PUBLICADO ORIGINALMENTE EL 27 DE AGOSTO DE 2022
Esta semana en Cinematófilos, una desconocida obra maestra, deslumbrante y conmovedora. Te recomiendo que descargues la película en tu PC para poder verla cuando quieras; si no sabés cómo hacerlo (es muy sencillo) podés revisar acá un tutorial al respecto.
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Para leer antes de ver la película
“Estados Unidos, Francia, Alemania, Italia, Suecia, Rusia y Japón: estos siete países han producido, digamos, el 95 por ciento de las obras maestras del cine mundial”. La frase pertenece al estadounidense Richard Roud, que en su libro Cinema: A Critical Dictionary (1980) reniega de los acercamientos geográficos al cine porque, sostiene, no funcionan. “Su primer resultado -afirma- es el tedio, los capítulos de las historias del cine en varios volúmenes que comienzan de forma deprimente: ‘Mientras tanto, en Bulgaria...’. Si se adopta el enfoque geográfico, uno se ve obligado a ‘cubrir’ lo que estaba ocurriendo en Bulgaria en 1925”. No tengo muy claro qué estaba pasando cinematográficamente en Bulgaria en los años ‘20, pero sí puedo asegurar que en los ‘60, dos décadas antes de que Roud editara su diccionario, se produjo allí una obra maestra total que, por supuesto, el estadounidense no menciona.
No pretendo cuestionar a Roud, cuyo libro fue valioso en su momento y ayudó a redescubrir a algunos grandes artistas que habían sido olvidados. Su frase, además, es lo suficientemente astuta como para dejar abierto un resquicio del 5 por ciento por si alguna obra maestra aparece por fuera de esos siete países. Pero hay casos en los que el olvido es tan grande, la injusticia tan alevosa, que uno se pregunta qué sentido puede tener la aparición de un nuevo escrito sobre, digamos, el New Hollywood de los 70 -un período notable, qué duda cabe- cuando hay aún tanto por descubrir. Y lo que vamos a descubrir esta semana es la extraordinaria obra de la búlgara Binka Zhelyazkova, una cineasta de imaginación ilimitada, una voz única y personal, una comunista convencida que sin embargo sufrió con frecuencia la censura en su país, fue condenada al ostracismo y recién en los últimos años está comenzando a recibir la atención que siempre mereció.
“Las películas de Zhelyazkova, en las que abundan los personajes que son fugitivos reales o prisioneros del alma, no cometen el simple error de equiparar la opresión estatal con el tormento psicológico, sino que abren un espacio para que ambos coexistan e incluso se fundan. Su firme postura sobre la ética de la solidaridad junto a los lineamientos del partido, a pesar de un régimen opresivo, ejemplifica la ambivalente realidad del socialismo estatal en Bulgaria”, sostiene la crítica búlgara Savina Petkova en un artículo publicado el año pasado.
Zhelyazkova nació en 1923 en la ciudad de Svilengrad, en el sur de país, cerca de la frontera con Turquía y Grecia. En 1944 se fue a estudiar teatro a la capital, Sofía, justo antes de que el ejército soviético entrara al país y los partisanos tomaran el poder. Luego de la Segunda Guerra y la instauración del gobierno comunista comenzó a trabajar como asistente en el cine. Su ópera prima, Life Flows Slowly by... (Zhivotut si teche tiho..., 1957), estrenada en Argentina con el mentiroso título de Generación de valientes, fue el primer largometraje de ficción dirigido por una mujer en su país. Escrito por su esposo, Hristo Ganev, que también aparece en los créditos como codirector, el film retrata la dura realidad de un grupo de partisanos unos años después del final de la guerra. Uno de ellos es un oportunista que se beneficia de la nueva situación política, mientras que el otro se mantiene fiel a sus ideales socialistas. “Zhelyazkova ofrece un debut sorprendentemente seguro de sí mismo y competente. Life Flows Slowly by... se inspira claramente en el neorrealismo italiano, pero también en el lirismo eslavo que los festivales internacionales de cine se apuran en señalar como marca de fábrica del estilo soviético. La resuelta puesta en escena se mezcla con una poética atrevida y con la euforia de llamar a las cosas por su nombre, mucho antes que el llamado ‘cine de la ansiedad moral’ polaco”, opina otra búlgara, Yoana Pavlova, en un texto sobre la directora en Notebook, la publicación del servicio de streaming MUBI.
Life Flows Slowly by... marcó el primero de los varios problemas que Zhelyazkova y su esposo tuvieron con la censura en la Bulgaria comunista. El film, que iba a competir en el Festival de Karlovy Vary, en la República Checa, fue prohibido de inmediato por las autoridades y archivado durante más de tres décadas. El argumento fue que “la realidad se muestra torcida y unilateral. La película pretende denigrar la imagen de los partisanos y calumnia su abnegación y sacrificio en nombre del pueblo”. Recién en 1988 pudo proyectarse ante el público en una sala.
Tuvieron que pasar cuatro años para que Zhelyazkova pudiera volver a filmar: Éramos jóvenes (A byahme mladi, 1961), otra vez escrita por su esposo pero ahora dirigida en solitario. Se trata de una película visualmente deslumbrante, sentimentalmente conmovedora e intelectualmente lúcida, que vuelve sobre las vicisitudes de los partisanos durante la guerra, algo que Binka y su compañero habían experimentado de primera mano. Es la película que veremos esta semana en Cinematófilos, en excelente calidad (un transfer digital en alta definición a partir de la copia en fílmico restaurada recientemente) y con subtítulos en castellano (que confeccioné especialmente para esta edición). No quiero exagerar, pero es probable que sea la primera vez que la película puede verse en estas condiciones en la región en casi cuatro décadas: la última proyección de la que tengo constancia fue en Montevideo en 1986.
Éramos jóvenes tuvo mucho éxito en su país y recibió premios en varios festivales. Pero las autoridades no vieron la película con buenos ojos. A tal punto que en 1962 Tódor Zhívkov, que gobernó Bulgaria entre 1954 y 1989, cuestionó “la poética pesimista decadente, el abstraccionismo y el pseudo-vanguardismo” de cierto cine búlgaro, en referencia a Zhelyazkova, Ganev y otros realizadores de la época.
En su siguiente proyecto la directora llevó las cosas aún más lejos. The Tied-Up Balloon (Privarzaniyat balon, 1967), también conocida en inglés como The Attached Balloon, es una sátira salvaje, una alegoría sobre el totalitarismo de simbolismos infinitos y profundidades inagotables. En medio de la Segunda Guerra, un misterioso globo volador con forma de pez aparece flotando sobre un pequeño pueblo rural, y sus habitantes comienzan a perseguirlo, en una delirante cacería que se extiende en la ficción durante 12 horas. Zhelyazkova demoró varios años en poder completarla, y tuvo que lidiar con la falta de presupuesto y las presiones políticas. Pero el resultado es extraordinario, una película repleta de ideas que no se parece a nada.
The Tied-Up Balloon llegó a exhibirse en la Exposición Universal de Montreal de 1967, consiguió acuerdos para su distribución internacional en Estados Unidos y Europa e incluso fue programada para integrar la competencia del Festival de Cine de Venecia. Pero Zhívkov y los líderes comunistas búlgaros se enojaron tanto con la película que la retiraron inmediatamente de circulación. Zhelyazkova debió padecer el ostracismo: seguía cobrando un sueldo del Estado (la industria del cine estaba nacionalizada desde 1948), pero no le permitían trabajar y la obligaban a asistir a reuniones y cócteles incómodos y a tomarse vacaciones gratuitas de “adoctrinamiento” en las playas del Mar Negro, en campamentos para miembros de los Sindicatos Culturales. “Fue precisamente esta humillación velada pero muy pública la que tuvo efectos particularmente desmoralizadores y degradantes en la intelectualidad búlgara”, describe Evgenija Garbolevsky en el libro The Conformists: Creativity and Decadence in the Bulgarian Cinema 1945-89 (2011). Su situación empeoró luego de que su esposo Hristo fuera expulsado del Partido en 1970 por negarse a firmar una carta de repudio al Premio Nobel de Literatura otorgado al escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn.
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De todos modos, luego de cinco años de silencio, Zhelyazkova se las rebuscó para hacer otra película: The Last Word (Poslednata duma, 1973), sobre un grupo de presas durante la guerra que esperan ser ejecutadas. La narración fragmentada va y viene entre el presente diegético de las mujeres en prisión, su pasado y el futuro, la Bulgaria de los 70, en el que se las reverencia. De gran potencia visual, es quizás la más atada al cine de su tiempo (las nuevas olas europeas) de todas las obras de Zhelyazkova a las que pude acceder. Pavlova la define como “su trabajo más vehemente, el que expresa completamente su furia moral y artística”. La directora volvería a retratar la vida de las mujeres en prisión en dos documentales que filmó en 1982 pero recién pudo presentar en 1990, luego de la caída del unipartidismo comunista: Lullaby (Nani-na) y The Bright and Dark Side of Things (Lice i opuko).
The Swimming Pool (Baseynat, 1977), la última de las películas de Zhelyazkova que pude ver, narra la extraña relación entre tres curiosos personajes: una joven que acaba de graduarse, hija de una superficial cronista televisiva; un arquitecto maduro, ex partisano, a quien no le aprueban ningún proyecto; y un actor cómico sin éxito. Se trata de una mirada fascinante y melancólica, por momentos difícil de asir, sobre la Bulgaria de finales de la década del 70, con una fuerte división generacional entre quienes vivieron la guerra y los jóvenes que nacieron después y sólo la conocen por museos y monumentos. El último largometraje comercial de ficción de Zhelyazkova fue The Big Night Bathe (Golyamoto noshtno kapane, 1980), que muchos críticos vieron como un ácido comentario sobre las celebraciones por los 1300 años de la firma del tratado de paz con el Imperio bizantino y el nacimiento de la actual Bulgaria.
En la década del 90 Zhelyazkova y Ganev, comunistas ideológicos en un país que ya no lo era, comenzaron a apartarse de la vida pública. Ella no volvió a filmar, él escribió unos pocos guiones. Víctima de la enfermedad de Parkinson, la directora pasó sus últimos años recluida. Cuando murió en 2011, a los 88 años, sus películas prácticamente no podían verse: las escasas copias digitales que circulaban tenían pésima calidad y las latas de fílmico se conservaban en pobre estado y casi no se proyectaban. Largamente ignorada en los libros de historia y por la academia, recién en los últimos años comenzó a ser reivindicada. En 2007 la realizadora búlgara Elka Nikolova, radicada en Nueva York, presentó el mediometraje documental Binka: To Tell a Story About Silence. La serie documental Women Make Film: A New Road Movie Through Cinema (2018), de Mark Cousins, arranca hablando de ella y la define como “casi desconocida” y “salvajemente imaginativa”. En marzo de 2021 una nueva copia de The Tied-Up Balloon se presentó en Sofía, y en julio la restauración de Éramos jóvenes se exhibió en el festival italiano Il Cinema Ritrovato. Ese mismo año, el Festival Internacional de Cine de Salónica, en Grecia, presentó la primera retrospectiva completa de su obra.
Sostiene Garbolevsky en su libro sobre el cine búlgaro: “Zhelyazkova siguió filmando sobre el tema del silencio hasta el final de su carrera. Por ejemplo, uno de los protagonistas de su última película, el telefilm On the Roofs at Night (Noshtem po pokrivite, 1988), entrevista a un anciano. Le pregunta qué es el silencio, y el anciano responde: ‘El silencio es la muerte’”. Parece que finalmente el silencio en torno a la obra de Zhelyazkova está llegando a su fin.
ÉRAMOS JÓVENES
Título original: A byahme mladi
Director: Binka Zhelyazkova
Protagonistas: Dimitar Buynozov, Rumyana Karabelova, Lyudmila Cheshmedzhieva, Georgi Georgiev-Getz, Emilia Radeva, Anani Yavashev
País: Bulgaria
Idioma: búlgaro
Año: 1961
Duración: 110 minutos
Para leer después de ver la película
Fue muy curioso el rol de Bulgaria en la Segunda Guerra Mundial. Primero se mantuvo neutral, luego firmó un pacto con la Alemania nazi y la Italia fascista para invadir Grecia, más tarde le declaró la guerra a Estados Unidos y Gran Bretaña pero no a la Unión Soviética, y al final terminó luchando del lado de los Aliados. En medio de todo esto, los partisanos estuvieron particularmente activos en su combate contra el gobierno local pro-nazi. Acaso sólo de un país con tantos vaivenes podía salir una película como Éramos jóvenes, que conjuga tantas cosas de modo tan natural. Binka Zhelyazkova y Hristo Ganev conocían bien la experiencia de esa lucha porque habían sido parte de ella.
Pero la historia de este grupo de militantes, de sus misiones fallidas y de las sospechas de traición, es apenas la superficie del film, que está lejos de ser un drama bélico o una historia de aventuras. No estamos ante una película de partisanos, subgénero que lograría gran popularidad en la vecina Yugoslavia en esos años. La tensión central está puesta aquí en el deseo individual frente a la responsabilidad colectiva. Los integrantes del grupo son demasiado jóvenes, aún tienen mucho por saborear de la vida como para andar renunciando a tantas cosas sin conflicto.
Dimo y Veska se conocen en medio de una misión, al comienzo, en una escena que remite ligeramente al célebre final de El eclipse (L’eclisse, 1962), de Michelangelo Antonioni, estrenada unos meses más tarde. El amor comienza a crecer entre ellos, aunque aún no tienen la experiencia como para mensurar lo que sienten. “Quiero decirte que te quiero. No sé cuánto. ¿Mucho? ¿Un poco? No lo sé porque es la primera vez que amo”, le escribe él a ella. El final trágico de los enamorados, atrapados por las funestas circunstancias de la guerra, contrastará con la auténtica ingenuidad de sus sentimientos. Pero un nuevo grupo de partisanos volverá a reunirse, con las mismas nobles intenciones y similar candidez. ¿Será distinto el futuro para ellos?
Es extraordinaria en este sentido la escena del ballet, cuando Dimo y Veska van a ver una versión de “Claro de luna”, una de las piezas de la Suite bergamasque de Claude Debussy. Ella ama el ballet, él nunca tuvo la oportunidad de disfrutarlo. Dimo se distrae -al igual que nos distraemos nosotros, como espectadores, ante la sublime belleza de la danza y de la puesta en escena de Zhelyazkova- y no arroja los folletos. Luego se siente avergonzado. ¿Acaso no puede un hombre, por más militancia que tenga, ser arrastrado por el hipnótico encanto del arte? Pero en el mundo de la lucha armada, de la supervivencia clandestina, la situación genera sospechas.
Algunos críticos asociaron a Éramos jóvenes con el neorrealismo italiano y con las nuevas olas europeas de los 60, en especial la Nouvelle vague francesa. Pero yo la veo mucho más cercana al cine soviético del “deshielo”, que retrató por primera el costo emocional de la guerra sin necesidad de actos heroicos para compensar el sufrimiento. Pienso sobre todo en Pasaron las grullas (Letyat zhuravli, 1957), de Mijaíl Kalatózov. Y también en el Andréi Tarkovski de La infancia de Iván (Ivanovo detstvo, 1962), estrenada un año después: la escena en el bosque de abedules es muy similar, visualmente e incluso en términos dramáticos, en ambas películas.
Luego de la más clásica Life Flows Slowly by..., que había codirigido con su esposo, aquí el ingenio visual de Zhelyazkova parece haber despegado definitivamente. A la directora le gustaba apelar a grúas, y en Éramos jóvenes las usa mucho, siempre al servicio de la narración. Como en la prolongada escena de la terraza, que termina con un encuadre de Dimo y Veska juntos en la baranda, en contrapicado, los dos jóvenes al borde del abismo, como su relación misma. O cuando Flor, la chica lisiada, sale a dar un paseo por las calles de Sofía con Dimo y pasa delante de una escalera donde trabajadores están renovando el alumbrado público: la cámara, como el corazón alegre de esta hermosa chica que por primera vez sonríe, levanta vuelo.
Qué personaje hermoso el de Flor, una mujer vulnerable pero a la vez valiente, postrada en esa silla pero de espíritu inquieto. Dice sobre ella Yoana Pavlova en su texto: “Éramos jóvenes presenta a uno de los pocos personajes físicamente discapacitados del cine del bloque de Europa del Este: una mujer joven, cuyas fotografías diseñan el segundo plan filosófico de la película. Sus imágenes de normalidad blanco-negro se enfrentan a los fervientes ideales de los protagonistas, abriendo así espacio para que la conciencia de Zhelyazkova siga acumulando preguntas. La (previsible) quietud de este personaje se representa en modo vanguardista, lo que constituye una novedad en el cine del realismo socialista”.
Y está, por supuesto, el uso poético de las linternas, sobre todo en el encuentro nocturno entre Dimo y Veska luego del atentado al depósito, probablemente el momento más conocido de una película prácticamente desconocida. Mark Cousins abre su serie documental Women Make Film con esta escena, lo que despertó la curiosidad de muchos en torno a un film en ese momento casi inhallable, que casi nadie conocía y menos aún había visto. Frente la negra noche del fascismo, los brillantes círculos que dibuja la luz sobre el empedrado aparecen como la posibilidad del amor, como representación de una sensualidad vedada, como la esperanza de un futuro distinto, juntos.
Hay poco antes un momento increíble, en el que Zhelyazkova narra dos situaciones que ocurren en simultáneo pero en espacios distintos casi sin cortes, yendo de una a la otra con movimientos de cámara. Los militantes estás discutiendo acerca de los sacrificios que deben hacer en pos de la lucha contra el fascismo. Mladen, el mayor, el más curtido en esta existencia en las sombras, admite ante Dimo que no podría dejar de ver a su esposa, con quien comparte su vida hace 10 años. La cámara hace un paneo hacia la izquierda y aparece ella, la esposa, que físicamente se encuentra en otro lugar (se había despedido de Mladen unos minutos antes). Está junto a Veska, en su casa, y mirando a cámara se preguntan cuándo tendrán tiempo para vivir, lamenta no recordar cuándo fue la última vez que se arregló para salir. Toda la escena dura más de cuatro minutos, y es una especie de montaje paralelo sin montaje. El cine de Zhelyazkova está repleto de estas audacias formales.
Evgenija Garbolevsky cuenta en The Conformists: Creativity and Decadence in the Bulgarian Cinema 1945-89 que a los censores no les gustó el tono pesimista de Éramos jóvenes y la representación de un traidor entre las filas de los partisanos, “que en opinión del Partido sólo debían ser representados como mártires y santos”. De todos modos, las autoridades no impidieron el estreno de la película, que fue un rotundo éxito en Bulgaria: la vieron más de 2,3 millones de personas, en un país que tenía entonces unos 8 millones de habitantes.
Si tenés ganas de algo más…
- Subtitulé un fragmento del documental Binka: To Tell a Story About Silence (2007), de Elka Nikolova, en el que se retratan los últimos años de la directora y los proyectos que no pudo realizar. Lo podés ver en el canal de YouTube de este newsletter.
- Las primeras cinco películas de Binka Zhelyazkova, desde Life Flows Slowly by... hasta The Swimming Pool, se consiguen por ahí en buena calidad, aunque sólo hay subtítulos en inglés (Éramos jóvenes es la primera que cuenta con subtítulos en castellano). Si manejás el idioma te las recomiendo mucho (en especial The Tied-Up Balloon), porque no se parecen a nada. Armé un breve compilado de increíbles escenas de todas esas películas, que también podés ver en YouTube.
- Con esta, la primera producción búlgara del newsletter, ya son 48 las películas comentadas, de 30 países distintos y habladas en 20 idiomas diferentes. Armé un mapa de Google que sirve para ilustrar este recorrido alrededor del mundo de la mano del cine.
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