Esta semana en Cinematófilos, las expediciones polares en el cine y un film extraordinario protagonizado por Max von Sydow. Más adelante vas a encontrar el link para ver la película, que estará activo durante una semana. Te recomiendo entonces que la descargues en tu PC para poder verla cuando quieras; si no sabés cómo hacerlo (es muy sencillo) podés revisar acá un tutorial al respecto.
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Para leer antes de ver la película
En la tarde del martes 16 de enero de 1912, un grupo de cinco hombres británicos liderado por el capitán Robert Falcon Scott divisó un extraño punto negro en el horizonte. Había marchado más de 1.400 kilómetros durante 77 días en las condiciones más hostiles (fuertes vientos, temperaturas de hasta 40 grados bajo cero) con un único objetivo: llegar primero al Polo Sur, en la remota e inexplorada Antártida. Al día siguiente Scott y su grupo confirmaron la peor noticia: lo que habían visto era una carpa con la bandera de Noruega. Roald Amundsen, mejor equipado y con objetivos más pragmáticos, había llegado allí 34 días antes. “El Polo. Sí, pero en circunstancias muy diferentes a las esperadas [...] ¡Por Dios! Este es un lugar horrible y lo suficientemente terrible para que hayamos llegado sin la recompensa de la prioridad”, escribió Scott en su diario, y unos días más tarde él y sus cuatro compañeros murieron en el camino de regreso al campamento base. Se trata del episodio más célebre de lo que se conoce como la etapa heroica de la exploración polar, cuando hombres de diferentes países, con más coraje que recursos, se lanzaron a poner por primera vez un pie en los últimos confines del planeta Tierra.
El mundo era un lugar bastante más misterioso hacia fines del siglo XIX. Las grandes potencias coloniales europeas recién acaban de explorar el interior de África (y se lo estaban repartiendo), y todavía quedaban algunas regiones desconocidas que figuraban en blanco en los mapas. Sobre todo los extremos: el norte y sur del planeta, los polos, no habían sido alcanzados aún por el ser humano. “La época heroica de la exploración antártica [y ártica, se puede agregar] fue ‘heroica’ porque era anacrónica antes de empezar, su objetivo era tan abstracto como un polo, sus figuras centrales eran románticas, varoniles y con defectos, su drama era moral (porque no sólo importaba lo que se hacía sino cómo se hacía), y su ideal era el honor nacional. Fue uno de los primeros campos de pruebas de las virtudes raciales de nuevas naciones como Noruega y Australia, y fue el escenario del último suspiro de Europa antes de desgarrarse en la Gran Guerra”, describió con precisión el académico australiano Tom Griffiths en su libro Slicing the Silence: Voyaging to Antarctica (2007).
Este período de exploración, que suele ubicarse entre los años 1895 y 1922, coincidió con el nacimiento del cine. Y el nuevo arte se vio fascinado una y otra vez con las historias de expediciones imposibles, en las que el hombre se enfrentaba a puño limpio contra una naturaleza despiadada, en ocasiones con algún objetivo científico claro (geográfico, geológico, meteorológico) y en otras impulsado apenas por un sentido de la aventura. Hay infinidad de películas ambientadas en los helados confines del mundo, como lo describen entre otros el libro Films on Ice - Cinemas of the Arctic (2015). Están los documentales que acompañaron a los exploradores, como The Great White Silence (1922), de Herbert G. Ponting, sobre la Expedición Terra Nova en la que Scott intentó llegar al Polo Sur, y los que mostraron la vida de los habitantes originarios de la región, como el canónico Nanuk el esquimal (Nanook of the North, 1922), de Robert J. Flaherty. Georges Méliès imaginó que una criatura devoradora de hombres acechaba en el techo del mundo en A la conquista del Polo (À la conquête du Pôle, 1912), y siete décadas más tarde John Carpenter nos horrorizó con la llegada de alienígenas en el otro extremo del planeta en El enigma de otro mundo (The Thing, 1982). Pero en esta entrega de Cinematófilos me voy a centrar en un grupo específico de películas: ficciones basadas en hechos reales de la etapa heroica de la exploración polar.
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La muerte de Robert Falcon Scott en el hielo antártico lo transformó de inmediato en un mártir, y el cine agigantó la figura del héroe trágico en Las aventuras del capitán Scott (Scott of the Antarctic, 1948), de Charles Frend, que fue un gran éxito en Gran Bretaña. Filmada en Technicolor, la película combina imponentes tomas de las islas antárticas y de Noruega con torpes recreaciones realizadas en los Estudios Ealing, en Londres. Es que los films ambientados en los polos plantean un primer problema: es imposible filmar en el lugar donde transcurrió la acción, y entonces hay que simularlo en alguna otra locación más amigable o en un set. En este sentido, el alemán Arnold Fanck, gran especialista en el cine de montaña, logró imágenes increíbles para S.O.S. Iceberg (S.O.S. Eisberg, 1933). El film, inspirado libremente en una fatídica expedición por Groenlandia que el científico alemán Alfred Wegener realizó entre 1929 y 1930, es aventura pura y dura, una sucesión sin pausa de escenas sorprendentes (capturadas en escenarios naturales y en estudios, aunque con frecuencia es difícil notar la diferencia). E incluye un par de secuencias magistrales protagonizadas por una de las grandes amenazas naturales del Ártico: los osos polares.
A diferencia de la Antártida, donde no hay mamíferos terrestres y los principales enemigos son el clima y el paisaje, en el norte los temibles osos siempre aparecen para poner en peligro a los exploradores. Dos contra el hielo (Against the Ice, 2022), de Peter Flinth, basada en la épica exploración del norte de Groenlandia que realizó el danés Ejnar Mikkelsen entre 1909 y 1912, incluye dos ataques contra el protagonista, interpretado por Nikolaj Coster-Waldau. Pero el animal es tan evidentemente digital que las escenas (sobre todo la primera, donde se produce una lucha cuerpo a cuerpo) pierden potencia. Algo similar ocurre en Amundsen (2019), de Espen Sandberg, biografía del gran explorador noruego, figura central de la etapa heroica. El plano secuencia inicial, en el que una cámara montada sobre un avión que sobrevuela el Ártico hace un paneo imposible, ya predispone mal para las dos horas que siguen. Y toda la secuencia de la travesía de Amundsen hasta alcanzar el Polo Sur confirma los temores: el paisaje generado por computadora no transmite el frío, el riesgo y la angustia que sintieron sus protagonistas.
La reputación de Scott comenzó a cambiar en los años 60, cuando algunas biografías plantearon que su expedición tuvo varios errores logísticos y técnicos que la condenaban al fracaso antes de comenzar. El libro Scott and Amundsen (1979), de Roland Huntford, fue aún más lejos: trató al capitán británico de “héroe chapucero”. Este best seller fue adaptado por la televisión británica como The Last Place on Earth (1985), miniserie de siete capítulos dirigida por Ferdinand Fairfax, que narra en paralelo, con bastante detalle, cómo Scott y Amundsen prepararon y ejecutaron sus expediciones. Acaso lo más interesante sea el planteo general: una pintura de la arrogancia nacional británica. La serie culmina con dos citas de los protagonistas. Scott escribió poco antes de su muerte: “Estamos débiles, escribir es difícil, pero, por mi propio bien, no me arrepiento de este viaje, que ha demostrado que los ingleses pueden soportar penurias, ayudarse unos a otros y enfrentarse a la muerte con tanta entereza como nunca en el pasado”. Al pragmático Amundsen, en cambio, se lo escucha decir: “Lo que siento... no es grande ni profundo, en absoluto. Es simplemente: qué bueno es estar vivo”.
A diferencia de la carrera hacia el sur, que tuvo un ganador incuestionable, no está claro quién fue el primer hombre en poner un pie en el Polo Norte. El médico y explorador estadounidense Frederick Cook aseguró haber alcanzado la latitud 90° el 21 de abril de 1908, acompañado por dos inuit. Un año más tarde, el oficial de la armada Robert Peary afirmó haber llegado al mismo punto el 6 de abril de 1909. La veracidad de la expedición de Cook fue descartada casi de inmediato, en buena medida porque no pudo ofrecer pruebas suficientes. La de Peary, en cambio, fue tomada como válida durante décadas, aunque en los años 80 comenzó a ser cuestionada y hoy sigue siendo muy debatida. Hay dos telefilms sobre esta controversia. El primero es Carrera hacia la gloria (Cook & Peary: The Race to the Pole, 1983), de Robert Day, escaso de presupuesto e ideas, que está narrado desde el punto de vista de Cook (interpretado por Richard Chamberlain) y desacredita a Peary (Rod Steiger). La segunda película para televisión sobre esta historia es Glory & Honor (1998), de Kevin Hooks, que rescata la figura de Matthew Henson (Delroy Lindo), un explorador negro que acompañó a Peary en varias travesías por el Ártico, incluida la que habría llegado al extremo norte del planeta.
Sí está claro quiénes fueron los primeros en pasar por encima del Polo Norte. Ocurrió el 12 de mayo de 1926, mientras el dirigible Norge, comandado por Amundsen y piloteado por el italiano Umberto Nobile, sobrevolaba el océano Ártico desde la isla noruega de Svalbard hasta Alaska. Hay una extraña película, no demasiado recordada, que narra un hecho relacionado: La tienda roja (Krasnaya palatka, 1969), coproducción entre Italia y la Unión Soviética dirigida por Mijaíl Kalatózov. Es la historia de un vuelo posterior de Nobile (interpretado por Peter Finch), en 1928, que terminó en desastre: el dirigible Italia se estrelló en el hielo y murieron 8 de los 18 miembros de la tripulación. El resto quedó varado en la banquisa durante más de un mes, hasta que fueron rescatados en distintas etapas. El film de Kalatózov tiene un comienzo extravagante: varios años después del accidente, un Nobile anciano sigue torturándose por lo sucedido e imagina un juicio en el living de su departamento del que participan todos los involucrados, incluso los que murieron (como Amundsen, interpretado por Sean Connery, que desapareció cuando salió en búsqueda de los sobrevivientes). En una serie de flashbacks narra el rescate, y ahí la cosa se pone buena: hay imágenes aéreas sorprendentes y un enorme despliegue de recursos muy bien utilizados, que incluyen la aparición sobre el final de un impactante rompehielos soviético.

El suceso más épico de la exploración polar es el que protagonizó el británico Ernest Shackleton entre 1914 y 1917, cuando pretendió atravesar por primera vez la Antártida por tierra. Su barco quedó atrapado en el hielo antes de llegar al continente, y los 28 integrantes de la tripulación lograron sobrevivir. Pasaron un invierno allí, luego se trasladarse en botes hasta una isla cercana, y un pequeño grupo liderado por el propio Shackleton navegó más de 1.300 kilómetros por mar abierto para pedir ayuda en un puesto ballenero de las Georgias del Sur. Esta increíble historia de supervivencia se narró en otra miniserie, Shackleton (2002), dirigida por Charles Sturridge y protagonizada por Kenneth Branagh. Convencional y fascinante por partes iguales, entre otras cosas exhibe la dimensión circense de este tipo de expediciones. En un momento, cuando Shackleton está buscando financiamiento para su aventura, un comité de geógrafos le reclama mayor rigor científico en sus objetivos. “No sólo acepto eso; lo abrazo. Pero así como soy agradecido por las generosas contribuciones de este comité, deben aceptar que los científicos no pagan por la ciencia. No pediré disculpas por buscar publicidad. Sin algo que los medios puedan entender y apoyar, no hay público; sin público, no hay patrocinadores; y sin patrocinadores no hay expedición”, responde el explorador.
La mejor ficción basada en hechos reales de la etapa heroica de la exploración polar es la película de esta edición del newsletter: la sueca El vuelo del águila (Ingenjör Andrées luftfärd, 1982), dirigida por Jan Troell y protagonizada por Max von Sydow, que estuvo nominada al Oscar como mejor realización extranjera. Cuenta la expedición ártica de Salomon August Andrée, que en 1897 intentó llegar al Polo Norte en un globo aerostático. No adelanto nada más por si no conocés la historia de esta arriesgada empresa. Pero te aseguro que la película es extraordinaria, que contiene varios de los elementos de aventura presentes en este tipo de realizaciones pero también va más allá al plantear otras cuestiones, incluso existenciales. Y ofrece imágenes de una belleza inconcebible, que se aprecian en todo su esplendor en esta impecable copia, restaurada digitalmente por el Instituto Sueco del Cine en 2017.
EL VUELO DEL ÁGUILA
Título original: Ingenjör Andrées luftfärd
Director: Jan Troell
Protagonistas: Max von Sydow, Sverre Anker Ousdal, Göran Stangertz, Eva von Hanno
País: Suecia
Idioma: sueco
Año: 1982
Duración: 140 minutos
Para leer después de ver la película
El 5 de agosto de 1930, un barco noruego atracó de casualidad en las costas de la isla Kvitøya, una de las más remotas del archipiélago de Svalbard. Al día siguiente, un marinero desembarcó en búsqueda de agua potable y se topó con los restos de un campamento. Pronto se descubrieron dos cuerpos, un bote atado a un trineo, equipamiento diverso, una cámara de fotos y un diario de viaje. Era lo que había quedado de la expedición en globo que Salomon August Andrée y sus dos compañeros habían comenzado en 1897.
El trágico destino de esta aventura pudo desentrañarse, luego de más de tres décadas, a partir de los objetos encontrados en la isla, de los diarios de Andrée, del registro meteorológico de Knut Frænkel y de las fotos tomadas por Nils Strindberg. El misterio en torno a la suerte de la expedición, las dudas sobre si habían alcanzado o no el Polo Norte, se fueron finalmente revelando. En 1967 el escritor sueco Per Olof Sundman publicó el libro Ingenjör Andrées luftfärd, una novela de no ficción que no sólo narraba la travesía sino que además ponía atención en el personaje de Andrée y en el contexto político y cultural en el que surgió la expedición. El vuelo del águila es una transposición bastante libre de esa obra.
En julio de 1897, en una de las primeras entradas de su diario, mientras el globo aún estaba en el aire, Andrée escribió:
“¿No es un poco extraño estar flotando aquí sobre el océano Polar? Ser los primeros que han flotado aquí en un globo. ¿Cuándo, me pregunto, tendremos sucesores? ¿Nos tomarán por locos o seguirán nuestro ejemplo? No puedo negar que los tres estamos dominados por un sentimiento de orgullo. Pensamos que podemos afrontar bien la muerte, habiendo hecho lo que hemos hecho. ¿No es todo ello, quizás, la expresión de un fortísimo sentido de la individualidad que no puede soportar la idea de vivir y morir como un hombre común, olvidado por las generaciones venideras? ¿Es esto ambición?”
En esa frase, que no se menciona en la película pero de algún modo la atraviesa, reside una de las claves. El vuelo del águila comienza con fotografías de los cuerpos de los tres exploradores muertos, por lo que de entrada Jan Troell deja en claro sus pretensiones. No le interesa generar suspenso en torno al destino de la expedición, como ocurre en la mayoría de las ficciones de este tipo, sino plantear otras cuestiones. Fundamentalmente dos: el contexto histórico y la relación del hombre con la naturaleza y su propia finitud.
Suecia venía corriendo de atrás en la exploración polar a fines del siglo XIX. A pesar de algunos éxitos, como la expedición Vega de 1878–1880 (que logró por primera vez atravesar las aguas del ártico ruso y circunvalar Eurasia), había una necesidad de superar a las potencias europeas y a Estados Unidos. La cuestión era una causa nacional. “¿Será compensada la batalla de Poltava con la conquista del Polo Norte?”, pregunta con ironía en un momento un periodista, en relación a la derrota frente el ejército ruso en 1709 que marcó el comienzo del declive político y militar del Reino de Suecia.
Andrée (Max von Sydow), entonces, aparece como un personaje con delirios de trascendencia que además se siente alentado por el contexto. Cuando le cuestionan asuntos técnicos de su expedición que pueden atentar contra la seguridad, responde con carisma. “¡Siempre habrá un riesgo! Pero les pido, señoras y señores, ponderar el riesgo con la gloria de Suecia”, lanza, y recibe una ovación de los presentes. Convence al público, a la prensa e incluso a algunos acaudalados financistas de que él es un héroe y la aventura es una cuestión de honor patriótico. Pero también parece haber en él un temor reprimido al fracaso, como lo sugieren las enigmáticas imágenes del comienzo, y que se repiten luego, cuando lo vemos de chico tratando de atrapar con una red a un pájaro, que se le escapa.
El vuelo del águila fue una producción muy costosa, pero cada corona sueca gastada se trasladó al celuloide. El momento del despegue, cerca de la mitad del relato, es sublime. No sólo por lo que vemos (un globo real levantando vuelo en un paraje inhóspito), sino también por cómo lo filma Troell, que fue además el director de fotografía de la película. “Troell no te cuenta lo que ocurre; a su atenta manera, hace que ocurra delante tuyo”, sostuvo Pauline Kael, en una hermosa crítica publicada originalmente en The New Yorker y recopilada luego en su libro Taking It All In (1984). Y agregó, en relación a las fotografías de archivo que cada tanto irrumpen en pantalla: “Periódicamente, la acción se transforma en un fotograma en blanco y negro; el efecto es el de un memento mori, y contribuye a dar a El vuelo del águila una textura visual inquietante, una conmoción que va más allá de la película épica habitual. Parecemos estar dentro de esta expedición, observando las interacciones de los tres hombres, y fuera de ella, viéndola como algo del pasado. A medida que la película avanza, su paleta de colores se contrae: los tonos cálidos desaparecen y nos quedamos con el blanco resplandeciente de la nieve compacta, el blanco azulado de la nieve que proyecta sombras sobre sí misma (como los huevos en un maple) y los grises plateados, grises carbón, grises apagados y helados. Cuando los hombres desgarran a un oso polar, su carne roja es un choque visual; la película se ha ido convirtiendo en el negro, el gris y el blanco de las fotografías”.
Hay también una mirada en torno al hombre, con sus propias limitaciones, frente a la naturaleza. Luego de pasar varias semanas en el hielo, en un momento Strindberg (Göran Stangertz) mira a sus compañeros desde cierta distancia. Levanta dos dedos y cubre las figuras lejanas de los dos, haciéndolos desaparecer en la infinita vastedad del paisaje blanco. La colosal empresa de Andrée, su enorme globo aerostático, son insignificantes ante la inmensidad del Ártico, un territorio hostil e incontrolable. Como sostiene Lissa Weinstein en un capítulo del libro Projected Shadows - Psychoanalytic Reflections on the Representation of Loss in European Cinema (2007): “Al representar el punto final histórico, Troell le da argumentos al espectador, advirtiéndole de los peligros de la búsqueda de la inmortalidad, al tiempo que hace comprensibles los elementos seductores de tales fantasías. Es la inclusión de la doble perspectiva lo que hace que El vuelo del águila deje de ser una película de género para convertirse en una obra de arte mucho más profunda, una película moral que ofrece una advertencia sobre el peligro de abandonar los propios objetos en búsqueda de la inmortalidad. Subraya las limitaciones ineludibles del cuerpo físico, la realidad de la impotencia del hombre ante las fuerzas del tiempo y la necesidad de abrazar las condiciones limitantes que forman el núcleo de un ajuste a la realidad”.
Si tenés ganas de algo más…
- El YouTube podés ver el tráiler original de El vuelo del águila.
- Acá y acá podés ver una selección de las increíbles fotos tomadas por Nils Strindberg durante la expedición, la mayoría de las cuales no aparecen en la película. Son inquietantes, de fantasmagórica belleza. Hay también imágenes de los preparativos antes del despegue, que confirman lo minuciosa que fue la reconstrucción del globo y del hangar para el film.
- La principal fuente de información de esta edición sobre las expediciones polares es Exploring Polar Frontiers - A Historical Encyclopedia (2003), de William James Mills, un libro ameno, claro y bien informado. Lo recomiendo si te interesa el tema. Se consigue por ahí.
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