#126 - La violencia está entre nosotros
La caza en el cine, o el hombre como lobo del hombre.
Este mes en Cinematófilos, dos sorprendentes historias francesas de gran actualidad. Más abajo vas a encontrar los links para acceder a las películas de esta edición, que van a estar disponibles durante un mes. Te recomiendo que las descargues en tu computadora para poder verlas cuando quieras; si no sabés cómo hacerlo (es muy sencillo) podés revisar acá un tutorial al respecto.
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Para leer antes de ver la película
Algunas de las primeras expresiones artísticas surgidas de la mente de los seres humanos están vinculadas a la caza. Una pintura rupestre hallada en una cueva de la isla de Célebes, en Indonesia, sería la obra de arte figurativo más antigua de la historia, según plantearon antropólogos australianos en un artículo publicado en diciembre de 2019 en la revista científica Nature. El dibujo, que tiene unos 44 mil años, parece mostrar a un búfalo siendo perseguido por criaturas mitad humanas, mitad animales armadas con lanzas. “Esta escena de caza es -hasta donde sabemos- el registro pictórico narrativo más antiguo” del que se tenga registro, escribieron, y agregaron que “también ofrece indicios del arraigado simbolismo del vínculo humano-animal y de las relaciones depredador-presa en las creencias espirituales, las tradiciones narrativas y las prácticas de creación de imágenes de nuestra especie”.
Cuando apareció el cine, hace apenas 130 años, la caza seguía siendo una actividad importante para los seres humanos, pero ya no esencial para su subsistencia. Hombres y mujeres no necesitaban salir en búsqueda de una presa para satisfacer sus necesidades alimentarias o de vestimenta. La crueldad de matar a un animal quedaba entonces confinada a la mera satisfacción personal (el altanero orgullo humano de confirmar su puesto en lo más alto de la cadena trófica, el alarde de lucir una excéntrica piel como abrigo) o a industrias cada vez más cuestionadas, como la ballenera. En este sentido, el biólogo y conservacionista estadounidense Carl Akeley escribió en su libro In Brightest Africa (1923):
“Los cazadores con cámara me parecen mucho más útiles que los cazadores con escopeta. Tienen sus imágenes para mostrar -fotografías fijas e imágenes en movimiento- y cuando su caza termina, los animales siguen vivos para jugar otro día. Además, según cualquier concepto real de deporte -el uso de la habilidad, la audacia y la resistencia para superar las dificultades-, la caza con cámara requiere el doble de hombría que la caza con escopeta. Es una suerte para los animales que la caza con cámara se esté popularizando”
Ya desde la aparición del fusil fotográfico en 1882, antecedente de la cámara cinematográfica creado por el francés Étienne-Jules Marey que disparaba 12 fotos por segundo, la relación -simbólica y real- entre las imágenes en movimiento y la caza fue muy estrecha. Películas sobre el tema hubo siempre, desde los comienzos. La británica A Desperate Poaching Affray (1903), de William Haggar, muestra la persecución a dos cazadores furtivos y, aunque vista hoy parece primitiva, fue importante en el desarrollo de la narración cinematográfica. Lion Hunting (Løvejagten, 1907), de Viggo Larsen, mezcla torpemente imágenes de una selva africana recreada en estudios de Copenhague con filmaciones en un zoológico para retratar el asesinato y destripamiento de dos leones. Generó mucha controversia en su momento pero fue un gran éxito, lo que ayudó al nacimiento de la época de oro del cine mudo danés.
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Pero los films más interesantes sobre la caza no suelen ser los que se centran el acto en sí mismo, sino los que lo utilizan como excusa para plantear otras cuestiones. Alguien escribió en el siglo XVII -la frase es tan universal que ni siquiera hace falta acreditarla- que el ser humano es, naturalmente, homo homini lupis: el hombre es el lobo del hombre. Y el cine se valió en reiteradas ocasiones de la cacería para examinar esta idea. Hay en este sentido dos líneas, ocasionalmente confluyentes, que me interesa explorar, porque ambas se relacionan con las películas de esta edición de Cinematófilos.
La caza es habitualmente una actividad de hombres. Puede ser solitaria, como en la australiana El cazador (The Hunter, Daniel Nettheim, 2011), en la que el personaje de Willem Dafoe sale en búsqueda del misterioso tigre de Tasmania. Pero en general se trata de una acción grupal, en la que varones blancos armados intentan revalidar un mandato de masculinidad, como muestra la salvaje matanza de canguros sobre el final de otra película australiana, la notable Hombre sin mañana (Wake in Fright, 1971), de Ted Kotcheff. La cacería (Jagten, 2012), de Thomas Vinterberg, presenta a la venación como un ritual ancestral de iniciación que sirve de telón de fondo para una violencia progresiva rodeada de prejuicios, silencios y mentiras. En Peculiarities of the National Hunt (Osobennosti natsionalnoy okhoty, 1995), de Aleksandr Rogozhkin, la cuestión se lleva a un extremo: lo que comienza como el intento de un joven finlandés por experimentar la tradicional caza rusa, deviene en una sucesión de situaciones absurdas regadas de vodka y ni un solo animal capturado.
Un film insoslayable en este tema es La caza (1966), de Carlos Saura, en la que tres antiguos camaradas del bando nacional pasan un día persiguiendo conejos y acaban matándose entre ellos delante del cuarto miembro de la cuadrilla, más joven. Se trata, como planteó Guy H. Wood en su libro monográfico sobre la película (2010), de “una genial fusión de realismo y abstracción que produce múltiples lecturas”: la violencia latente de la sociedad española; una alegoría de la guerra civil y sus heridas abiertas; una manera camuflada de lanzar críticas al franquismo; el desesperado intento de tres amigos veteranos por revalidar una virilidad que sienten menguar. Además de ser una gran película, La caza abrió un camino en la cinematografía española que luego transitaron obras importantes y muy críticas de la actualidad del país como Furtivos (1975), de José Luis Borau, o La escopeta nacional (1978), de Luis García Berlanga, entre otras.
Si la cacería es un juego de astucia entre el cazador y su presa, su extensión lógica y perversa sería perseguir a un animal con las mismas capacidades intelectuales: otro ser humano. En 1924, un relato corto de Richard Connell presentó al público esta idea tan chocante como fascinante, y el cine la exploró infinidad de veces desde entonces. El malvado Zaroff (The Most Dangerous Game, 1932), dirigida por Ernest B. Schoedsack e Irving Pichel sobre la historia de Connell, inauguró el subgénero y acaso siga siendo la mejor. Ofrece una prodigiosa puesta en escena que sorprende aún hoy, más de 90 años más tarde; diálogos filosos y provocadores (“Sólo después de matar conoce el hombre el verdadero éxtasis del amor”, dice en un momento el conde Zaroff); y una postura filosófica decididamente crítica de la caza como deporte.
En su libro The Most Dangerous Cinema - People Hunting People on Film (2014), Bryan Senn recorre el extenso legado cinematográfico de la historia de Connell. La cantidad de títulos es enorme, y va desde el desvergonzado sexploitation de The Woman Hunt (1972), producción filipina de Roger Corman dirigida por Eddie Romero, hasta la divertida pirotecnia visual de John Woo en su primera realización hollywoodense, Hard Target: Operación cacería (Hard Target, 1993), protagonizada por Jean-Claude Van Damme. También hay films con intenciones más serias, como la tensa La prueba del león (The Naked Prey, 1965), de Cornel Wilde.
Las dos películas de la edición de este mes de Cinematófilos son muy diferentes, pero tienen a la caza como tema en común. Y eso es todo lo que conviene saber antes de verlas. Se trata de La traque (1975), de Serge Leroy, y Le prix du danger (1983), de Yves Boisset. Ninguna tuvo estreno comercial en las salas de Argentina, así que es un buen momento para redescubrirlas.
LA TRAQUE
Director: Serge Leroy
Protagonistas: Mimsy Farmer, Jean-Pierre Marielle, Michael Lonsdale, Michel Constantin, Jean-Luc Bideau, Paul Crauchet, Gérard Darrieu, Michel Robin, Philippe Léotard
Países: Francia e Italia
Idioma: francés
Año: 1975
Duración: 97 minutos
LE PRIX DU DANGER
Director: Yves Boisset
Protagonistas: Gérard Lanvin, Michel Piccoli, Marie-France Pisier, Bruno Cremer, Andréa Ferréol
Países: Francia y Yugoslavia
Idioma: francés
Año: 1983
Duración: 98 minutos
Para leer después de ver la película
En la convulsionada década del 70 se estrenaron varias películas que utilizaron a la caza, de manera más o menos explícita, para retratar diferentes violencias. En Los perros de paja (Straw Dogs, 1971), de Sam Peckinpah, el personaje educado y pacifista que interpreta Dustin Hoffman primero se aburre cuando salen a dispararle a los pájaros pero luego asesina a uno de sus atacantes con una trampa para osos, en una espiral salvaje que parece terminar disfrutando. La violencia está en nosotros (Deliverance, 1972), de John Boorman, narra la odisea de cuatro hombres de negocios por un territorio muerto, asesinado por la civilización, donde se ven obligados a dar rienda suelta a sus instintos más inhumanos. Los cazadores (Open Season, 1974), de Peter Collinson, reversiona El malvado Zaroff en el contexto de la guerra de Vietnam: Peter Fonda y otros desquiciados veteranos salen a cazar personas desprevenidas, entre ellos nuestro Alberto de Mendoza. La australiana Hombre sin mañana y la española Furtivos, que mencioné en la primera parte, también podrían integrar el grupo.
En este contexto se inscribe La traque, que podría traducirse como “El rastreo”, una película estrenada sin demasiado éxito hace cinco décadas y muy poco recordada hasta hace unos años, cuando fue reeditada en video en una versión restaurada digitalmente. Varios comentarios recientes en internet la vinculan con el rape and revenge, una temática siempre polémica en el cine que comenté en una edición anterior del newsletter. Pero aunque la apreciación no es completamente desacertada (hay, después de todo, una violación y una especie de improvisada venganza), La traque apunta hacia otro lado.
El film de Serge Leroy no trata sobre el sufrimiento femenino, sino que se centra en los vínculos masculinos. Ya en los primeros minutos queda claro que los lazos de amistad entre los hombres son, al menos, algo extraños. Mientras Philippe Mansart (Jean-Luc Bideau) lleva a Helen Wells (Mimsy Farmer) en su auto a la casa que la mujer planea alquilar, los hermanos Paul y Albert Danville (Philippe Léotard y Jean-Pierre Marielle) irrumpen en el camino y los chocan deliberadamente desde atrás. Helen se sorprende, pero para Philippe es algo de lo más natural. “Están un poco locos”, comenta ella. “No se preocupe, son como niños”, le responde él, con una sonrisa despreocupada. Ese instante eléctrico del roce entre los autos (que podrían funcionar como una extensión fálica) ya insinúa hasta qué punto todo este juego se trata de una disputa entre hombres.
Poco después, en el desayuno antes de salir a cazar, quedan claras las relaciones entre los integrantes del grupo que se van sumando. Es un momento muy bien construido, en el que con apenas pinceladas de diálogos incompletos y algunos cruces de miradas el director logra delinear a los personajes. Ya sabíamos que Philippe pretende ser candidato a un cargo legislativo local, pero ahora nos enteramos de que su amante es la esposa del terrateniente David Sutter (Michael Lonsdale), un tipo que sólo parece moverse en base a intereses personales. Sutter charla sobre la posible compra de unos terrenos con Chamond (Michel Robin), un supuesto “buen cristiano” que acaba de volver de misa. También están el capitán Nimier (Michel Constantin), ex miembro del ejército, y el notario Rollin (Paul Crauchet), alcohólico en recuperación que integró la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. Y conocemos que el empleado Maurois (Gerard Darrieu), que combatió en Indochina y aquí sólo cumple órdenes, ya tuvo problemas legales por abusar de una chica. Vista en retrospectiva, conociendo el desenlace de la historia, esta escena parece un indicativo obvio de lo que ocurrirá. Aunque en un primer momento el grupo parece condenar la violación de Helen por parte de los hermanos Danville, muy pronto la manada se alinea: la mujer es un riesgo para la imagen y los intereses de todos, y debe ser callada. Ella es, además, una persona educada, una profesora universitaria bilingüe, el único personaje femenino de la película que no parece someterse a los dictados masculinos.
El varón, como plantea la antropóloga Rita Segato, debe probar su masculinidad, un mandato entre pares. La violación es una agresión por medios sexuales, pero también un arma. No sólo tiene una motivación sexual. Es un acto de otro orden, más complejo, que no siempre busca satisfacer una urgencia sexual: puede ser también una mostración de virilidad y crueldad. A diferencia de la feminidad, la masculinidad es un estatus, algo que da prestigio: un título a ser renovado. Y allí lo importante, entonces, es que haya otros observando y avalando la violencia.
Luego de la violación, La traque decide quedarse con el grupo de hombres para explorar sus relaciones. Y lleva esta situación a un límite tan incómodo como angustiante. Toda la secuencia final, en la que la cofradía de cazadores va acechando a su moribunda presa, es prodigiosa en su puesta en escena y al mismo tiempo consecuente con la moral de la película. En inglés, su lengua materna, Helen grita desesperada en búsqueda de ayuda mientras intenta cruzar el lago, y Serge Leroy se queda con los rostros impasibles de los hombres, que apenas exhiben la clase de compasión que un cazador podría llegar a tener con un animal al que acaba de herir de muerte.
Como espectadores, hasta los últimos instantes albergamos la esperanza de que alguno de los hombres decida dar un paso al frente, plantarse ante la locura colectiva. Deseamos que alguien (acaso Philippe) grite basta y ayude a Helen. Pero los lazos masculinos, la perversa necesidad de mantener los privilegios, son más fuertes. Vuelvo a las ideas de Segato: como en la lógica mafiosa, en la lógica de la crueldad patriarcal hay que demostrar que se puede no tener límites, se puede no ser empático. Para pertenecer a un grupo mafioso, es necesario demostrar crueldad y lealtad. Será el notario Rollin, antiguo héroe de la lucha contra el invasor nazi, el que le dará forma a la mentira grupal: ante las autoridades, todo será un desafortunado accidente de caza.
Como apuntó el crítico Marc-Gil Depotisse en un texto publicado el año pasado en la revista francesa Blast, “La traque es una joya tan radical en su denuncia de la burguesía y de lo que ésta produce como Al anochecer (Juste avant la nuit, 1971), de Claude Chabrol, pero más directa, más frontal, y la estricta unidad de lugar, acción y tiempo subraya aún más el lado dramático y brutal del destino de Helen. Serge Leroy entrega un maravilloso film negro que sigue siendo escalofriantemente actual 50 años después de su estreno”.
La otra noche estaba haciendo zapping por los canales de la televisión abierta (algo en peligro de extinción, como la mayoría de los animales víctimas de la caza mayor) y me crucé con un programa de preguntas y respuestas. Siempre me pareció uno de los géneros puramente televisivos más atractivos, porque invita a la participación activa del espectador, lo incita a involucrarse en el juego. En la pantalla de canal 13, una participante debía contestar un multiple choise bastante sencillo, si no recuerdo mal en qué año se estrenaron películas hollywoodenses muy conocidas, entre ellas E.T., el extraterrestre (E.T. the Extra-Terrestrial, Steven Spielberg, 1982). A diferencia de los formatos clásicos de este tipo, aquí el suspenso no dependía de la respuesta sino del castigo: si se equivocaba, la concursante recibiría el súbito golpe de una enorme pelota que la haría caer en una pileta. El momento estaba condimentado con insistentes planos desde atrás de dos chicas en bikini que hacían de guardavidas y con los “consejos” del conductor (un jarabe para la tos, un sitio de apuestas deportivas) que interrumpían cada tanto la acción. Y luego se centraba en la exhibición de la violencia: ver una y otra vez, en cámara lenta y desde todos los ángulos imaginables, se mostraba cómo caía al agua la mujer que se había equivocado. Un combo imbatible para el prime time: consumismo, erotismo y algo de crueldad.
Hace casi 70 años, en 1958, el autor estadounidense Robert Sheckley publicó un cuento profético: The Prize of Peril, o “El premio del peligro” en castellano, que se anticipó varias décadas al surgimiento de reality shows como Expedición Robinson, Fear Factor y varios otros. “La historia de Sheckley parece haber originado indudablemente la idea de la ‘televisión del castigo’ impulsada por los índices de audiencia, y algunas de sus obras de ciencia ficción satíricas posteriores han explorado más a fondo la idea del castigo como deporte para espectadores”, describe Mike Nellis en uno de los capítulos del libro Captured by the Media: Prison Discourse in Popular Culture (2006).
Le prix du danger es una transposición del cuento de Sheckley, aunque no fue la primera: el telefilm alemán Das Millionenspiel (1970), de Tom Toelle, trasladó la misma historia a la pantalla chica, también con resultados notables. E incluso antes se había estrenado la italiana La décima víctima (La decima vittima, 1965), de Elio Petri, sobre otro relato de Sheckley, una sátira sociopolítica chic en la que Marcello Mastroianni y Ursula Andress son presa y perseguidora en un futuro donde la cacería humana fue legalizada con fines sanitarios. “Aunque no es la primera de las variantes al estilo de show televisivo de El malvado Zaroff, la producción francesa Le prix du danger es posiblemente la mejor y, sin duda, la más realista”, opina Bryan Senn en The Most Dangerous Cinema - People Hunting People on Film.
Yves Boisset, que murió en marzo pasado a los 86 años, realizó en los años 70 y 80 varias películas muy críticas de la realidad francesa y europea. El atentado (L'attentat, 1972) y Traición autorizada (Espion, lève-toi, 1982), dos thrillers políticos en la línea de las ficciones de John le Carré, exhibían un marcado pesimismo. Sola contra el crimen (La femme flic, 1980) denunciaba la podredumbre moral de un pequeño pueblo minero, cómplice de una red de pornografía infantil. En la más disparatada Día de perros (Canicule, 1984), protagonizada por Lee Marvin, el director inyectó un humor absurdo a su habitual rabia política. Le prix du danger es coherente con esta mirada del mundo.
El film de Boisset tiene innumerables similitudes con otro, estrenado apenas unos años más tarde y mucho más conocido: Carrera contra la muerte (The Running Man, 1987), de Paul Michael Glaser, protagonizado por Arnold Schwarzenegger y basado en una novela que Stephen King publicó bajo el pseudónimo de Richard Bachman en 1982. Pero aunque la producción de Hollywood es una aventura entretenida y bastante crítica de la sociedad estadounidense de la época, presenta una diferencia fundamental con Le prix du danger. Y esa disparidad ubica a las dos películas en universos muy diferentes.
En Carrera contra la muerte, el personaje que interpreta Schwarzenegger es un falso culpable, un capitán de las fuerzas de seguridad acusado de cometer una masacre que, en realidad, trató de evitar. Y el show televisivo del título es una especie de espectacularización de la pena de muerte: los concursantes, perseguidos por una serie de cazadores, son delincuentes condenados por delitos graves. François Jacquemard (Gérard Lanvin), el protagonista de Le prix du danger, es en cambio un pobre tipo, un desocupado que decide inscribirse en el programa porque necesita el dinero. O porque le hacen creer que necesita las cosas que ese dinero podría comprar.
Uno de los aspectos más notables de esta realización francesa es cómo la vida parece estar condicionada por los discursos publicitarios. El show que encabeza Frédéric Mallaire (Michel Piccoli) está regado de anuncios comerciales. “Después de una tragedia tan cruel, soy reacio a hablarles de las próximas vacaciones, pero… ¡La vida continúa!”, anuncia el conductor, con pretendida congoja, luego de la muerte del primer participante. Acto seguido, recomienda una agencia de turismo que pone el mundo “al alcance de cualquier billetera, incluso la más pequeña” e invita a conocer la Polinesia mientras unas chicas con poca ropa bailan al ritmo del ukelele. Consumismo, erotismo y -ahora- mucha crueldad: un combo imbatible.
Todo tiene un auspiciante en este espectáculo de la muerte: las armas con las que se cometerá el homicidio televisado, los aviones que los participantes deben aterrizar como puedan en la competencia eliminatoria, un cacao que promete vitaminas naturales para sobreponerse a cualquier reto, los televisores portátiles que le permitirán a los cazadores saber dónde se oculta su presa... Este espíritu mercantil alcanza su mayor grado de hipocresía, la abyección más absoluta, cuando el show le regala unos segundos de aire a una ONG que lucha contra el hambre en el mundo.
François decide participar de El precio del peligro porque quiere “estar bajo las palmeras” con su novia. Antiguo simpatizante de ideas de izquierda, no entiende por qué algunos tienen tanto y ellos tan poco, y su modo de combatir la inequidad es jugarse la vida en vivo y en directo. Como Schwarzenegger en Carrera contra la muerte, descubrirá que todo es una farsa. Pero no terminará como un héroe sino como un loco: el sistema, capaz de reinventarse siempre para seguir viviendo, lo encierra en un manicomio. La cacería humana, aquí convertida en un espectáculo e institucionalizada, volverá muy pronto a la pantalla. El público lo demanda.
Si tenés ganas de algo más…
- Subtitulé al castellano el tráiler original de La traque. Lo podés ver en el canal de YouTube de este newsletter.
- También podés ver en YouTube un muy buen video -en francés- que compara con bastante detalle Le prix du danger y Carrera contra la muerte. El tema va a recobrar interés en los próximos meses, porque para noviembre está previsto el estreno de una nueva versión de The Running Man, dirigida por Edgar Wright y protagonizada por Glen Powell y Colman Domingo.
- El año pasado, en la entrega #112 del newsletter, programé otra gran película que tiene a la cacería en el centro de su historia, aunque de modo muy diferente a las dos de hoy: la noruega La caza (Jakten, 1959), de Erik Løchen. Vuelvo a compartirla acá por si te suscribiste recientemente o te la perdiste en su momento.
- Recordá que este año Cinematófilos sale una vez por mes. La próxima edición será el sábado 14 de junio, con otro doble programa. Si tenés alguna duda, comentario o sugerencia podés escribirme respondiendo a este mail o buscarme en las redes sociales: Facebook, Twitter, Bluesky e Instagram.
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Me gustó La traque! Una producción muy sencilla, muy bien construída! Personajes bien definidos, en un mismo tiempo y lugar, lo que refuerza el encierro. Gracias Andrés!