PUBLICADO ORIGINALMENTE EL 25 DE SEPTIEMBRE DE 2021
Esta semana en Cinematófilos, un gran drama bélico de la época del “deshielo” soviética. Más abajo vas a encontrar el link para acceder a la película. Te recomiendo que la descargues en tu PC para poder verla cuando quieras; si no sabés cómo hacerlo (es muy sencillo) podés revisar acá un tutorial al respecto.
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Para leer antes de ver la película
Cinco años de filmación, decenas de locaciones separadas por miles de kilómetros, la construcción de gigantescos decorados que luego fueron convertidos en cenizas, explosiones de todos los tamaños imaginables, cientos de caballos y miles de extras, un enorme elenco con 300 roles con diálogo, cuatro directores de fotografía, feroces internas y disputas artísticas y políticas, y dos infartos. Con todo eso y mucho más tuvo que lidiar Serguéi Bondarchuk para realizar su obra maestra, La guerra y la paz (Voyna i mir, 1965-67), una de las más grandes -en un sentido literal, pero también en otros- películas de la historia del cine. La descomunal adaptación del clásico de León Tolstói, de más de 7 horas de duración, es la creación más conocida y recordada de Bondarchuk, pero no la única. Hoy veremos su ópera prima, una gran película que permite descubrir un talento temprano que poco después el director llevaría a otras alturas.
Bondarchuk nació en 1920 en Belozerka, un pueblo en lo que hoy es el sur de Ucrania. Sus padres eran campesinos de origen búlgaro y serbio. Participó de algunas obras de teatro hacia fines de los años 30 y luego estudió actuación en el Instituto de Teatro de la ciudad de Rostov del Don hasta 1942, cuando fue reclutado por el Ejército Rojo. Durante la Segunda Guerra Mundial integró la unidad de teatro, que se encargaba de entretener a las tropas. A su regreso estudió en el Instituto Estatal de Cinematografía bajo la guía de Serguéi Guerásimov.
Su debut en el cine fue en el rol de uno de los partisanos que resistían la ocupación nazi en La joven guardia (Molodaya gvardiya, 1948), dirigida por Guerásimov, película que fue un enorme éxito en la Unión Soviética. Bondarchuk se transformó de inmediato en una estrella del cine de su país, situación que se ratificó luego con roles protagónicos en Dream of a Cossack (Kavalier zolotoy zvezdy, Yuli Raizman, 1951) y Taras Shevchenko (Igor Savchenko, Aleksandr Alov y Vladimir Naumov, 1951). También demostró que era un actor contundente en versiones de clásicos como La cigarra (Poprygunya, Samson Samsonov, 1955) y Otelo (Serguéi Yutkevich, 1956), entre otros.
En 1959, a los 39 años, debutó como director con El destino de un hombre (Sudba Cheloveka), la película de esta semana en Cinematófilos. Y luego se embarcó en la adaptación de La guerra y la paz, un complicado viaje que le demandaría casi una década de trabajo.
Cuando en 1959 se estrenó en Moscú la versión hollywoodense de la novela de Tolstói, dirigida por King Vidor (War and Peace, 1956), los rusos acudieron masivamente a los cines a verla. Pero también se generó un fuerte enojo por parte de muchas autoridades gubernamentales, intelectuales y gente de la industria del cine, que veían a la adaptación de Vidor como una vergüenza sin el menor rigor histórico o literario. Realizar una versión rusa de la gran novela rusa se volvió entonces una cuestión de Estado.
En 1960 el Estado y el Partido Comunista le dieron luz verde al proyecto: recursos virtualmente ilimitados para realizar una adaptación capaz de probar la superioridad del cine soviético. Varios realizadores importantes de la época se candidatearon para dirigir la película, como Mikhail Romm, Serguéi Guerásimov e Ivan Pyryev. Pero el Ministerio de Cultura, para sorpresa de muchos, decidió encargarle la tarea al relativamente inexperto Bondarchuk.
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Es imposible calcular cuánto costó la realización de La guerra y la paz, fundamentalmente porque nadie le pagó al ejército por los miles de soldados que hicieron de extras o a las decenas de museos que prestaron muebles y otros objetos. Algunos calculan que el costo, actualizado a valores de hoy, sería de unos 700 millones de dólares, lo que convierte a la película en la más cara de la historia. Pero lo notable de la adaptación de Bondarchuk es que cada centavo gastado se ve en la pantalla, y se ve además de maneras muy ingeniosas.
La guerra y la paz es película única, irrepetible, que parece echar mano a todas las técnicas cinematográficas conocidas (e incluso quizá haya inventado alguna) siempre en el momento justo, siempre al servicio de la narración. Son más de siete horas absolutamente deslumbrantes, que además intentan capturar -sobre todo en el tramo final- la partes más reflexivas y menos narrativas de la obra de Tolstói.
No viene al caso detallar aquí los innumerables problemas técnicos, artísticos y humanos que debió atravesar Bondarchuk en ese rodaje imposible. Todo eso está muy bien documentado en varios textos, por ejemplo en el libro Bondarchuk's War and Peace: Literary Classic to Soviet Cinematic Epic (2014), de la especialista estadounidense Denise J. Youngblood. Sólo basta decir que el director, expuesto a presiones enormes por parte de la industria y el Estado, sufrió dos infartos, y en el segundo estuvo clínicamente muerto durante cuatro minutos.
La película ganó el Oscar como mejor film extranjero en 1968, y el talento de Bondarchuk se hizo conocido en el mundo. Poco después, el productor Dino De Laurentiis lo convocó para dirigir Waterloo (1970), otra épica sobre la célebre batalla final de Napoleón. Pero aquí el director no tuvo el control creativo, la potestad sobre el corte final de la película ni la posibilidad de elegir al elenco (que incluía a un desorientado Rod Steiger como el genio militar francés). Y el resultado, al margen de algunas escenas bastante logradas, fue pobre.
Como actor Bondarchuk era bastante conocido fuera de Rusia, lo que le permitió trabajar en varias producciones internacionales. Se lo pudo ver, por ejemplo, en Era noche en Roma (Era notte a Roma, 1960), de Roberto Rossellini; junto a Yul Brynner y Orson Welles en la superproducción yugoslava La batalla del río Neretva (Bitka na Neretvi, 1969), de Veljko Bulajic; y en La batalla de los Tres Reyes (Souheil Ben-Barka y Uchkun Nazarov, 1990), coproducción entre la Unión Soviética, España, Italia y Marruecos donde compartió elenco con Claudia Cardinale, Ugo Tognazzi, Fernando Rey y Harvey Keitel.
Su trayectoria como director nunca volvió a alcanzar las alturas de sus primeras dos películas, y el resto de su obra es más despareja. Ellos luchaban por la patria (Oni srazhalis za rodinu, 1975), la historia -narrada sin heroísmos, a pesar de lo que puede sugerir el título- de un pelotón de soldados rusos en retroceso ante el avance de los nazis, es una gran película. En los 80 encaró una ambiciosa coproducción con México e Italia para narrar, en dos partes, las revoluciones mexicanas y rusas según la mirada del periodista y poeta estadounidense John Reed, interpretado por Franco Nero: Campanas rojas (Krasnye kolokola, film pervyy - Meksika v ogne, 1982) y Campanas rojas II - Rusia 1917 (Krasnye kolokola, film vtoroy - Ya videl rozhdenie novogo mira, 1983), dos films que pocos recuerdan.
Su última película como director fue Boris Godunov (1986), adaptación de la obra teatral de Aleksandr Pushkin. En su Historical Dictionary of Russian and Soviet Cinema (2009), Peter Rollberg sostiene que se trata del “testamento cinematográfico de un escéptico de la Perestroika”, y agrega: “El material clásico, presentado de forma más bien académica y fría, resonaba con las propias experiencias de Bondarchuk cuando se convirtió en el principal objetivo de los feroces ataques de los campeones de la democratización y la descentralización en el cine soviético, en particular durante el tempestuoso Quinto Congreso de la Unión de Cineastas Soviéticos en mayo de 1986, cuando ni siquiera se le permitió responder a las acusaciones dirigidas contra él”. El único director ruso de renombre que lo respaldó en esos tiempos difíciles fue Nikita Mijalkov.
Serguéi Bondarchuk murió en 1994, a los 74 años. Sus últimos años los pasó batallando legalmente contra un productor italiano que había financiado un viejo anhelo suyo, la miniserie And Quiet Flows the Don, protagonizada por Rupert Everett y Ben Gazzara, filmada en 1993 y que recién pudo estrenarse en 2006.
EL DESTINO DE UN HOMBRE
Título original: Sudba cheloveka
Director: Serguéi Bondarchuk
Protagonistas: Serguéi Bondarchuk, Pavel Boriskin, Zinaida Kirienko, Pavel Volkov, Yuri Averin
País: Unión Soviética
Idioma: ruso
Año: 1959
Duración: 97 minutos
Para leer después de ver la película
El cine soviético tuvo dos momentos de gran repercusión más allá de sus fronteras. El primero fue en la década del 20, con las obras maestras silentes de Serguéi Eisenstein, Vsévolod Pudovkin y Aleksandr Dovzhenko, entre otros. El segundo comenzó hacia mediados de los años 50, en la etapa política conocida como el “deshielo”. Entre medio de ambos períodos se impuso el realismo socialista, un dogma ideado por Andréi Zhdanov y abrazado oficialmente por el stalinismo que promulgaba que toda creación artística debía adherir a los cánones del realismo y la verdad histórica según la entendía el marxismo. El objetivo, en definitiva, era educar al público en la causa comunista. El cine soviético, en consecuencia, se vio encerrado en esa tramposa doble pretensión: reflejar la realidad y a la vez funcionar como propaganda.
La muerte de Iósif Stalin en 1953 y el ascenso al poder de Nikita Kruschev tres años más tarde generaron un período de apertura cultural que permitió una renovación, temática y formal, del cine soviético. “Las películas bélicas de posguerra habían celebrado la ‘Gran Guerra Patriótica’ [como denominan los rusos a la Segunda Guerra] como triunfo nacional, pero la guerra como tragedia nacional seguía siendo un territorio virgen para los directores”, sostiene Denise J. Youngblood en su libro Russian War Films: On the Cinema Front, 1914-2005 (2007). No es casualidad entonces que las cuatro películas más significativas del “deshielo”, las que mayor repercusión internacional tuvieron en aquel momento, sean bélicas: Pasaron las grullas (Letyat zhuravli, 1957), de Mijaíl Kalatózov, Palma de Oro en Cannes; La balada del soldado (Ballada o soldate, 1959), de Grigori Chujrái, nominada a un Oscar y ganadora del BAFTA como mejor película; La infancia de Iván (Ivanovo detstvo, 1962), de Andréi Tarkovski, León de Oro en Venecia; y El destino de un hombre, que se llevó el Grand Prix en la primera edición del Festival Internacional de Cine de Moscú.
“Por primera vez -afirma Youngblood-, los cineastas soviéticos fueron capaces de mostrar el costo emocional de la guerra, sin necesidad de heroicidades para compensar el sufrimiento”. Lo que une a estas cuatro películas es la intención de mostrar el dolor de la guerra y también sus consecuencias. Sus protagonistas no son héroes impolutos sino personas que padecen las circunstancias y cuyas acciones muchas veces están motivadas por el miedo o la necesidad de sobrevivir más que por el valor.
De las cuatro, El destino de un hombre es la menos conocida. Se basa en un relato que Mijaíl Shólojov escribió en 1946 pero recién pudo publicar en 1956, cuando el clima político había cambiado. Su protagonista, Andréi Sokolov, no lucha por Stalin o por el partido, sino por su familia y por su patria rusa, una motivación inaceptablemente apolítica para el stalinismo. En la película, Bondarchuk -como director, pero también como protagonista, en una gran actuación- relativiza las actitudes heroicas de su protagonista. El escape del campo de prisioneros, por ejemplo, cuando huye en el auto con el oficial alemán en el asiento de atrás, apenas se extiende unos minutos, y buena parte de la acción no se muestra. Sokolov escapa porque ve la oportunidad, porque quiere volver a ver a su familia (con la que sueña todas las noches), y no para robar la información secreta del portafolios del oficial alemán, lo que ocurre de casualidad.
Las dos escenas más importantes y potentes de la película también van en ese sentido. Cuando los prisioneros de guerra son amontonados por los nazis en una iglesia semidestruida, la solidaridad entre camaradas se resquebraja de inmediato. Primero, cuando algunos soldados se burlan del ruso católico que necesita ir al baño, pero no quiere hacerlo en ese lugar sagrado. Y luego cuando otro soldado amenaza con delatar a un compañero, miembro del Partido Comunista. Sokolov interviene y estrangula al posible delator hasta matarlo: el momento, brutal, se mantiene fuera de campo, y asesinar a un traidor no es un acto heroico sino de necesidad, para sobrevivir.
La otra escena es el “duelo” de bebidas en el campo de concentración donde Sokolov está detenido más adelante. Después de tomar tres vasos de vodka en un solo trago, los nazis se asombran por la capacidad del ruso para beber y deciden perdonarle la vida. “Pero el verdadero heroísmo de Sokolov no reside en su capacidad de beber, sino en su capacidad de mantener un rígido control sobre su miedo”, interpreta Josephine Woll en el libro Real Images - Soviet Cinema and the Thaw (2000). “Impasible durante toda la prueba, Sokolov cede a su terror una vez que está a salvo en el exterior. Casi se derrumba mientras aferra la preciada comida contra su pecho; luego regresa tambaleándose a la barraca para compartir el botín con sus compañeros de prisión. Bondarchuk [...] opta por restar importancia al podvig, a la hazaña. En lugar de ello, subraya su inmenso costo para Sokolov, cuyo deseo de vivir persiste incluso en esa situación”, agrega.
Como sostuvo alguna vez el historiador inglés A. J. P. Taylor, en la Primera Guerra era común que un telegrama llegara a casa para informarle a una madre que había perdido a un hijo en el frente de batalla; en la Segunda Guerra, en cambio, era común que un soldado se enterara por telegrama que su familia había muerto en un bombardeo, a miles de kilómetros del frente. Eso es lo que sufre Sokolov: cuando vuelve a casa se da cuenta de que su esposa y sus dos hijas murieron en un ataque aéreo. Poco después morirá su hijo, prácticamente en el final de la guerra, y ahí está el extraordinario momento de los soldados rusos celebrando por las calles de Berlín mientras Sokolov regresa del entierro. Al final encuentra al pequeño Iván y decide adoptarlo, pero sabe que las cosas ya no pueden volver a ser como antes. “Sus tragedias -escribe Woll- le han dañado irremediablemente. Sobrevive, y de alguna manera conserva la capacidad de amar, como lo demuestra el vínculo que forma con su hijo adoptivo, pero su corazón está literalmente roto, su latido es arrítmico y taquicárdico”.
El destino de un hombre permite además advertir el ingenio visual de Bondarchuk. La escena de los prisioneros en la iglesia, por ejemplo, tiene composiciones que parecen una pintura barroca del siglo XVII. La primera vez que el protagonista escapa, mientras corre por el bosque, hay un momento en el que Bondarchuk utiliza un recurso similar al generado por una SnorriCam (la cámara pegada al rostro del personaje; en el final profundizaré un poco sobre esto), un dispositivo cuyo uso recién se hizo frecuente en la década del 90. También sorprenden algunas composiciones en escenas masivas, llenas de extras, con una gran profundidad de campo y acciones simultáneas en varios espacios. Todo esto anticipó de algún modo lo que el director haría unos años más tarde en La guerra y la paz, donde refinaría y llevaría a alturas increíbles muchos de estos recursos e ideas.
Si tenés ganas de algo más…
- La SnorriCam es un dispositivo inventado por dos técnicos y fotógrafos islandeces en los años 90. Un aparejo fija la cámara al cuerpo del actor, enfocando hacia él mismo en primer plano, por lo que a medida que se va moviendo el rostro queda siempre encuadrado de la misma manera pero el fondo va cambiando. Se cree que este concepto visual se utilizó por primera vez en la película alemana Kuhle Wampe (Kuhle Wampe, oder: Wem gehört die Welt?, Slatan Dudow, 1932), y se suelen considerar a El otro señor Hamilton (Seconds, 1966), de John Frankenheimer, y Calles salvajes (Mean Streets, 1973), de Martin Scorsese, como tempranos ejemplos. Hacia mediados de los 90 el uso de la SnorriCam se volvió muy popular a partir de algunos videoclips y, sobre todo, de su profuso uso en Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream, 2000), de Darren Aronofsky. Con El destino de un hombre, Bondarchuk podría inscribirse entre los pioneros. En YouTube podés ver un breve video con muchos ejemplos de uso de la SnorriCam.
- Si no lo hiciste aún, te recomiendo mucho (¡muchísimo!) que veas la versión de Bondarchuk de La guerra y la paz. No se parece a nada, y nunca podrá volver a hacerse algo así. Dura poco más de siete horas, pero está dividida en cuatro partes y puede verse como una miniserie. Si te manejas con el inglés o el italiano la podés ver en HD en YouTube: las partes uno, dos, tres y cuatro están completas y subtituladas en esos idiomas. Si no se consigue fácil por ahí, en excelente calidad y con subtítulos en castellano.
- Mosfilm es el estudio de cine más importante de la historia rusa (y uno de los más relevantes de la historia del cine toda). En sus gigantescas instalaciones, una de las más grandes del mundo, se filmaron muchos de los más recordados clásicos del país. En su canal de YouTube tiene cientos de películas para ver gratis, de manera legal y, en general, en excelente calidad. Peiné todos esos videos para encontrar los que están disponibles con subtítulos en castellano. Son 45 films en total, y hay de todo: dramas, comedias, musicales, clásicos indiscutidos de Serguéi Eisenstein o Andréi Tarkovski y películas mucho menos conocidas, en color o en blanco y negro, desde los años 30 hasta la actualidad. Armé una lista de reproducción de YouTube con todas estas películas, que podés revisar acá. Entre ellas están para ver las cuatro bélicas del período del “deshielo” mencionadas en esta edición: Pasaron las grullas, La balada del soldado y La infancia de Iván. Para habilitar los subtítulos en castellano tenés que hacer click en el ícono del engranaje (más conocido como la ruedita) que está en la esquina inferior derecha del video.
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