.
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Georg Wilhelm Pabst fue uno de los directores más importantes del cine alemán de la primera mitad del siglo pasado. Con películas como Misterios de un alma (Geheimnisse einer Seele, 1926), La caja de Pandora (Die Büchse der Pandora, 1929) y Diario de una perdida (Tagebuch einer Verlorenen, 1929), entre otras, se ubicó como uno de los líderes creativos del increíble cine mudo alemán de los años 20, a la par de realizadores de la talla de Friedrich Wilhelm Murnau y Fritz Lang. Su reputación se solidificó con sus primeras realizaciones sonoras, como Cuatro de infantería (Westfront 1918: Vier von der Infanterie, 1930) y La ópera de cuatro centavos (La Die 3 Groschen-Oper, 1931), que hoy integran el canon del cine alemán.
Pero a diferencia de Murnau y Lang, que emigraron a Estados Unidos, Pabst se quedó en Alemania durante en nazismo. No lo hizo por decisión propia sino por casualidad: estaba decidido a irse, pero cuando pasó a despedirse de su madre cayó enfermo, debió ser hospitalizado durante varias semanas y, con el inicio de la guerra, ya no pudo abandonar el país. En el período hizo un par de películas que, aunque tocaban temas históricos y no pueden considerarse propaganda del régimen, fueron elogiadas por el ministerio de Joseph Goebbels.
Luego de la guerra Pabst se quedó en Austria y formó una productora. La idea de hacer una película sobre los últimos días de Hitler surgió en 1948 por propuesta del estadounidense Michael Musmanno, que había presidido uno de los juicios de Nuremberg y compilado entrevistas con unos 200 testigos directos que luego formarían parte de su libro Ten Days to Die (1950). Pabst le encargó un primer borrador de la historia al periodista y escritor Léo Lania, un judío que se había exiliado en Estados Unidos y con quien ya había trabajado en La ópera de cuatro centavos.
Pero en esos años nadie en Alemania estaba dispuesto a financiar una película de este tipo. Recién cuatro años más tarde, en 1954, los productores austríacos Carl Szokoll y Ludwig Polsterer mostraron interés, en un intento por repetir el gran éxito que habían logrado con El último puente (Die letzte Brücke, Helmut Käutner, 1954), sobre una médica alemana (Maria Schell) que, al descubrir el horror nazi, decide colaborar con los partisanos yugoslavos. El escritor alemán Erich Maria Remarque, que había estado exiliado en Estados Unidos, se hizo cargo del guión, lo que sumó al clima hostil contra la película. Su novela Im Westen nichts Neues (1929), sobre los padecimientos de los soldados alemanes en la Primera Guerra, había generado mucha polémica, que recrudeció cuando fue adaptada al cine en Hollywood como Sin novedad en el frente (All Quiet on the Western Front, 1930), dirigida por Lewis Milestone. Tanto el libro como el film habían sido prohibidos por el nazismo.
Pabst pensó en un principio en ofrecerle el rol de Hitler al actor Werner Krauss, que había encarnado al personaje del título en El gabinete del Dr. Caligari (Das Cabinet des Dr. Caligari, 1920). “Aunque Krauss habría sido demasiado mayor para interpretar este papel, un casting así hubiera significado que Pabst interpretaba el título del libro de Siegfried Kracauer De Caligari a Hitler [1947] en un sentido muy literal”, escribió Michael Töteberg en Hitler - Films from Germany. Finalmente el director optó por el austríaco Albin Skoda, un actor no muy conocido pero con gran experiencia en el teatro. El resto del elenco también estuvo integrado por rostros con los que el público alemán no estaba demasiado familiarizado.

En cuanto la prensa se enteró del proyecto comenzaron las críticas. El texto de Töteberg documenta muy bien la repercusión mediática que generó El último acto. El proyecto fue desacreditado repetidamente en diarios y revistas, que lo presentaban como obra de un grupo de especuladores extranjeros: Pabst había nacido en Austria, al igual que los productores. También criticaron a Remarque, a quien acusaban de no conocer la época por haber vivido en el extranjero. Un periódico de Fráncfort se preguntó si meterse con este tema no sobrepasaba “los límites del buen gusto”.
Los periodistas que visitaron los sets durante el rodaje quedaron impresionados por su autenticidad y realismo. “No cabe duda de que será un gran éxito comercial. Esperemos que, a pesar de lo delicado del tema, sea una película decente y correcta”, publicó el Abendpost de Berlín. Pero El último acto fue un fracaso en su país. Las críticas estuvieron muy divididas, en general con elogios para las cuestiones técnicas y dudas o enojos acerca del abordaje histórico. “La moralidad política [de la película] es tan difusa como vaga”, publicó Der Spiegel. El dramaturgo Gunter Groll planteó en el Süddeutsche Zeitung: “Acto sombrío, mitad documento, mitad horror operístico, mitad obra maestra y mitad contorsión, mitad thriller y mitad conmemoración”. Para el novelista Hans Hellmut Kirst, que escribió para el Münchner Merkur, “el mero hecho de escuchar la voz de Hitler provoca una profunda angustia o humillación. Permitir que aparezca, sin embargo, es algo más que un mero experimento: roza la arrogancia”. Los medios también se interesaron por la reacción de la gente en las salas. El corresponsal de la agencia de noticias United Press International describió: “El público que asistió al estreno mundial en Colonia experimentó la película con un horror incrédulo, con carcajadas por lo insólito de los últimos días de la guerra en el búnker, y con incertidumbre se preguntó: ‘¿Fue todo tan loco?’”.
El último acto sí tuvo éxito en otros países, notablemente en Estados Unidos y Gran Bretaña. Pero en Alemania duró muy poco en cartel y de inmediato cayó en el olvido. Recién en 2004 se la volvió a recordar fugazmente, a propósito del estreno de La caída. Incluso Bruno Ganz la mencionó en alguna entrevista. El gran actor suizo contó que si no hubiera conocido la interpretación de Albin Skoda no habría aceptado el rol: “Esta película me convenció de que realmente es posible interpretar el papel de Hitler”. Pero el film era prácticamente inhallable y muy difícil de ver. Casi no se lo menciona en ninguno de los varios libros que analizan el cine alemán de posguerra, y sólo se lo examina con cierto detalle en un par de publicaciones dedicadas a la obra de Pabst. Recién en 2014 apareció la primera edición en video, y de a poco se le comenzó a prestar algo más de atención.
EL ÚLTIMO ACTO
Título original: Der letzte Akt
Director: Georg Wilhelm Pabst
Protagonistas: Albin Skoda, Oskar Werner, Lotte Tobisch, Willy Krause, Erich Stuckmann
Países: Austria y Alemania
Idioma: alemán, inglés y ruso
Año: 1955
Duración: 107 minutos
Para leer después de ver la película
Hay dos líneas narrativas en El último acto. La primera trata de ceñirse lo más posible a lo que ocurrió, a la verdad histórica: los desquiciados últimos días de Hitler en las profundidades del búnker, mientras las tropas soviéticas se van acercando inexorablemente y la derrota ya es inevitable. Aquí las similitudes con La caída son evidentes, no sólo porque narran los mismos hechos sino además porque Traudl Junge, la secretaria de Hitler, colaboró con ambos films. El de Oliver Hirschbiegel tomó muchos elementos de las memorias de Junge, Bis zur letzten Stunde: Hitlers Sekretärin erzählt ihr Leben (2002), que se editó en castellano como Hasta el ultimo momento: la secretaria de Hitler cuenta su vida. Pabst y sus productores la contrataron como asistente: estuvo dos semanas en Viena como asesora durante el rodaje y cobró 1.500 marcos, una cifra muy importante para la época.
Así aparecen, entonces, situaciones que hoy son más o menos conocidas pero que en 1955 la mayoría del público podía ignorar: la condecoración con la Cruz de Hierro de Hitler en persona a los pibes que están combatiendo como pueden en las calles de Berlín; el fusilamiento de Hermann Fegelein, cuñado de Eva Braun, acusado de desertor; el encuentro final con Albert Speer; el casamiento del Führer con su novia un día antes de los suicidios; la inundación de los túneles del subte. Y también el clima general de caos, de podredumbre humana y moral, se sálvese quién pueda. “Si Dios existiera, nosotros no existiríamos”, dice en un momento uno de los oficiales nazis, mientras entretiene la garganta con alcohol a la espera de lo irremediable.
Es en este aspecto donde la película de Pabst mejor se desenvuelve. Los techos bajos, filmados con leves contrapicados, y la iluminación deficiente crean esa atmósfera infernal, claustrofóbica. Está muy bien construido el contrapunto visual y sonoro entre la cantina, donde ya no quedan reglas y los grados militares tienen cada vez menos relevancia, y el resto del búnker, más apagado, de un gris uniforme sólo interrumpido por las ominosas sombras que generan quienes recorren sus interminables pasillos. En uno y otro lado oficiales de alto rango, soldados rasos y empleados (cocineros, camareras) lidian como pueden con la certeza de que están viviendo el último acto.
La otra línea narrativa es puramente de ficción, e involucra fundamentalmente a dos personajes. Es el modo en el que Pabst intentó abarcar asuntos más amplios y poner en cuestión no sólo a Hitler sino también a toda la causa alemana. Es uno de los riesgos que corren este tipo de películas: al estar la acción concentrada en un espacio y un tiempo tan limitados, es difícil dibujar una figura que se pueda contraponer al horror del tirano y sus obsecuentes altos mandos. Es un poco lo que ocurrió con Sucedió el 20 de julio (Es geschah am 20. Juli, 1955), la película inmediatamente posterior del director, que narra el fallido atentado contra Hitler de 1944 (conocido popularmente como Operación Valquiria, aunque esa era sólo una de las fases del plan). Resulta complicado, o al menos problemático, tratar de darle una pátina de heroísmo a los hombres que quisieron matar a su líder para ponerle fin a la guerra cuando, está comprobado, la mayoría eran plenamente conscientes desde hacía varios años de las aberraciones del régimen, en especial del Holocausto.
Por eso el personaje del capitán Wüst (Oskar Werner) es el más difícil de digerir. Como sostuvo el gran periodista y crítico uruguayo Homero Alsina Thevenet en el momento del estreno, la figura de Wüst “ha sido visiblemente introducida para esa función de descripción y comentario, y el libreto le confía en efecto los dictámenes finales, las bases para la Historia, la imagen martirizada y simbólica que se superpone a las llamas y cenizas de las últimas escenas. La urgencia antinazi disuelve buena parte del film desde la tragedia al alegato”. Es el precio que Pabst decidió pagar para poder gritar su mensaje: nunca más.
El otro personaje ficticio, aunque inspirado en situaciones reales, es el del chico llamado Richard, uno de los miembros de las Juventudes Hitlerianas que es condecorado en el comienzo. Siguiendo su historia la película “respira”, abandona por primera vez el asfixiante búnker (ya pasada la media hora) y sale a recorrer las devastadas calles de Berlín. Hirschbiegel eligió -probablemente inspirado por El último acto- un motivo similar para su película, con un joven personaje llamado Peter Kranz.
Es así que vemos las crueldades finales del nazismo más allá de la desesperación que se vive bajo tierra, en el refugio de concreto. Como el asesinato de supuestos desertores, uno de los momentos más potentes de la película, cuando Pabst encabalga sonoramente el discurso de Hitler (que culmina con “mi Alemania, mi Alemania”) con la imagen del oficial colgado del farol. O el uso irónico de los afiches de propaganda pegados en la estación de subte que se inunda.
Es interesante revisar algunos comentarios de El último acto más o menos contemporáneos a su estreno; es decir, de quienes vieron la película sin estar influidos por tanta representación visual posterior. En su excelente crítica, Alsina Thevenet opina sobre la interpretación de Hitler que hace Albin Skoda, uno de los primeros intentos serios al respecto (en La caída de Berlín había sido una caricatura lisa y llana). “Tanto Pabst como el actor [...] han preferido la composición antes que el retrato. Se podría marcar fácilmente la diferencia física de un rostro tan conocido con otro rostro que lo interpreta, pero el personaje aparece vivo en la actuación, desde la calma inicial hasta el crescendo de histerismo con que culmina, apoyado oblicuamente sobre las mesas de mapas, o encendido de ira, o de fe, o de miedo, en las sucesivas conversaciones que lo acercan a la muerte”.
También la estadounidense Pauline Kael escribió una capsule review sobre la película en los años 60, compilada luego en el libro Kiss Kiss Bang Bang (1965). “G. W. Pabst [...] utiliza un estilo contenido y logra que el colapso de la disciplina y la desintegración final se asemejen a una pesadilla total. El guión de Remarque [...] comete el error de construir sistemáticamente pequeños episodios para ilustrar el caos; el clima es tan agobiante que esas viñetas parecen trilladas e innecesarias. Albin Skoda compone el personaje de Hitler con un enfoque inteligente para un papel terriblemente difícil; el heroico papel de Oskar Werner es una extravagante invención, que adorna con hermosos floreos [...] Sea cual fuere el juicio final del espectador sobre el mérito de la película como interpretación histórica (¿inundó realmente Hitler los subterráneos?), constituye toda una experiencia pasar dos horas en ese claustrofóbico búnker con Pabst y sus actores”.
Si tenés ganas de algo más…
- Publiqué en YouTube el tráiler original de El último acto, el que se exhibió en los cines alemanes antes de su estreno. No hablo alemán, así que los subtítulos en castellano pueden no ser del todo precisos, pero creo que sirven para dar una idea del mensaje que pretendieron expresar los productores al promocionar la película. Es interesante porque esconde mucho más de lo que muestra, y no incluye una sola imagen del film.
- Luego de El último acto hubo varias películas que representaron los últimos días en el búnker. En este newsletter le dediqué una edición a la saga soviética Liberación (Osvobozhdenie, 1970-72), de Yuri Ózerov, en la que el actor alemán Fritz Diez hizo una gran versión de Hitler. El dictador nazi también fue interpretado por Alec Guinness en Los últimos diez días de Hitler (Hitler: The Last Ten Days, Ennio De Concini, 1973); por Frank Finlay en el episodio titulado The Death of Adolf Hitler (Rex Firkin, 1973) del ciclo televisivo británico ITV Saturday Night Theatre; y por Anthony Hopkins en el telefilm El búnker (The Bunker, George Schaefer, 1981). Y luego Bruno Ganz en La caída.
- La excelente crítica de Homero Alsina Thevenet, publicada originalmente en el diario uruguayo El País en junio de 1956, se puede leer completa acá.
- En Filmoteca - Temas de cine, el programa de la TV Pública que ahora conducen Fernando Martín Peña y Roger Koza, exhibieron varias de las películas más conocidas y celebradas de Georg Wilhelm Pabst. Armé una lista de reproducción de YouTube con todos los copetes de presentación.
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