#06 - De eso no se habla
Wolfgang Staudte, uno de los creadores más importantes de la Alemania de posguerra.
PUBLICADO ORIGINALMENTE EL 21 DE AGOSTO DE 2021
Esta semana en Cinematófilos, un notable drama que escarba en el incomodo pasado al que casi nadie quería mirar en la Alemania de posguerra. Más abajo vas a encontrar el link para acceder a la película. Te recomiendo que la descargues en tu PC para poder verla cuando quieras; si no sabés cómo hacerlo (es muy sencillo) podés revisar acá un tutorial al respecto.
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Para leer antes de ver la película
En los primeros días de mayo de 1946, apenas un año después de la rendición incondicional de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, Wolfgang Staudte salió a filmar en las devastadas calles de Berlín. No tenía pretensiones documentales sino que estaba realizando una ficción. En medio de las ruinas, con recursos que por momentos mezclaban cierto neorrealismo con pinceladas de expresionismo, filmó una historia que lidiaba con la culpa por el pasado inmediato e incluso mencionaba los campos de concentración y las cámaras de gas. Los asesinos están entre nosotros (Die Mörder sind unter uns, 1946) es considerada la primera película alemana de posguerra. Fue además la que inauguró lo que se conoce como Trümmerfilm o cine de los escombros, una elección estética (filmar en medio de las ruinas) más que un género, que tuvo una corta vida y que mucha veces prefirió, a diferencia de Los asesinos están entre nosotros, mirar al futuro con esperanza más que indagar hacia atrás.
Staudte (1906-1984) fue uno de los directores más importantes del cine alemán de posguerra, el que con más insistencia analizó al nazismo y lo que quedaba de él en los agitados años 40 y 50, en un país dividido y tironeado desde ambos lados de la cortina de hierro. Fue y vino más de una vez entre las dos Alemanias, siempre tratando de reflexionar sobre lo que muchos preferían ocultar, lo que le trajo más de un problema político. Su obra, sin embargo, es hoy -con la única excepción de Los asesinos están entre nosotros- poco recordada fuera de Alemania y probablemente desconocida para los más jóvenes.
Hijo de actores, Staudte empezó trabajando en el teatro en los años 20 y hacia fines de la década consiguió algunos papeles menores en el cine. En 1933 le prohibieron seguir actuando en teatro por haber participado en obras modernas con “tendencias antinazis”, pero pudo continuar trabajando como locutor en radio y también en algunas películas. Entre otras producciones, tuvo un rol de reparto en El judío Suss (Jud Süß, Veit Harlan, 1940), quizás el más repugnante exponente del cine de propaganda antisemita impulsado por Joseph Goebbels. Años más tarde, Staudte se justificó diciendo que había sido amenazado con ser enviado al frente de batalla (tenía una exención de reclutamiento) si no aceptaba el rol.
En 1943 dirigió su primera película, la comedia Charlie el acróbata (Akrobat Schööön!), protagonizada por el clown español Charlie Rivel. Su siguiente proyecto, “Der Mann, dem man den Namen stahl” (algo así como “El hombre cuyo nombre fue robado”), fue prohibido por el gobierno nazi, y como consecuencia Staudte perdió su exención de reclutamiento. Antes de que fuera enviado al campo de batalla un productor amigo lo contrató para dirigir una comedia, lo que evitó que viera acción durante la Segunda Guerra.
Mientras las tropas rusas se acercaban a Berlín, Staudte ya tenía la idea de lo que luego sería Los asesinos están entre nosotros. Finalizada la guerra presentó el proyecto ante las autoridades estadounidenses, inglesas y francesas, pero todas lo rechazaron. Entonces cruzó al otro lado y se contactó con los soviéticos, que le dieron luz verde al proyecto con un par de condiciones, entre ellas que modificara el final. Staudte aceptó y a partir de ahí se quedó filmando en los recientemente inaugurados estudios DEFA, en Alemania Oriental.
En Rotación (Rotation, 1949) recorrió, a partir del personaje de un imprentero inicialmente apolítico, la historia de Alemania durante el nazismo y lanzó un mensaje esperanzador: la historia no puede volver a repetirse, algo que uno de los protagonistas aprende por las malas. La película le generó problemas con la censura soviética, que cortó una escena de relevancia política, por lo que Staudte decidió irse al Oeste para hacer sus próximos films.
Su estadía en la República Federal de Alemania no duró demasiado porque su siguiente proyecto, El súbdito (Der Untertan, 1951), irritó a los productores occidentales. Staudte volvió a los estudios DEFA para hacer la película, que tomó una novela de Heinrich Mann situada en la Alemania previa a la Primera Guerra para indagar, con vocación de sátira, sobre el surgimiento del nazismo. Con sus agudas burlas a la hipocresía y la cobardía de la burguesía prusiana, El súbdito generó un escándalo en la zona occidental, donde recién autorizaron su estreno en 1957.
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De vuelta en el Oeste filmó Rosas para el asesino (Rosen für den Staatsanwalt, 1959), que denunciaba en tono de comedia la persistencia de jerarcas nazis en el poder judicial alemán. Otra vez, la película generó la indignación de muchos, lo que se amplificó luego cuando Staudte se negó en 1960 a recibir el Deutsche Filmpreis, el premio más prestigioso del cine alemán, de manos del ministro del Interior, Gerhard Schöder, que había sido integrante de las tropas de asalto nazis (Sturmabteilung, o SA). Su siguiente película se exhibió con éxito en el Festival de Berlín y tuvo buenas críticas en casi todo el mundo, aunque permanece sin embargo bastante olvidada: Los falsos héroes (Kirmes, 1960), que veremos esta semana en Cinematófilos.
“Durante mucho tiempo su obra [la de Staudte] fue percibida como algo ambivalente: al haber vivido en ambas Alemanias era sospechoso de ser comunista para el Oeste y víctima del capitalismo para el Este”, sostiene Maggie Hoffgen en su libro Studying German Cinema (2009). “Sólo mucho más tarde, recién con su muerte en 1984, se lo apreció por sus intentos de continuidad histórica. Ahora se reconoce su compromiso con las verdades incómodas, su obsesión por confrontar y evaluar las experiencias personales en cuanto a sus implicaciones morales, tanto para él como para los demás”, agrega. Y especula que Staudte podría haber sido una posible figura paterna para la generación de directores del Nuevo Cine Alemán de los 60 y 70, que compartían su preocupación por el pasado reciente: “Tal vez su estatus relativamente oscuro en aquella época, agravado por el hecho de que en sus últimos años trabajó principalmente para la televisión de Alemania Occidental, contribuyó a la falta de interés entre los jóvenes cineastas alemanes. Muy posiblemente, también, lo ignoraron porque estaban decididos a romper con la generación anterior”. De todos modos, la revista Filmkritik (1957-1984, una especie de respuesta alemana a la francesa Cahiers du Cinéma), que solía ser muy crítica del cine alemán de posguerra, siempre rescató la obra de Staudte.
LOS FALSOS HÉROES
Título original: Kirmes
Director: Wolfgang Staudte
Protagonistas: Juliette Mayniel, Götz George, Hans Mahnke, Wolfgang Reichmann, Manja Behrens, Fritz Schmiedel
País: Alemania
Idioma: alemán
Año: 1960
Duración: 96 minutos
Para leer después de ver la película
“A nosotros, en los 50, nunca nos enseñaron acerca de nuestro pasado”, contó la directora Margarethe von Trotta, uno de los nombres clave del Nuevo Cine Alemán, en una charla que ofreció en el Reykjavík International Film Festival en 2015. “No lo hacían nuestros maestros o profesores en la escuela, no lo hacían nuestros padres en casa, nadie nos contaba qué había pasado durante la guerra, durante el nazismo [...] sentíamos que había algo en el pasado pero no sabíamos qué. No saber fue algo muy destructivo en cierto modo”, agregó von Trotta, que nació en 1942. Contra ese olvido deliberado, contra esa sociedad próspera que prefería ignorar su pasado reciente, se planta Los falsos héroes.
El comienzo de la película deja en claro las intenciones de Staudte de hablar del pasado en relación con el presente. Un hombre en bicicleta anda pegando los carteles que anuncian la llegada al pueblo de la feria o kermés del título original alemán. En una de las paredes se ve claramente un afiche de campaña de Konrad Adenauer, el canciller que buscaba mantener su cargo en las elecciones nacionales de 1957 en Alemania Occidental. “¡Sin experimentos!” (“Keine Experimente!”), dice el cartel, que llamaba a no hacer cosas raras -como votar a la oposición socialdemócrata- para mantener el crecimiento que el país venía sosteniendo. Pero Adenauer no sólo era el padre del llamado milagro económico alemán, sino también un firme opositor a la desnazificación (Entnazifizierung), el proceso llevado a cabo por los Aliados, sobre todo en los primeros años de posguerra, para “limpiar” a la sociedad alemana de toda herencia nazi. De hecho, algunos ex miembros del Partido Nacionalsocialista eran parte del gabinete de Adenauer.
La acción de Los falsos héroes transcurre en un pueblo que atraviesa un presente próspero, que incluso se reúne a disfrutar de una feria. El padre lanza pelotas, voltea las latas y gana un peluche, que le regala a su esposa. El intendente juguetea como un chico frente a los espejos que deforman su imagen. Mientras los trabajadores que están haciendo un pozo para colocar la calesita encuentran enterrados un casco y una ametralladora, la película nos muestra a los habitantes del pueblo disparar escopetas de aire comprimido, formados en fila, como si se tratara de un pelotón de fusilamiento. Los jóvenes se acercan a mirar el hallazgo pero no muestran demasiado interés, como si no tuvieran claro de qué se trata.
La aparición de los huesos de una persona interrumpe el disfrute e impone asumir ese pasado reprimido que se intentaba ocultad debajo de la alfombra. El intendente y el cura sugieren no darle importancia al hallazgo, no mirar hacia atrás. Pero la madre (siempre las Madres) insiste, quiere que se sepa la verdad. Su esposo y el resto la convencen de que vuelva a la feria, y entonces Staudte -con un fundido extraordinario, tanto visual como sonoro- nos traslada al largo flashback situado en los últimos días de la guerra.
“El pasado desenterrado destroza la cómoda complacencia del presente, obligando a los supervivientes a enfrentarse tanto a la memoria como a las consecuencias de sus acciones anteriores. La mala conciencia, además, parece menos política que profundamente personal, ya que el mayor fracaso de la trágica historia se produce en el círculo social más íntimo, la familia”, sostiene Heide Fehrenbach en su libro Cinema in Democratizing Germany - Reconstructing National Identity after Hitler (1995).
Todos los que en el comienzo se reúnen para ver qué hacer con los huesos del soldado hallados habían tenido alguna responsabilidad en su muerte. El padre, un hombre demasiado temeroso, que además se aprovechaba de la mano de obra de los prisioneros de un campo de concentración (a los que creía tratar bien, pero no defendió). El dueño del bar, que escuchaba las transmisiones de radio inglesas para saber la verdad sobre el desarrollo de la guerra pero decidió entregar al desertor a la Gestapo. El cura local, que se negó a darle asilo (un personaje que le valió a Staudte varias críticas, ya que en aquella Alemania se solía considerar a los religiosos como héroes del coraje y la resistencia). Y, por supuesto, el líder nazi del pueblo, que además era un cobarde: cuando huyeron porque se acercaban las tropas estadounidenses lo primero que hizo fue quitarse su uniforme. La única que ayudó al desertor Robert fue Annette, la francesa, que había estado detenida por integrar la resistencia.
Pero -aquí lo más perturbador del planteo de Staudte- no es la Gestapo la que asesina a Robert. El joven soldado decide terminar con su vida luego de comprobar la claudicación de los suyos, en especial la de su padre. Es esa cobardía, esa debilidad conformista la que llevó a todo un pueblo a colaborar con el horror nazi. Y entonces volvemos al presente, con la calesita ya instalada, girando incesantemente mientras los mismos personajes siguen allí (el jefe nazi ahora convertido en intendente). “Los nenes y los soldados pagan media entrada”, grita un feriante, y los chicos corren para subirse, sin enterarse de nada.
Si tenés ganas de algo más…
- En el canal de YouTube de este newsletter podés ver un lindo tráiler subtitulado de Los falsos héroes que incluye imágenes de la entrega de premios del Festival de Cine de Berlín, donde la francesa Juliette Mayniel ganó como mejor actriz.
- Wolfgang Staudte filmó mucho, y hacia fines de los 60, cuando se le hacía difícil encontrar financiación para sus proyectos, se refugió en la televisión de Alemania Occidental. No todo lo que dirigió, claro, estuvo relacionado con el nazismo. Hot Traces of St. Pauli (Fluchtweg St. Pauli - Großalarm für die Davidswache, 1971), por ejemplo, es un gran policial, duro, setentoso en el mejor sentido, que recomiendo mucho. Se consigue por ahí con subtítulos en castellano.
- Acá podés descargar el catálogo del amplio foco (se proyectaron en fílmico 12 de sus películas) que el Festival de Cine de Mar del Plata le dedicó a Staudte en 2018, con textos del crítico alemán Olaf Möller.
- En 1994, la Asociación de Cinematecas de Alemania realizó una encuesta entre directores, críticos, periodistas e historiadores para elegir las 100 películas más importantes de la historia del cine alemán. En la lista, que encabeza El vampiro negro (M - Eine Stadt sucht einen Mörder, Fritz Lang, 1931), hay cuatro películas de Staudte: Los asesinos están entre nosotros, en el sexto puesto; El súbdito, en el décimo; Rotación, en el 41; y Rosas para el asesino, en el 46. Repliqué la lista -que encontré en un viejo número del Journal of Film Preservation- en Letterboxd (no hace falta tener una cuenta en esa red social para poder verla).
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