#93 - El monstruo interior
La mejor película de Larry Fessenden, singular voz del cine independiente.
Esta semana en Cinematófilos, un viaje melancólico, misterioso y sensual por Manhattan. Más adelante vas a encontrar el link para ver la película, que estará activo durante una semana. Te recomiendo entonces que la descargues en tu PC para poder verla cuando quieras; si no sabés cómo hacerlo (es muy sencillo) podés revisar acá un tutorial al respecto.
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Para leer antes de ver la película
Al recorrer las páginas del catálogo de la décimo primera edición del BAFICI, en 2009, un nombre se repetía con insistencia: Larry Fessenden. Quizás no llamara la atención de la mayoría de los espectadores, pero ese año el festival de cine independiente porteño ofreció una especie de retrospectiva oculta de su trabajo. Se lo pudo ver como actor y productor en films de Kelly Reichardt, una de las realizadoras más importantes del cine estadounidense contemporáneo, a quien se le dedicó un foco y la publicación de un libro, que incluía un bello texto de Fessenden sobre la directora. También fue uno de los protagonistas de I Sell the Dead (2008), primer largo de Glenn McQuaid, uno de sus muchos ahijados cinematográficos. Y en una función de trasnoche se proyectó la que en ese momento era su película más reciente, la parábola ecologista The Last Winter (2006). Hombre de múltiples personalidades e intereses, Fessenden es un personaje singular del cine independiente en Estados Unidos que cada tanto coquetea con Hollywood, como lo prueban sus trabajos con Martin Scorsese, Jim Jarmusch y Neil Jordan, entre otros. Y es además dueño de una obra como director muy coherente, aun con sus altibajos, que incluye al menos una creación extraordinaria, que veremos esta semana en el newsletter.
Actor, dibujante, músico, guionista, productor, montajista, escritor de videojuegos, director, dramaturgo, descubridor de jóvenes talentos. Casi no hay aspecto del cine y sus arrabales que Larry Fessenden no haya transitado desde comienzos de la década del 80. El año pasado el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York le dedicó una amplia y merecida retrospectiva, que incluyó la proyección de más de 20 películas propias y ajenas en las que estuvo involucrado. “Durante más de 40 años, Larry Fessenden no sólo ha reinventado y revigorizado los géneros del terror y la fantasía a través de sus reinterpretaciones contemporáneas de arquetipos míticos [...] sino que también, como fundador en 1985 de la productora neoyorkina Glass Eye Pix, ha nutrido el comienzo de la carrera de una gran variedad de talentos”, destacó el texto de presentación de la muestra.
Laurence T. Fessenden nació en Nueva York en 1963, y en su adolescencia, durante los años 70, desarrolló su pasión por el cine. Amaba las clásicas películas de monstruos que produjo la Universal Pictures entre los 30 y los 50, y también a los contemporáneos Roman Polanski, Steven Spielberg y David Cronenberg. Eran épocas en las que aún no existía el video hogareño, y él grababa en casetes de audio el sonido de las películas que veía en una sala y luego los escuchaba en su casa. Esa fascinación con la dimensión sonora lo llevó años más tarde a crear junto con Glenn McQuaid el podcast Tales from Beyond the Pale (2010-16), una serie de radioteatros vinculados con el terror que tuvo tres temporadas.
A comienzos de los 80, Fessenden se vinculó al movimiento denominado No wave cinema que surgió en el Lower East Side de Manhattan. Por allí circulaban Abel Ferrara, Steve Buscemi y Jim Jarmusch, entre otros. Fessenden realizó varios cortometrajes experimentales e instalaciones artísticas, en general filmadas en video o en Super 8. “En la primavera de 1986, Experienced Movers [un policial sobre ladrones de arte que dura dos horas y media] se proyectó en bares y vidrieras del East Village en once televisores conectados por cable coaxial. Nunca tuvimos prensa; no era ni arte ni cine, pero así aprendí a hacer y distribuir películas”, contó en el libro Captured: A Lower East Side Film & Video History (2005), de Clayton Patterson.
Su primera película comercial es No Telling (1991), una reversión de la historia de Frankenstein a partir de un científico inescrupuloso que experimenta con animales. En Depraved (2019) volvió sobre el mismo asunto, ahora con jóvenes emprendedores obsesionados con hacer negocios con la ciencia. Wendigo (2001) se acerca a la criatura mitológica del título para desnudar el pecado original de la nación: el exterminio de los pueblos nativos. The Last Winter denuncia que la codicia empresaria está destruyendo el planeta. Todas son historias con claros elementos de terror. Pero Fessenden no pretende sorprender al espectador con jump scares o asquearlo con sangre y vísceras, sino que toma los códigos del género para plantear otros temas. Hay cierta tendencia en sus películas a hacer demasiado explícitas algunas ideas, acaso un modo de dejar en claro que el verdadero terror no son los monstruos sino un estado de cosas. La propia existencia puede ser terrorífica.
“El cineasta independiente Larry Fessenden se ha propuesto un proyecto desafiante: abordar los temas y las emociones del cine de terror americano clásico a través de un enfoque decididamente moderno, como si John Cassavetes hubiera estado trabajando para Universal a principios de los años 30”, escribió el crítico Dave Kehr en The New York Times en 2002. La frase es genial, y se aplica sobre a su obra maestra, que veremos en esta entrega de Cinematófilos: Habit (1995). Film sensible y melancólico, filmado con escaso presupuesto pero ideas ilimitadas en las calles de Nueva York, narra el paulatino descenso de un hombre (interpretado por el propio director) hacia el abismo. Conviene no saber nada más antes de verla, y dejarse llevar por sus cautivadoras e inquietantes imágenes.
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Como productor, con su empresa Glass Eye Pix Fessenden jugó un rol importante en el inicio de la carrera de varios directores talentosos. Fue uno de los productores de River of Grass (1994), la ópera prima de Kelly Reichardt, película que además protagonizó y en la que se encargó del montaje. Desde entonces, Fessenden trabajó varias veces con la directora, por ejemplo en Wendy and Lucy (2008) y Ciertas mujeres (Certain Women, 2016). También fue una especie de mentor para varios jóvenes entusiastas. El caso más notable es el de Ti West, director de La casa del demonio (The House of the Devil, 2009), una de las voces más interesantes del cine de terror estadounidense contemporáneo.
Fessenden tiene un look muy particular. Es posible que nunca lo hayas oído nombrar pero que reconozcas su rostro por haberlo visto en alguna película. Frente ancha, cejas expresivas, pelos revueltos, barba de unos días, una sonrisa a la que le falta una de las paletas superiores. Su aspecto, que se asemeja ligeramente al Jack Nicholson de los 70, en general lo encasilló como actor en personajes alocados y problemáticos. Se lo suele ver en roles de reparto de películas de los grandes estudios, como el adicto que aparece en el comienzo de Vidas al límite (Bringing Out the Dead, 1999), de Martin Scorsese, o el dueño del hotel devorado por los zombis en The Dead Don't Die (2019), de Jim Jarmusch. “Me reuní con Neil Jordan en la audición de Valiente [The Brave One, 2007], y no hice un esfuerzo especial por vestirme elegante. Pero parece que él le dijo al director el casting: ‘Este tipo un friki total. Hizo todo lo posible por vestirse apropiadamente’. Y el otro le respondió: ‘No, así es Larry’”, contó Fessenden en una entrevista en 2009. Pronto lo veremos en un rol pequeño en la nueva película de Scorsese, Los asesinos de la luna (Killers of the Flower Moon, 2023). En el terreno independiente, en cambio, suele tomar papeles más destacados, como los protagónicos en We Are Still Here (2015), de Ted Geoghegan, o Jakob's Wife (2021), de Travis Stevens.
A propósito de la retrospectiva que el MoMA le dedicó el año pasado, Adam Nayman describió en Notebook (la publicación del servicio de streaming Mubi) a Fessenden como “uno de los cineastas de género más infravalorados de su generación”. Y agregó: “Lo que impide que sus parábolas sobre el consumo ostentoso se vuelvan pedantes es un sentido del humor negro que, en su mayor parte, elude la ironía [...] y una fiebre cinematográfica que es sencillamente más vital que la mayoría de los buenos autores liberales de izquierda, independientemente de su cosecha”. En Habit no hay demasiado de ese humor inteligente, porque la historia transita otros asuntos. Pero sí es una película absorvente y enérgica, una de las más singulares que haya dado el cine estadounidense de los años 90. No te la pierdas, porque además los subtítulos en castellano los hice yo especialmente para esta edición y no los vas a conseguir en otro lado.
HABIT
Director: Larry Fessenden
Protagonistas: Larry Fessenden, Meredith Snaider, Aaron Beall, Patricia Coleman, Heather Woodbury
País: Estados Unidos
Idioma: inglés
Año: 1995
Duración: 112 minutos
Para leer después de ver la película
“¿Estás queriendo decirme que Anna es una vampira?”, le pregunta Nick (Aaron Beall) a Sam (Larry Fessenden). Estamos cerca de la hora y media de la película, y por primera vez se pronuncia esa palabra. Es un gran momento de Habit, muy potente, porque los amigos finalmente están hablando con franqueza, sin rodeos. Sam se anima a contar qué le está pasando, y la progresión dramática de la discusión avanza de modo notable hasta que ya no quedan alternativas: la palabra vampiro debe ser expresada. Entonces Nick verbaliza uno de los temas centrales del film: “El vampirismo está por todos lados. Se esconde en nuestros corazones, Sam. Está en el fondo de una botella, o en una aguja en el brazo, son 500 canales de insípido babeo cultural. La publicidad y la gula, drenándonos nuestra capacidad de pensar. Son los insidiosos tratos fáusticos que hacemos cada día”. El monólogo remite a una célebre idea de Karl Marx: la relación vampírica entre los dueños de los medios de producción y los trabajadores.
Los monstruos suelen ser una excusa en el cine de Fessenden, como planteé en la primera parte de esta entrega. Un pretexto para introducirnos en el terror de la existencia, en las criaturas que habitan en nuestro interior. Por eso Habit apela apenas delicadamente a los lugares comunes del género: aparece por ahí algún golpe de efecto discreto, se muestra algo de sangre pero sin gore. El horror se va filtrando de modo lento, a partir de los climas más que de las situaciones dramáticas. Y por eso también la película es muy cuidadosa en mantener la ambigüedad. ¿Es realmente Anna (Meredith Snaider) una vampira? ¿O es todo parte de la imaginación de Sam mientras se desliza inexorablemente hacia el abismo? “En realidad, me estoy suicidando en etapas”, dice el protagonista en un momento. Un contraplano sobre el final, en el que el cuerpo de Anna ya no aparece al lado del de Sam en el pavimento, es la prueba última de esa deliberada indeterminación.
Es que Sam es un alcohólico. Casi no hay momento en la película en el que no lo veamos con una botella o un vaso en la mano. Esa adicción tuvo mucho que ver en su separación de Liza (Heather Woodbury). Y además acaba de morir su padre, con quien tenía una relación compleja. Entonces su límite entre la realidad y la ilusión se va tornando cada vez más difuso. “Un clavo saca a otro clavo” (“Hair of the dog that bit me” en inglés), dice Sam como excusa, luego de servirse un trago de cerveza una mañana para combatir la resaca. Es un refrán que también pronuncia Jack Torrance (Jack Nicholson), otro alcohólico con problemas para identificar qué es real y qué no, en El resplandor (The Shining, 1980), de Stanley Kubrick.
Desde las primeras escenas, Habit presenta un ámbito carnavalesco que de a poco le irá dejando espacio a lo decididamente surrealista. En el comienzo, Sam camina por las calles de Manhattan abarrotadas de gente disfrazada para celebrar Halloween. En una esquina se detiene ante la imagen de un chico vestido como el diablo, que parece mirarlo. Otras situaciones -como las modelos desnudas en las escaleras de un edificio o los supuestos lobos en Central Park- profundizan esa representación fantasmagórica de Nueva York. “Estas secuencias actúan como carteles indicadores que señalan el descenso de Sam a la locura, pero también su exposición al delirio que subyace en la ciudad”, plantea Stacey Abbott en su libro Celluloid Vampires: Life After Death in the Modern World (2007).
La puesta en escena acompaña esta dualidad. De allí que el crítico Dave Kehr haya trazado ingeniosamente la conexión entre Cassavetes y el cine clásico de terror de la Universal, aunque aquí sería más preciso, creo, el vínculo con George A. Romero, en particular con Martin, el amante del terror (Martin, 1977). La textura de la película de 16mm, la iluminación naturalista, la cámara en mano, los diálogos y las actuaciones “realistas”: todo apunta hacia el verismo. Y sin embargo, una y otra vez irrumpen sonidos e imágenes que imprimen una cualidad casi onírica. La película, como planteó Kenneth Turan en Los Angeles Times en 1997, “crea un aire de amenaza inquietante y embrujada en las calles más bien ordinarias del Lower Manhattan”.
“Dos entradas para el viaje de tu vida”, propone Anna antes de subir a la vuelta al mundo. Ella tiene la iniciativa, Sam la sigue. La agresividad de esta extraña y sensual joven es directamente proporcional a la pasividad de él. Lo arrastra a una acalorada velada nudista en la terraza del edificio, a un extraño paseo nocturno por Central Park, al sexo desenfrenado en la morgue de un hospital. Sam, en cambio, parece encontrar confort en el asiento trasero de un taxi, desde donde observa la ciudad a través de la ventanilla, apenas como testigo que no se expone al caos urbano. Quiere seguridad, saber quién es ella. “Cuando menos sepas de mí, más tiempo permanecerás interesado”, responde Anna. Como resumió Craig Ian Mann en el sitio The 4th Act Film Collective, “tomada como una película de terror, un drama humano o una complicada mezcla de ambos, Habit es una perturbadora historia de aislamiento urbano, pérdida y dependencia del alcohol”.
Películas de vampiros hubo siempre, pero en los años 70 el subgénero comenzó a reaparecer con fuerza en el cine estadounidense. Y en particular las historias ambientadas en Nueva York, que colocan al mito nacido en la Europa feudal en un entorno urbano y contemporáneo. La primera del ciclo posiblemente haya sido Drácula, amor al primer mordisco (Love at First Bite, 1979), de Stan Dragoti, en la que el célebre conde de Transilvania emigra a la Gran Manzana. Más adelante hubo de todo: de la colorida estilización de Tony Scott en El ansia (The Hunger, 1983) al blanco y negro de Michael Almereyda en Nadja (1994); de la comedia negra de El beso del vampiro (Vampire's Kiss, 1988), de Robert Bierman, al drama de The Addiction (1995), de Abel Ferrara; del presupuesto nulo de Red Lips (1995), de Donald Farmer, al elenco estelar de Un vampiro suelto en Brooklyn (Vampire in Brooklyn, 1995), de Wes Craven.
Al repasar todos estos títulos, puede dar la impresión de que Habit -filmada en 1994, exhibida en el Festival de Cine de Chicago al año siguiente y estrenada comercialmente en 1997- fue de las últimas películas en sumarse al ciclo. Pero en realidad estuvo entre las primeras: Fessenden había filmado en video el cortometraje Habit en 1982. Era en esencia la misma historia, pero narrada en apenas 17 minutos. Una historia por la que probablemente se sintió poseído durante años, hasta que finalmente se decidió a transformarla en un largometraje. Como escribió Roger Ebert en una crítica publicada en 1997 en el Chicago Sun-Times: “De todas las películas de vampiros recientes, ésta es la única que sugiere que el poderoso simbolismo del vampirismo podría crear resultados incluso en ausencia de motivos. Los vampiros podrían matarte aunque no existieran”.
Si tenés ganas de algo más…
- Subtitulé al castellano un tráiler de Habit, que podés ver en el canal de YouTube de este newsletter.
- También subtitulé un fragmento de una entrevista que Larry Fessenden ofreció en 2019, donde cuenta las dificultades que tuvieron para distribuir la película y lo que significó ganar un premio dotado de 20 mil dólares en los Independent Spirit Awards (el Oscar del cine independiente estadounidense). Además, explica cómo se filmó una gran escena de Habit y recuerda cuando perdió un diente, algo que también se menciona en la ficción.
- En el canal de YouTube de Glass Eye Pix, la productora de Fessenden, se puede ver un making of de Habit realizado en 2016, que cuenta con testimonios de varios de los actores.
- En la edición de la semana pasada de su newsletter, Picnic Sideral, Santiago Martínez Cartier trazó un interesante recorrido por el mito del vampiro que llega hasta El conde (2023), del chileno Pablo Larraín, donde Augusto Pinochet es un chupasangre.
Archivo de publicaciones
Acá podés acceder al archivo de las publicaciones de esta temporada. Y acá al de la temporada pasada. Tené en cuenta que muchos de los links de acceso a las películas no continúan activos.
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