Esta semana en Cinematófilos, un doble programa dedicado al gran Roger Corman. Más adelante vas a encontrar el link para ver la película, que estará activo durante una semana. Te recomiendo entonces que la descargues en tu PC para poder verla cuando quieras; si no sabés cómo hacerlo (es muy sencillo) podés revisar acá un tutorial al respecto.
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Para leer antes de ver la película
Roger Corman es un hombre de múltiples aristas, una personalidad cautivadora y compleja, personaje clave del cine estadounidense de las últimas siete décadas. Un director astuto y resolutivo, inteligente y a veces medio chanta. Un productor con olfato, atento al devenir cultural de su país. Un distribuidor con buen gusto y sensibilidad artística. Un extraordinario detector de jóvenes talentos. Un actor ocasional, más por diversión que por necesidad. Un aventurero, dispuesto a viajar a cualquier lado con el objetivo de filmar barato. Pero acaso Corman, más que un hombre, sea un mundo en sí mismo, con una flora y una fauna autóctonas que lo trascendieron para enriquecer a Hollywood. Su obra es prolífica, despareja y fascinante, con unos cuantos puntos altos y una evolución formal que no siempre se le reconoció.
En esta entrega de Cinematófilos me centraré exclusivamente en una de las facetas de Corman: su trabajo como director. Estrenó 49 películas entre 1955 y 1971, y una más, Frankenstein perdido en el tiempo (Frankenstein Unbound), su última, en 1990. También metió mano en al menos otra media docena de films, aunque sin figurar como realizador en los créditos. Hay muchos libros que recorren su vida y su obra, y en general se centran en las anécdotas en torno a los rodajes. El propio Corman se encargó de desperdigar infinidad de historias en su divertida autobiografía, How I Made a Hundred Movies in Hollywood and Never Lost a Dime (1990), que acaba de ser reeditada en castellano en España con el título Cómo hice cien películas en Hollywood y nunca perdí un centavo. Allí Corman cuenta, entre muchísimas otras cosas, cómo en apenas dos meses escribió, filmó, editó y estrenó Guerra de los satélites (War of the Satellites, 1958) para capitalizar el interés que había generado el lanzamiento del satélite soviético Sputnik. O recuerda cuando la lluvia lo obligó a suspender un partido de tenis y entonces, aburrido, no quiso perder el tiempo y decidió hacer una película aprovechando los decorados aún en pie de la anterior; el resultado fue El terror (The Terror, 1963), con Boris Karloff y Jack Nicholson.
No hay, en cambio, tanta literatura que analice las películas dirigidas por Corman, una filmografía frondosa y variada que merece mejor atención. Su obra puede dividirse en términos generales en cuatro etapas. La primera, entre 1955 y 1958, es la del aprendizaje. Nacido en Detroit en 1926 (en abril cumplió 97 años), Corman comenzó a trabajar en el cine a los 27 años sin tener estudios formales y sin ninguna experiencia previa. Era la época en que el sistema de estudios de Hollywood se estaba desmoronando, por un lado por la competencia de la televisión y, por otro, por la sentencia judicial antimonopolio que en 1948 había obligado a las majors a desprenderse progresivamente de sus circuitos de exhibición. Corman, en general trabajando para la American International Pictures (AIP), realizaba rápido y con poco dinero (diez días de filmación y menos de 100 mil dólares de presupuesto) películas que abastecían a la gran cantidad de nuevas salas independientes hambrienta de material para exhibir.

En esos primeros años hizo películas más bien convencionales, por momentos algo torpes, en otros con cierto encanto, en general mediocres. Hay de todo: westerns como Furia homicida (Five Guns West, 1955), su ópera prima; ciencia ficción en donde el futuro de la humanidad está en peligro como en El fin del mundo (Day the World Ended, 1955); aventuras épicas, como La serpiente del averno (The Saga of the Viking Women and Their Voyage to the Waters of the Great Sea Serpent, 1957); dramas psicológicos como Sorority Girl (1957). Sobre el final de esta primera fase, Corman comenzó a mostrar un manejo más refinado de la puesta en escena, los climas y los ritmos, como se puede ver en Emisario de otro mundo (Not of This Earth, 1957).
La segunda etapa es la de la consolidación, cuando sus películas comenzaron a mostrar una mayor consistencia y la crítica decidió prestarle atención. Se inauguró con Kelly el ametralladora (Machine-Gun Kelly, 1958), una gran comedia con Charles Bronson -en su primer protagónico- como un gánster que le teme a la muerte. En esos años Corman filmó El falso escultor (A Bucket of Blood, 1959) con 50 mil dólares en cinco días, y en los mismos decorados se tomó otras dos jornadas para realizar La tiendita del horror (The Little Shop of Horrors, 1960), que costó 30 mil; el resultado fueron dos extraordinarias comedias negras, que se cuentan entre lo mejor de su filmografía.
A principios de los sesenta, mientras la productora inglesa Hammer revivía las historias clásicas de terror, Corman se acercó a la obra de Edgar Allan Poe. Es la tercera etapa de su trayectoria, la más reconocida, vinculada al terror gótico. Con Vincent Price en la mayoría de los papeles protagónicos y el regreso de viejas glorias como Karloff, Ray Milland y Peter Lorre, realizó ocho adaptaciones bastante libres de historias del escritor de Boston: comenzó con La pavorosa casa Usher (House of Usher, 1960) y cerró con La tumba de Ligeia (The Tomb of Ligeia, 1964), mi favorita del ciclo. La utilización del color y los decorados, la unidad temática -todas giran en torno a la decadencia de las clases privilegiadas- y las actuaciones adecuadamente excesivas le dan una coherencia al conjunto que no aparece en el resto de la obra de Corman. Films que no son parte del ciclo de Poe, como La torre de Londres (Tower of London, 1962) y El terror, también se suelen asociar a este período.
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Su etapa final como director puede denominarse contracultural o psicodélica, y es donde su cine adquirió las formas menos convencionales, se alejó del corsé de los géneros y el abordaje de los temas se tornó totalmente desprejuiciado. Los ángeles salvajes (The Wild Angels, 1966), historia coescrita por Peter Bogdanovich sobre una banda de motoqueros, y El viaje (The Trip, 1967), ilustración de la mente de un publicista que experimenta con el LSD basada en un guión de Jack Nicholson, fueron muy exitosas e influyentes. Y ubicaron definitivamente a Corman como una figura de gran ascendencia para la generación posterior, la del New Hollywood de los 70. Ambas están protagonizadas por Peter Fonda, que poco después haría junto a Dennis Hopper la similar Busco mi destino (Easy Rider, 1969), obra clave de la renovación del cine estadounidense. Gasss (Gas! -Or- It Became Necessary to Destroy the World in Order to Save It., 1970), la última película de Corman para la AIP, es una comedia negra salvaje, que cuestiona con ingenio (y algo de trazo grueso) a buena parte de las instituciones de su país. Una de las gemas ocultas de su filmografía es The Wild Racers (1968), que produjo y codirigió (sin figurar en los créditos), la historia de un piloto de carreras en el circuito europeo narrada con una puesta en escena y un uso del montaje casi experimental.
El libro The Cinematography of Roger Corman: Exploitation Filmmaker or Auteur? (2016), del polaco Pawel Aleksandrowicz, no es el primero que intenta adentrarse en el cine de Corman más allá de la anécdota (el Festival Internacional de Cine de Edimburgo publicó uno en 1970, y el estadounidense Gary Morris otro en 1985). Pero sí es el que lo hizo con mayor profundidad y amplitud. Aleksandrowicz encontró dos temas que atraviesan buena parte de su filmografía: el empoderamiento femenino y los protagonistas outsiders, al margen del sistema. Sobre el primer punto, señala: “Uno de los pocos directores de los años 50, si no el único, que rodaba películas de acción con fuertes protagonistas femeninas en primer plano e invertía conscientemente los roles de género (pero no con intensiones cómicas) era Corman”. Esto se ve claramente en films menores de su primera etapa, como el western La rosa amarilla de Texas (Gunslinger, 1956), que explora el potencial de una mujer pistolera en el Viejo Oeste, o La mujer avispa (The Wasp Woman, 1959), donde la dueña de una empresa de cosméticos experimenta con extrañas técnicas de rejuvenecimiento. Y también es evidente incluso desde los títulos y los afiches de realizaciones como La pantera de Oklahoma (The Oklahoma Woman, 1956) y La última mujer sobre la Tierra (Last Woman on Earth, 1960).

Los personajes outsiders o marginados también aparecen con frecuencia, lo que quizás refleje la propia experiencia de Corman, él mismo un marginal en relación a Hollywood. “La mayoría de los héroes y las heroínas [de sus películas] están de un modo u otro excluidos del orden establecido de la sociedad, y a menudo entran en conflicto con ella”, escribe Aleksandrowicz. En El hombre con ojos de rayos X (X: The Man with the X-Ray Eyes, 1963), otra de sus grandes películas, el personaje de Ray Milland se ve obligado a abandonar el ámbito de la ciencia y se recluye trabajando en ferias y carnavales. En La invasión secreta (The Secret Invasion, 1964), una aventura bélica menor, los protagonistas son un grupo de presos, reclutados para intervenir en una misión casi suicida durante la Segunda Guerra. Incluso los ases del aire Manfred von Richthofen y Roy Brown son presentados como tipos que no encajan en el molde en El barón rojo (Von Richthofen and Brown, 1971), una versión muy ficcionalizada de los acontecimientos de la Primera Guerra.
Se suele denominar a Corman como el “rey de la clase B”, pero la definición es inexacta. Cuando él comenzó a trabajar en el cine, las B-movies (producciones de bajo presupuesto de los años 30 y 40 que se exhibían en las salas como acompañamiento de realizaciones costosas, clase A) ya habían desaparecido. Las producciones de Corman y la AIP sí se proyectaban en doble programa, pero no había una distinción entre A y B: todas se habían filmado en condiciones similares. Me parece adecuado, entonces, presentar en esta edición de Cinematófilos dos películas suyas. Una es su realización más personal y explícitamente comprometida con la coyuntura política de la época, la discriminación racial en el sur de Estados Unidos: El extraño (The Intruder, 1962), protagonizada por un joven William Shatner. La otra es la mejor de su primera etapa, un film que permite ver al Corman astuto y rápido de reflejos en su mejor versión: Rock hasta que se ponga el sol (Rock All Night, 1957), una de las nueve que hizo ese año, que aprovechó el filón del rock and roll en el cine que había inaugurado Al compás del reloj (Rock Around the Clock, 1956), de Fred F. Sears, con Bill Haley y sus Cometas. Para esta última película los subtítulos en castellano los hice yo, porque no había. Las podés ver en el orden que quieras, pero si no estás familiarizado con la obra de Corman te sugiero empezar por El extraño.
ROCK HASTA QUE SE PONGA EL SOL
Título original: Rock All Night
Director: Roger Corman
Protagonistas: Dick Miller, Russell Johnson, Abby Dalton, Mel Welles
País: Estados Unidos
Idioma: inglés
Año: 1957
Duración: 62 minutos
EL EXTRAÑO
Título original: The Intruder
Director: Roger Corman
Protagonistas: William Shatner, Frank Maxwell, Beverly Lunsford, Robert Emhardt, Leo Gordon
País: Estados Unidos
Idioma: inglés
Año: 1962
Duración: 83 minutos
Para leer después de ver la película
Escribió Roger Corman sobre Rock hasta que se ponga el sol en su autobiografía: “Justo en la época de Al compás del reloj, AIP quiso subirse a la tendencia. Y yo quería hacer una película de rock. De hecho, quisieron subirse tan rápido que no me dieron tiempo para desarrollar un guión. Pero poco antes había quedado muy impresionado por un telefilm de media hora ambientado en un bar titulado ‘The Little Guy’. Pensé que podía cambiar el bar por un boliche de rock y agregar música. Así que compré los derechos del show televisivo y contraté a Chuck Griffith para que lo reescribiera y expandiera aprovechando la historia, la estructura y algo del diálogo”. La película se filmó en apenas siete días en dos decorados que habían quedado de otra producción.
Rock hasta que se ponga el sol es el film que mejor permite ver al Corman sagaz, resolutivo y un poco chanta de los primeros años. La excusa era incluir en una película un par de canciones de The Platters, grupo de enorme popularidad en esos años que tenía contrato con la AIP, y así apuntar al público joven, que era el que acudía mayormente a los autocines a ver este tipo de realizaciones. Pero el director y su guionista, colaborador habitual, hicieron algo más.
Corman ubica un par de temas de The Platters al comienzo y utiliza esa situación para introducir a su protagonista, Shorty, interpretado por Dick Miller, actor cormaniano por excelencia. Recién ahí se dispara la trama, que el director utiliza para volver a sus temas habituales (el outsider, el empoderamiento femenino) y también para plantear cuestiones metacinematográficas. Al fin y al cabo, el extraño Shorty puede ser interpretado como un demiurgo, el hombre que va escribiendo la historia a medida que transcurre.
A Shorty se lo presenta en acción: cuando lo echan del refinado club donde está cantando The Platters logra que el patovica adquiera una especie de conciencia de clase y se enfrente a los de arriba, representados por el maître que decidió despedirlo. Luego el pequeño protagonista se va a tomar una cerveza al bar de Al, llamado Cloud Nine, donde poco después tiene un altercado con un fornido camionero. “Ahí tenés un artículo”, le dice Al a Steve, el periodista. “Un petiso hizo retroceder a un grandulón”. A lo que Steve responde: “Eso es un incidente. Una historia necesita un comienzo, un nudo y un final”. Será Shorty quien, manipulando a los demás personajes, le otorgará todo eso al relato. Será él quién, como Corman y Griffith, dotará de sentido a algo que a priori no lo tenía: rellenar un par de canciones de moda.
Distintas versiones de la masculinidad tóxica se dan cita en el Cloud Nine. Están el camionero con su novia, el boxeador con su esposa y su mánager, un matón al que el dueño del bar le paga por protección, el representante chanta que pretende convencer a Julie (Abby Dalton, otra habitual del “mundo Corman” en esos años) de que se lance a cantar profesionalmente. Todos terminarán siendo inútiles ante la amenaza de los dos ladrones que toman a los comensales de rehenes, pero el único que lo advierte es Shorty, que como buen demiurgo conoce el alma de las criaturas que lo rodean.
Las tres mujeres, en cambio, terminarán probando que tenían razón. El boxeador en realidad no quiere volver a subirse a un ring; el camionero, adepto al gimnasio, es un cobarde y su pareja se ríe de él; y Julie se prueba a sí misma, y a su representante, que tiene lo suficiente para cantar pero no quiere hacerlo. Es notable cómo Corman utiliza varias veces dos canciones (“I Guess I Won't Hang Around Anymore” y “The Great Pretender”) y les imprime una connotación distinta en función de cada acción. “Oh, sí, soy una gran farsante”, canta desafinando Julie la primera vez, y luego lo hace de maravillas cuando la pistola de los ladrones le apunta directamente a ella.
Como en casi todas las realizaciones de su primera época, Corman construyó una puesta en escena bastante sencilla. Pero aquí, con la acción condensada casi exclusivamente en una única locación, la cámara se mueve lo suficiente como para exprimir cada rincón de bar. El director de fotografía fue Floyd Crosby, otro colaborador habitual del director, un técnico con mucha experiencia que hizo un centenar de películas, entre ellas Tabu (Tabu: A Story of the South Seas, 1931), de F.W. Murnau, por la que ganó un Oscar, y A la hora señalada (High Noon, 1952), de Fred Zinnemann, además de casi todas las del ciclo de Poe.
Rock hasta que se ponga el sol es una de las joyas ocultas de la filmografía de Corman, un film mucho menos conocido y apreciado de lo que merece. A Quentin Tarantino le gusta mucho, y contó en el libro Grindhouse: The Sleaze-filled Saga of an Exploitation Double Feature (2007) que fue una de sus influencias cuando hizo A prueba de muerte (Death Proof, 2007). Es, además, el film que anticipa un uso del humor y la ironía que Corman llevaría más lejos poco después en El falso escultor y La tiendita del horror.
El extraño, también conocida en castellano como El intruso, es el proyecto más personal de Corman, acaso la única película que realizó sin pensar en el posible potencial comercial. Él contó más de una vez que es de las pocas con las que perdió dinero, y de hecho la reestrenó varias veces (con títulos como I Hate Your Guts y Shame) intentando recuperar la inversión. Hay mil anécdotas en torno a su rodaje, que por momentos adoptó tácticas de guerrilla. Pero aquí voy a centrarme en el análisis de la propia película. Al final de esta entrega vas a poder acceder a un breve documental donde Corman y William Shatner narran varias de esas historias.
La filmación transcurrió en 1961, momento en el que los conflictos por la discriminación racial en Estados Unidos estaban en plena ebullición. En 1954 la Corte Suprema, en una decisión unánime, había establecido que las leyes de segregación en las escuelas públicas eran inconstitucionales y que todos los alumnos, sin importar el color de su piel, debían acceder a los mismos establecimientos. El fallo fue rechazado mayoritariamente por los blancos en los estados del sur del país, en especial en el llamado Deep South (Luisiana, Misisipi, Alabama, Georgia y Carolina del Sur), donde esta práctica discriminatoria estaba muy arraigada. El extraño se estrenó en mayo de 1962, un año antes de que el militante negro Medgar Evers fuera asesinado por un supremasista blanco en Misisipi y de que Martin Luther King lanzara su célebre I have a dream (“Yo tengo un sueño”).
El comienzo de la película es notable, y muestra la capacidad de Corman para contar mucho con muy poco. Una cámara en movimiento nos muestra en el fondo a los negros trabajando en las plantaciones de algodón. Leve paneo a la derecha y advertimos que es la mirada de un hombre blanco, pulcro, de lentes oscuros, que viaja en micro. La potente música, que va aumentando paulatinamente su intensidad, pareciera advertir que algo malo está por pasar. Cuando el vehículo finalmente se detiene vemos al hombre de cuerpo entero, de impecable traje claro. Adam Cramer (Shatner, antes de convertirse en un actor de culto, excelente en su primer protagónico) se muestra de entrada amable: ayuda a bajar del micro a una nena y su madre. Pero pronto comenzaremos a conocer realmente quién es esta extraña criatura, otro de los outsiders de Corman.
“El mundo de la ciudad se muestra en microcosmos en los interiores de sus farmacias, hoteles baratos y, en particular, en la inmaculada cocina blanca de la casa del periodista Tom McDaniel (Frank Maxwell)”, plantea Gary Morris en su libro Roger Corman (1985). “Se trata de un mundo estéril y moribundo que espera la oportunidad de ser revivido por alguien como Cramer. El desgarrador conflicto familiar también queda reflejado aquí, cuando McDaniel, su mujer, su hija y su suegro cascarrabias discuten sobre lo correcto o incorrecto de ‘la ley que dice que los negros deben poder entrar en la escuela de los blancos’. Allí hay una sensación de orden material, de vacío y de conflicto que contrasta fuertemente con la imagen más adelante de una casa típica en el barrio negro, una vivienda en la que la fría pulcritud es sustituida por un ambiente desordenado pero vital, con jazz a todo volumen en una radio, y una sensación de calidez y coherencia que no está presente en la casa blanca”, agrega.
En el primer escrito sobre el cine de Corman, publicado por el Festival de Cine de Edimburgo en 1970, Paul Willemen destaca que “significativamente es otro extraño, Sam Griffin [Leo Gordon], quien desenmascara a Cramer”. Y hace un muy interesante análisis del final, cuando la comunidad descubre la verdad sobre la supuesta violación y abandona a Cramer. “La escena de esta revelación se sitúa en el patio de la escuela, un símbolo ambiguo: la escuela en sí representa la razón y la cultura, y el patio de juegos actúa como válvula de seguridad para las emociones y los instintos reprimidos. El director de la escuela se ve finalmente obligado a ceder a los impulsos instintivos de la muchedumbre, y el linchamiento está a punto de tener lugar. La hamaca [donde atan al alumno negro] es otro de esos símbolos ambiguos, que representa simultáneamente la inocencia infantil y el salvajismo primitivo, junto con una tercera dimensión, la representación del tiempo, ya que oscila de un lado a otro como el péndulo de un reloj. El tiempo, manifestado en la hamaca, se detiene, pero sabemos que fuerzas similares lo volverán a poner en movimiento inevitablemente, quizá en otro lugar, hasta que los impulsos instintivos de la sociedad hayan quedado satisfechos”.
Con estos y otros detalles (como la asociación entre discriminación racial y poder económico, representada en la figura del terrateniente local Verne Shipman), El extraño trasciende su coyuntura y urgencia originales. Es, por supuesto, una película importante, que en su denuncia va bastante más allá de las inquietudes sociales que planteaban en esos años realizadores liberales como Stanley Kramer. Corman logró con más astucia que dinero imágenes de rigor casi documental, como el desfile en autos por el barrio negro con las vestimentas típicas del Ku Klux Klan o la quema de la cruz frente a la iglesia. Pero también consiguió, acaso sobre todo, una película que le permitió sortear los límites del cine de género y el exploitation. Aunque no fue -como vimos, y al contrario de lo que suele creerse- ni la primera ni la única vez que lo hizo.
Si tenés ganas de algo más…
- Publiqué en el canal de YouTube de Cinematófilos un breve making of de El extraño, realizado en 2007, donde Roger Corman y William Shatner recuerdan cómo fue el rodaje y cuentan varias anécdotas. Lo subtitulé al castellano.
- También podés ver en YouTube el documental Roger Corman: Hollywood’s Wild Angel (1978), de Christian Blackwood, que ofrece una mirada sobre su trayectoria, con foco en su rol como productor con su empresa New World Pictures en los años 70. Está doblado al castellano, e incluye testimonios de varios “alumnos” de Corman, como Jonathan Demme, Ron Howard y Martin Scorsese. Bastante material de esta película se utilizó luego en Corman's World: Exploits of a Hollywood Rebel (2011), de Alex Stapleton, documental mucho más conocido que se consigue por ahí y si no viste te recomiendo. Y también recomiendo That Guy Dick Miller (2014), de Elijah Drenner, centrado en la figura del protagonista de Rock hasta que se ponga el sol.
- Joe Dante, otro “alumno” de Corman, creó hace varios años Trailers From Hell, una serie web en la que diferentes directores comentan películas a partir de sus avances. Armé una lista de reproducción con todos los videos en los que Corman habla de sus propias realizaciones.
- Corman también pasó por Argentina, donde produjo nueve películas en los años 80 asociado con Aries, la empresa de Héctor Olivera y Fernando Ayala. Investigué esa experiencia y escribí un libro al respecto, Hollywood en Don Torcuato - Las aventuras de Roger Corman y Héctor Olivera (2020), que podés descargar gratis acá en PDF o EPUB.
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