Esta semana en Cinematófilos, la película prohibida más famosa de la Alemania comunista. Más adelante vas a encontrar el link para ver la película, que estará activo durante una semana. Te recomiendo entonces que la descargues en tu PC para poder verla cuando quieras; si no sabés cómo hacerlo (es muy sencillo) podés revisar acá un tutorial al respecto.
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Para leer antes de ver la película
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la reunificación, en 1990, la única productora de cine en la República Democrática Alemana fue DEFA (Deutsche Film-Aktiengesellschaft). Como en otros países del bloque comunista, las películas que se hacían allí estuvieron en general atadas a los vaivenes políticos, con épocas de mayores restricciones y otras con más libertades. Pero nunca se vivió nada igual al invierno boreal de 1965: casi toda la producción realizada ese año por DEFA fue prohibida por las autoridades partidarias y no pudo exhibirse durante 25 años. Esta semana veremos en Cinematófilos el más famoso y celebrado de esta docena de films víctimas de la censura.
DEFA nació antes que la Alemania comunista y la sobrevivió por un par de años. Fue creada en 1946, con el auspicio de las autoridades soviéticas que administraban la zona oriental del país luego de la guerra. Mientras los estadounidenses, franceses e ingleses no tenían ningún apuro en reconstruir la industria cinematográfica alemana en sus áreas de control, los soviéticos veían al cine era como herramienta más a favor de la “desnazificación” (entnazifizierung) y autorizaron a filmar bastante antes. La primera película producida por DEFA fue Los asesinos están entre nosotros (Die Mörder sind unter uns, 1946), de Wolfgang Staudte, unos años antes de que en 1949 se creara la República Democrática Alemana. Y el último film fue Novalis - Die blaue Blume (1993), de Herwig Kipping, estrenado cuando la empresa estatal ya había sido vendida a un conglomerado francés. En total, DEFA produjo alrededor de 950 películas de ficción (entre cortos y largos), unos 820 films de animación y cerca de 5.200 documentales y noticieros.
Sería imposible intentar resumir en estas líneas una filmografía tan amplia. Pero sí se pueden señalar algunos géneros importantes, que destaca Sebastian Heiduschke en el libro East German Cinema - DEFA and Film History (2013). Porque en la Alemania comunista hubo de todo. Marriage in the Shadows (Ehe im Schatten, 1947), de Kurt Maetzig, fue una de las primeras de varias ficciones que lidiaron con la persecución a los judíos durante el nazismo. El film infantil El tesoro de Muck (Die Geschichte vom kleinen Muck, 1953), de Staudte, basado en una popular historia breve del escritor Wilhelm Hauff, fue un descomunal éxito de taquilla. Hubo un ciclo de historias de ciencia ficción que comenzó con La estrella silenciosa (Der schweigende Stern, 1960), de Maetzig, adaptación de una de las primeras novelas de Stanisław Lem. También hubo musicales pensados para un público joven, como el muy exitoso Hot Summer (Heißer Sommer, 1968), de Joachim Hasler, sobre las aventuras de dos grupos de adolescentes de vacaciones en el mar Báltico. Y mientras en Alemania Occidental explotaba el éxito de los llamados Winnetou Films (historias ambientadas en el viejo Oeste estadounidense inspiradas en libros del escritor alemán Karl May) y en Italia surgía el spaghetti western, DEFA creó los denominados Indianerfilme, en los que los aborígenes nativos de Norteamérica eran los héroes que enfrentaban la opresión de los colonos europeos. El primero fue Los hijos de la gran madre osa (Die Söhne der großen Bärin, 1966), de Josef Mach, y convirtió en una estrella al actor de origen serbio Gojko Mitić, que interpretó a diferentes líderes aborígenes en una docena de películas.

Como señala Stephen Brockmann en su libro A Critical History of German Film (2010), la coyuntura política y social en la Alemania comunista y la influencia de Moscú tenían una peso decisivo sobre qué se podía mostrar y tratar en pantalla. Momentos de fuerte censura eran seguidos por otros de cierta liberalización, y los directores debían tratar de estar atentos a los climas de cada momento. La construcción del Muro de Berlín en agosto de 1961, al contrario de lo que puede suponerse, marcó el inicio de un período de cierta apertura. Klaus Wischnewski, guionista de la DEFA, lo describió así en un artículo en el periódico Neues Deutschland: “Ahora que la frontera es segura, por fin podemos dedicarnos a intensificar el aspecto crítico de nuestro cine”.
Además, hacían falta películas: por un lado, los habitantes de Berlín Oriental ya no podían cruzar al este para ir al cine; por otro, la importación de films de Alemania Occidental cayó notablemente. Y en una sociedad con libertades reprimidas, un cine con una mirada crítica de la realidad puede ser atractivo. A todo esto se sumó la influencia del denominado “deshielo” impulsado por el líder soviético Nikita Jrushchov, y la renovación generacional, temática y formal en el cine que significó la aparición de las nuevas olas europeas, también en los países del bloque comunista. El cielo dividido (Der geteilte Himmel, 1984), de Konrad Wolf, es un buen ejemplo de la apertura cultural de esos años. Película de gran modernidad formal, trata sobre una mujer que se debate, a partir de la construcción del Muro, entre el deseo individual y el dogma.
Pero los tiempos cambiaron pronto con el undécimo plenario del Comité Central del Partido Socialista Unificado de Alemania (PSUA), que se realizó entre el 14 y el 17 de diciembre de 1965. En esos cuatro días se decidió el hecho de censura más importante en las cuatro décadas de historia del país, y sus repercusiones se hicieron sentir durante varios años. El encuentro, en principio, estaba planeado para debatir la política económica. Pero los asistentes, encabezados por Erich Honecker (en ese momento números dos del partido, luego presidente del país), terminaron discutiendo de cultura en general y de la producción de la DEFA en particular. Algunos investigadores sostienen que el cambio en la agenda fue parte de una interna política: Honecker y sus seguidores apuntaron al cine como un modo indirecto de criticar a Walter Ulbricht, titular del PSUA y jefe de Estado, y el rumbo que había tomado su economía.
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Durante el encuentro hubo dos proyecciones: El conejo soy yo (Das Kaninchen bin ich, 1965), de Maetzig, sobre la hipocresía en el sistema judicial, y Just Don’t Think I’ll Cry (Denk bloß nicht, ich heule, 1965), de Frank Vogel, sobre la opresión en colegios del país. “En algunas de las películas producidas por DEFA en los últimos meses [...] podemos ver tendencias y creencias ajenas y perjudiciales para el socialismo”, sostuvo Honecker luego de verlas. Ingeburg Lange, integrante del Comité central, fue más explícita en su comentario: “Lo que vimos ayer es una absoluta basura”. En total, el partido prohibió doce películas. Once ya estaban terminadas y a punto de estrenarse; el rodaje de la restante fue interrumpido y se cree que el material que se había filmado fue destruido. Cada realización recibió objeciones puntuales, pero todas compartían una mirada crítica sobre algún aspecto de la realidad de la Alemania Oriental de la época. Por el título del film de Maetzig, se las conoce como Kaninchenfilme, “películas de conejos”.
La obra más conocida y celebrada de las doce que fueron prohibidas es la que veremos esta semana en Cinematófilos: Huella de piedras (Spur der Steine, 1966), de Frank Beyer. Como la película estaba terminada, el anuncio del estreno ya se había publicado en los medios y se habían hecho las copias para su distribución, las autoridades del Partido Socialista Unificado permitieron unas pocas exhibiciones puntuales de Huella de piedras antes de prohibir su exhibición por completo. En su autobiografía publicada en 2001, Wenn der Wind sich dreht: meine Filme, mein Leben (“Cuando gira el viento: mis películas, mi vida”), el director Beyer recordó su experiencia durante el estreno en un cine de Berlín: “Iban unos diez minutos de proyección y llegaron los primeros abucheos. Resultó que entre los 600 espectadores había entre 80 y 100 personas que ya conocían la película y habían sido enviadas al estreno para hacer de ‘voz del pueblo’. Su trabajo consistía en rechazar a gritos la película. El resultado fue el caos en la sala”. La supuesta mala recepción en los cines le daba una excusa al partido para prohibirla: estaba respondiendo a la voluntad del pueblo. Recién pudo volver a exhibirse en 1989, apenas unos días antes de la caída del Muro.
Esta censura masiva de casi toda la producción del año de DEFA tuvo sus consecuencias. No sólo calló a algunas voces disonantes, sino que además el cine en Alemania Occidental en general se volvió menos crítico y arriesgado. “Algunos cineastas respondieron a la represión cultural de mediados de los sesenta con películas políticamente inocuas e intelectualmente poco exigentes”, describe Stephen Brockmann en su libro. Beyer no pudo volver a filmar durante casi una década, en la que se dedicó a trabajar en teatro y televisión. Su siguiente realización fue Jacob el mentiroso (Jakob, der Lügner, 1974), comedia dramática sobre la vida en un gueto judío en 1944. Fue la única producción de la DEFA que estuvo nominada a un Oscar como mejor película extranjera.
HUELLA DE PIEDRAS
Título original: Spur der Steine
Director: Frank Beyer
Protagonistas: Manfred Krug, Krystyna Stypulkowska, Eberhard Esche
País: Alemania Oriental
Idioma: alemán
Año: 1966
Duración: 133 minutos
Para leer después de ver la película
Antes de ser una película, Huella de piedras fue un best seller. Obra del periodista y escritor Erik Neutsch, uno de los autores más populares de Alemania Oriental, se publicó primero por entregas en una revista, y la DEFA compró sus derechos antes de que se editara en forma de libro, en 1964, con una tirada de medio millón de ejemplares. El estudio asignó un presupuesto tres veces mayor al de una película promedio para su adaptación, con la esperanza de que el éxito de la novela se trasladara al cine. El plenario partidario de diciembre de 1965 eliminó cualquier potencial comercial que el film podría haber tenido.
En la novela, de unas 900 páginas, el único narrador es omnisciente. El director Frank Beyer y su coguionista, Karl-Georg Egel, hicieron aquí un cambio fundamental: la película comienza con la reunión disciplinaria para decidir la situación de Werner Horrath (Eberhard Esche), el miembro del partido enviado a poner orden en la construcción de la planta petroquímica, y a partir de allí se van sucediendo diferentes flashbacks con variados puntos de vista. En su autobiografía, Beyer sostuvo al respecto: “Teóricamente, estoy en contra de los flashbacks, porque los considero una técnica cinematográfica de segunda categoría. En nuestro caso, la técnica resultó ventajosa no sólo porque subtramas enteras de la película podían resumirse en unas pocas frases, sino sobre todo porque la trama en tiempo presente y los flashbacks se complementaban constantemente, creando una tensión adicional”.
Toda la historia va y viene entre su presente narrativo (la reunión disciplinaria) y las situaciones del pasado que explican qué se está discutiendo y por qué. De entrada, ante la profusión de personajes y la ausencia de una demarcación clásica de los flashbacks (que aparecen por corte directo, sin transiciones evidentes), la trama puede parecer algo confusa. Pero a medida que avanza el relato va quedando clara la maestría de Beyer para moverse entre diferentes momentos y situaciones, siempre en favor de la historia que se cuenta. Es notable también el uso de la pantalla ancha, aprovechando cada centímetro del cuadro en composiciones que le dan profundidad a la burocrática formalidad de la mayoría de los personajes que atraviesan la película.
El primer flashback presenta al personaje de Hannes Balla (Manfred Krug, actor y cantante de gran popularidad en esos años) y su brigada. Es una escena extraordinaria: los carpinteros, con su vestimenta característica negra, avanzan en sentido contrario a la multitud. Parecen los siete magníficos, aunque portan botellas de cerveza en lugar de revólveres. Se muestran cancheros y groseros: apenas se cruzan con unas chicas, las manosean. Y también son desafiantes. Mientras avanzan, una voz desde un parlante afirma: “Estamos construyendo la vía que nos lleva a un futuro mejor”. Y Balla comenta: “Nos mandan al futuro como los curas al otro mundo”.
Hay mucho de western en la película. Horrath bien podría ser el sheriff que llega a poner orden, no en un pueblo sino en una obra en construcción. Y Balla, el forajido que necesita ser disciplinado. Poco después de conocerse tienen su primer duelo: un juego de palmas en el que se impone el carpintero. Pero Balla decide ganar ese enfrentamiento recién cuando aparece en escena Kati Klee (la actriz polaca Krystyna Stypulkowska). Los dos hombres se disputan también el amor de la joven, y esa es la dimensión melodramática de la historia. Como otras películas de la Alemania comunista, Huella de piedras también plantea, entre otros temas, la tensión entre el deseo y el dogma.
El personaje de Balla es, sin duda, el más interesante de la película, y su evolución enriquece el relato. Es un rebelde, un tipo inasible, pero trabaja como nadie, y de allí la veneración de sus colegas. Al comienzo no respeta ni al partido ni a sus dirigentes, pero al final comprende la necesidad de la disciplina en el trabajo. Si en una de las primeras escenas (de las más divertidas, en un film que sólo ocasionalmente apela a la comedia) desafía a la autoridad al tirar a un policía al estanque de la plaza donde él y sus compañeros se están bañando desnudos, en el final pide que llamen a las fuerzas de seguridad para que detengan a un integrante de su brigada.
Algo similar ocurre con su relación con Kati Klee. De entrada Balla la trata mal, con despreciables actitudes machistas. Pero termina siendo quien más la comprende y acompaña. “En una escena particularmente conmovedora, cuando ambos están en Berlín como parte de una delegación de trabajo, Klee se emborracha y deja la puerta de su habitación del hotel abierta para Balla. Como él mismo reconoce, éste es el momento que ha estado esperando durante meses, pero sin embargo declina aprovecharse de ella”, describe Stephen Brockmann en su libro.
Buena parte de las críticas de las autoridades partidarias a la película se centraron en el personaje de Balla. Y en particular apuntaron a la escena de la huelga, cerca del final. “Es cuestionable si una huelga debe mostrarse en absoluto... No se comunica con claridad que la huelga es una forma de luchar contra la propia clase y que no se puede recurrir a tales métodos sin sufrir las consecuencias”, disparó Kurt Hager, influyente miembro del Partido Socialista e ideólogo de muchas iniciativas culturales y educativas. También molestó el personaje de Horrath. “¿Quién representa al Partido en esta película?”, se preguntó Hans Rodenberg, ex viceministro de Cultura y uno de los directores de DEFA. “Está representado por Horrath, que le miente al propio Partido. Y se muestra a los camaradas como gente que no puede tomar decisiones en su vida privada”, agregó.
Pero la película tiene una mirada mucho más ambigua e interesante. “La interrelación entre Horrath y Balla es fundamental para una auténtica comprensión. Si bien es cierto que Horrath se comporta de forma indecisa e hipócrita, no lo es menos que la película narra la evolución de Balla desde un alborotador pendenciero hasta un obrero socialista modelo lleno de conciencia de clase”, afirma Brockmann. En este sentido, entonces, el film parece simultáneamente criticar y elogiar al socialismo.
Uno de los aspectos más notables de Huella de piedras es cómo, extrañamente, reflejó las discusiones en torno a la propia película. Lo que muestra la ficción es similar a lo que ocurrió en la realidad. La extensa y burocrática reunión para definir la situación del personaje de Horrath se asemeja a lo ocurrido en el plenario del Comité Central del Partido Socialista alemán en 1965. Así como el encuentro del PSUA utilizó a la cultura para cuestionar indirectamente la política económica del gobierno, en el film las autoridades partidarias y de la planta en construcción toman la vida personal de Horrath para atacar sus intentos innovadores por poner la obra en marcha.
Si tenés ganas de algo más…
- En el canal de YouTube de este newsletter podés ver un tráiler de Huella de piedras, que subtitulé al castellano.
- En 1994, la Asociación de Cinematecas de Alemania realizó una encuesta entre directores, críticos, periodistas e historiadores para elegir las 100 películas más importantes de la historia del cine alemán. Huella de piedras quedó en el puesto 23. Repliqué la lista -que encontré en un viejo número del Journal of Film Preservation- en Letterboxd (no hace falta tener una cuenta en esa red social para poder verla).
- El cine de Alemania Oriental y de los demás países del bloque comunista llegaba a las salas argentinas gracias a la empresa Artkino Pictures, la distribuidora independiente de mayor trayectoria en el país, fundada por Isaac Argentino Vainikoff. Hoy tiene un canal de YouTube donde todas las semanas sube films que alguna vez tuvieron estreno comercial. Por ejemplo, se pueden ver con subtítulos en castellano tres producciones de la DEFA dirigidas por Konrad Wolf, uno de los realizadores más importantes de la Alemania comunista: Lissy (1957), Nuestra ciudad arde (Sterne, 1959) y Solo Sunny (1980).
Archivo de publicaciones
Acá podés acceder al archivo de las publicaciones de esta temporada. Y acá al de la temporada pasada. Tené en cuenta que muchos de los links de acceso a las películas no continúan activos.
Qué hermoso personaje el de Balla, un tipo altamente desagradable en las primeras secuencias y hacia el final con unos códigos de camaradería implacables (esa escenita con ella en Berlín deseando que "la bella" bese por fin a "la bestia").
Un ritmo espectacular, se pasaron las dos horas volando.
Gracias Andrés ! Como vos decís, hay un trabajo de montaje entre secuencias muy interesante. A veces yendo al pasado, otras veces continuando una acción. Buen trabajo !