Esta semana en Cinematófilos, la mejor actuación de la primera sex symbol platinada de Hollywood. Más adelante vas a encontrar el link para ver la película, que estará activo durante una semana. Te recomiendo entonces que la descargues en tu PC para poder verla cuando quieras; si no sabés cómo hacerlo (es muy sencillo) podés revisar acá un tutorial al respecto.
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Para leer antes de ver la película
La carrera de Jean Harlow se extendió durante menos de una década, desde su debut en 1928 hasta su repentina muerte, en 1937, cuando recién había cumplido 26 años. Su corta vida estuvo atravesada por tragedias personales que la prensa inescrupulosa y alguna biografía de nulo rigor se encargaron de magnificar. Pero su figura aún es recordada por lo que hizo frente a las cámaras. Esos breves 9 años le alcanzaron para dejar una marca indeleble en Hollywood: fue la bomba rubia más famosa del cine de su época (mucho antes de Betty Grable y Marilyn Monroe), deseada por millones de espectadores en todo el mundo, y se convirtió en un ícono de los años 30. Y también demostró, como veremos en la genial película de esta semana, que podía ser una gran actriz.
“Congelada a los 26 años, sigue siendo una criatura de su tiempo, una residente permanente de los años 30, la ‘trágica sex symbol’ de leyenda”, describe Eve Golden en su libro Platinum Girl: The Life and Legends of Jean Harlow (1991), una de las mejores biografías sobre la actriz. “Objeto de innumerables fantasías sexuales, era la personificación del glamour duro como la porcelana. Con sus reveladores vestidos ceñidos al cuerpo, su maquillaje chillón y su sorprendente pelo platinado, simbolizaba el ideal estadounidense de mujer agresiva y sexualmente disponible”, agrega. Pero la vida privada de Harlow no se pareció en nada a los mitos que circularon en la época o a la imagen que proyectaban sus películas.
Harlow nació como Harlean Carpenter en Kansas City, Misuri, el 3 de marzo de 1911, en una familia acomodada: su abuelo materno era un acaudalado agente inmobiliario. Su vida antes del cine y sus comienzos en Hollywood están muy bien documentados en el libro de Golden y en otra rigurosa biografía, Bombshell: The Life and Death of Jean Harlow (1993), de David Stenn. Hija única, la futura estrella siempre tuvo una relación muy cercana con su madre, Jean Poe Harlow, que fue una gran influencia en su vida privada y en su carrera. De hecho la joven decidió hacer propio el nombre de ella en 1928, cuando unos directivos de la Fox la descubrieron de casualidad y comenzó a trabajar como extra.
Luego de apariciones menores en algunas películas, el productor Hal Roach la fichó para actuar en varios cortos de Laurel y Hardy, donde comenzó a hacerse notar. Su primer rol con diálogo fue en El programa del sábado (The Saturday Night Kid, 1929), de A. Edward Sutherland, protagonizada por Clara Bow, una de las sex symbols de los años 20. El salto a la fama lo dio con Ángeles del infierno (Hell’s Angels, 1930): Howard Hughes la contrató cuando decidió que su demorada superproducción sería sonora y necesitaba reemplazar a la actriz noruega Greta Nissen, cuyo marcado acento al hablar no lo convencía.
El éxito descomunal de Ángeles del infierno transformó de inmediato a Harlow en una estrella. Apareció en portadas de diarios y revistas en todo el país, que destacaban sus ojos gris azulados y su rubio platinado. Hughes, que la tenía contratada en exclusiva, no sabía bien qué hacer con ella, por lo que comenzó a entregarla “a préstamo” a otros estudios. En Los seis misteriosos (The Secret 6, 1931), de George W. Hill, compartió pantalla por primera vez con Clark Gable, con quien formaría una exitosa pareja en la ficción que se replicó en otras cinco películas. Ese año también se la vio junto a James Cagney en El enemigo público (The Public Enemy, 1931), de William A. Wellman, y a Spencer Tracy en Goldie (1931), de Benjamin Stoloff.
El estatus de Harlow como estrella se solidificó con Platinum Blonde (1931), de Frank Capra, película que no fue un gran éxito pero ayudó a moldear su imagen y presentó, acaso por primera vez, su talento para la comedia. “Interpretaba la comedia tan naturalmente como una gallina pone un huevo”, diría años más tarde George Cukor, que la dirigió en Cena a las ocho (Dinner at Eight, 1933). En 1931 Paul Bern, asistente del poderoso Irving Thalberg en la Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), negoció con Hughes para que Harlow apareciera en El monstruo de la ciudad (The Beast of the City, 1932), de Charles Brabin. Entusiasmado por la repercusión de la película, Bern convenció a Louis B. Mayer para que contratara definitivamente a la actriz: MGM le pagó 30 mil dólares a Hughes, una cifra enorme para la época. Pero la inversión resultó ser un éxito rotundo.

La maquinaria publicitaria de la MGM trabajó en la apariencia de Harlow: le depilaron completamente las cejas y se las “dibujaron” unos centímetros más arriba, lo que se terminó convirtiendo en una de sus características más reconocibles. Pronto se transformó en una de las “chicas malas” del pre-code, período extraordinario en la historia de Hollywood donde la censura era laxa y la sexualidad femenina explotaba sin tapujos en pantalla. En Tierra de pasión (Red Dust, 1932), de Victor Fleming, se bañaba desnuda en un barril ante la mirada de Clark Gable. En La mujer de los cabellos rojos (Red-Headed Woman, 1932), de Jack Conway, usaba sus encantos para conseguir lo que quería y al final se salía con la suya. Con películas como Polvorita (Bombshell, Fleming, 1933) y Nacida para el beso (The Girl from Missouri, Conway, 1934), la MGM intentó fundir persona y personaje para ofrecerle al público lo que creía que era ella en su vida privada. Pero la intimidad de Harlow era muy distinta a lo que mostraban sus films.
Reservada, alegre y simpática, muy apegada a su madre, la actriz llevaba una vida tranquila, lejos del perfil que irradiaban las vamp o femme fatales que solía interpretar. Se había casado por primera vez a los 16 años con un millonario heredero, matrimonio que sólo duró tres años. Volvió al altar en 1932 con Paul Bern, el hombre que la había llevado a la MGM, uno de los pocos que creía seriamente en su talento. Esta relación fue aún más fugaz: Bern apareció muerto en su casa dos meses después de la boda, en circunstancias que aún hoy no están del todo claras. El hecho de que Mayer, Thalberg y David O. Selznick, acompañados por el jefe de seguridad de la MGM, haya sido los primeros en arribar a la escena, y de que una ex pareja de Bern con problemas psiquiátricos se haya suicidado un par de días más tarde, no hicieron más que agregar misterio al asunto. La investigación judicial estableció que la muerte del productor fue un suicidio, pero los motivos nunca fueron develados. Y en Hollywood siempre proliferan las teorías más oscuras, perversas, conspirativas, paranoicas: una relación homosexual que estaba por salir a la luz, una supuesta impotencia sexual, un crimen mafioso... Nada de todo eso parece tener asidero.
Harlow logró sobrevivir al escándalo, que la prensa expuso con voracidad. Pronto se convirtió en una de las figuras más rentables del staff de la MGM, la productora que aseguraba tener “más estrellas de las que hay en el cielo”. Protagonizó un éxito detrás de otro: Cena a las ocho, Mares de China (China Seas, Tay Garnett, 1935), Los enredos de una dama (Libeled Lady, Conway, 1936). Una de sus mejores películas es la que veremos esta semana en Cinematófilos: Entre esposa y secretaria (Wife vs. Secretary, 1936), de Clarence Brown, una comedia dramática liviana en su superficie pero filosa en cuanto a ideas, en el que compartió elenco nada menos que con Clark Gable, Myrna Loy y un joven James Stewart, en uno de sus primeros roles importantes. Eve Golden sostiene en su libro que el personaje de Harlow en este film fue, “por lejos, el más inteligente y adulto” que interpretó en toda su carrera.
“Harlow generalmente retrataba a prostitutas bonachonas o a trabajadoras alegremente amorales. Aunque empezaba a ser aclamada por la crítica por su talento para la comedia, seguía siendo considerada una vamp muy sexual; después de todo, a los 24 años se había casado tres veces y su segundo marido había muerto en circunstancias sospechosas. No era la chica de al lado, a menos que vivieras entre un club nocturno y un burdel”, describe Golden. Su tercer matrimonio, con el director de fotografía Hal Rosson, apenas había durado ocho meses.

A fines de mayo de 1937, durante la filmación de Saratoga (Conway, 1937), Harlow comenzó a sentirse mal en el set. En un primer momento sus compañeros de elenco y su familia no le dieron demasiada importancia al asunto: la actriz había sufrido problemas de salud durante buena parte de su vida, y siempre se había recuperado. La mandaron a hacer reposo a su casa, pero su situación no mejoró. Padecía insuficiencia renal, una dolencia sin tratamientos eficaces en esos años, probablemente agravada por las consecuencias a largo plazo de una escarlatina que había sufrido una década antes. Murió en un hospital de Los Ángeles el mediodía del lunes 7 de junio de 1937. Hacía tres meses había cumplido 26 años. El rodaje de Saratoga se completó con tres dobles de cuerpo para remplazar a Harlow, se estrenó un mes y medio después y fue el mayor éxito del año para la MGM.
“La muerte de Jean Harlow -cuenta Golden en su libro- saltó a la portada de todos los periódicos el martes por la mañana con una mezcla de auténtica pena e inexactitud. La enfermedad de Jean había sido tan subestimada y malinterpretada que surgieron todo tipo de extraños rumores”. Las interpretaciones alocadas sobre la sorpresiva muerte de la actriz volvieron a circular con fuerza dos décadas más tarde, cuando se publicó Harlow: An Intimate Biography (1964), de Irving Shulman, un libro escrito a las apuradas y basado en el único testimonio de un ex representante de artistas. Entre otras teorías sin fundamento, el autor sostuvo que Harlow había muerto por culpa de su madre, una supuesta católica devota que se negó a que recibiera tratamiento médico a tiempo. La crítica trató muy mal a esta pretendida biografía, pero fue un best seller. Lo peor es que muchas de los mitos que esparció Shulman se siguen publicando aún hoy.
Resume Golden: “La historia de Jean es la de una mujer alegre y despreocupada que tuvo dificultades para defenderse. Sin ser una luchadora testaruda como Bette Davis o Katherine Hepburn, ni una bala perdida autodestructiva como Judy Garland o John Barrymore, Jean pasó su breve vida tratando de afirmar su personalidad e integridad artística sin dejar de cooperar de buena gana con el estudio. A pesar de los compromisos, consiguió sobresalir en la primera línea de Hollywood con su sentido del humor y su carrera intactos. La suya es una historia corta, pero también -en conjunto- una historia de éxito”. Quedan sus películas, afortunadamente, para demostrarlo.
ENTRE ESPOSA Y SECRETARIA
Título original: Wife vs. Secretary
Director: Clarence Brown
Protagonistas: Clark Gable, Jean Harlow, Myrna Loy, May Robson, George Barbier, James Stewart
País: Estados Unidos
Idioma: inglés
Año: 1936
Duración: 88 minutos
Para leer después de ver la película
El título en inglés de la película es más complejo de lo que parece: Wife vs. Secretary, “Esposa versus secretaria”. En un principio puede resultar engañoso, porque transmite la idea de que habrá una especie de duelo entre las dos mujeres para ver quién se queda con el hombre en cuestión. Incluso el tráiler original del film (más abajo vas a encontrar el link para verlo) fomenta expectativas en ese sentido. ¿A quién elegirá Clark Gable? ¿A Jean Harlow o a Myrna Loy?
Pero Entre esposa y secretaria apunta hacia otro lado. No estamos frente a una competencia en la que el amor de un hombre es el primer premio, sino ante a una serie de malentendidos, confusiones y prejuicios que llevarán a la esposa a sospechar de la secretaria. En este sentido es magistral el modo en el que la película construye toda la evidencia circunstancial que conduce a Linda (Loy) a pensar que su esposo Van (Gable), a quien todos llaman V.S. (el versus del título incrustado en su apodo), está teniendo una aventura con su asistente Whitey (Harlow).
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La película está condimentada con deliciosos diálogos de doble sentido esparcidos por toda la narración. “Si el señor Stanhope toca o no su trucha no es asunto suyo”, regaña el mayordomo a una de las nuevas criadas, mientras el matrimonio está desayunando. Cuando Van llega a su oficina se encuentra con Whitey colgando un cuadro y haciendo comentarios sobre su aspecto. Ella cree que está hablando con Mary, otra empleada. “Creí que eras Mary” (“I thought you were Mary”), se disculpa ella, lo que en inglés suena muy similar a “Creí que estabas casado” (“I thought you were married”). “¿Fuiste fiel durante mi ausencia?”, pregunta él luego, entre risas.
Pero más allá de estos juegos retóricos, la escritura del guión desliza agudas observaciones sobre los prejuicios sociales y los mandatos que moldean y determinan los roles de género. La película está basada en la novela breve homónima que la escritora Faith Baldwin, autora de populares historias para y sobre mujeres, publicó por entregas en la revista Cosmopolitan en 1935. Y de la adaptación se encargaron dos guionistas de primer nivel del Hollywood de la época, Norman Krasna y John Lee Mahin, junto a la poeta y escritora feminista Alice Duer Miller.
Mimi (May Robson), la madre de Van, lanza la primera piedra. “Deshazte de esa secretaria”, le recomienda a su nuera. No es que tenga pruebas de un romance entre su hijo y la asistente, sino que así concibe el mundo: un hombre no podrá combatir la tentación. “Son como los chicos: roban caramelos cuando pueden”, dirá la señora más adelante, como forma de consuelo y resignación: “Así son los hombres”. Efectivamente, cuando Van saque a bailar a Whitey en la fiesta, los invitados varones se relamen mientras miran a la joven y enuncian sin pudor cuánto les gustaría tenerla: es el código en el que basan su masculinidad. En paralelo, Linda empieza a desconfiar de su marido porque sus amigas de la alta sociedad la asustan con comentarios insidiosos e, indirectamente, sugieren que debería comportarse como una esposa más celosa.
Y eso es precisamente lo que la película busca cuestionar: el destino existencial de las esposas. Por eso el título también podría aludir al dilema interno de una mujer que anhela tener libertad y tomar sus propias decisiones en la vida. El personaje de Harlow no quiere limitarse a ser simplemente “la señora de...”. Acá se impone la mirada conservadora de Dave (James Stewart), novio de Whitey. Él no puede soportar que ella gane más y tenga mejores perspectivas profesionales que él: “Lo que haces no es natural”. Y a Whitey le gusta su trabajo, y lo hace muy bien: es una persona indispensable en la empresa (eficiente, con iniciativa), de esas empleadas que podrían manejar todo el negocio por sí solas. Sin embargo, el novio le pide que abandone su trabajo, ya que es incompatible con el proyecto de hogar y familia que él imagina. En ese instante, el rostro de Harlow revela la desolación y la fatiga: el hombre es incapaz de percibir y respetar el deseo femenino. Al final, Dave parece haber asumido que, si quiere recuperarla, deberá aggiornarse (o, en términos actuales, entrenarse en algún tipo de deconstrucción).
Una de las cuestiones más interesantes del relato es que no hay un villano o villana. Todos los personajes, y en particular el trío protagónico, se desenvuelven con honestidad, sin segundas intenciones. El personaje de Gable, por ejemplo, ni siquiera puede callar la culpa que siente al no dejar ir a su empleada cuando ella tiene la chance de ser ascendida a otro puesto.
Es evidente que Whitey siente algo por Van, pero también queda claro que ella sabe que ese hombre está comprometido. El viaje de negocios a La Habana termina por detonar el conflicto. Luego de la cena en el restaurante, ambos suben a sus habitaciones en el hotel. Él está borracho, a tal punto que ella debe (literalmente) sostenerlo. Es ella la que está en control de la situación. Y son ellas, la esposa y la secretaria, las que resolverán el asunto.
Me animo a decir que la hora y pico que transcurrió hasta ese momento, una sucesión placentera e ingeniosa de enredos, se justifica en lo que sigue. Es en los últimos cinco minutos donde la película confirma su verdadera sofisticación. El diálogo en el barco que está a punto de zarpar entre Linda y Whitey es maravilloso: dos mujeres que saben de qué están hablando, sin rodeos, con franqueza, un momento sencillo desde la puesta en escena pero decisivo en la historia. La bocina de la embarcación, en el cierre, le otorga el dramatismo justo. Y luego está el cruce entre ambas, en la oficina de Van. Sobran las palabras: Linda y Whitey se comunican con apenas una mirada. Todo el concepto de sororidad puede ilustrarse con ese momento.
Un comentario final sobre el trabajo de Jean Harlow en esta película, que ofrece la que acaso sea su mejor actuación. Dice David Stenn en Bombshell: The Life and Death of Jean Harlow: “[El director Clarence] Brown instó a Harlow a ser ella misma, con resultados extraordinarios: por primera vez en el cine, interpretó un personaje con sutileza, dignidad, profundidad y clase […] Esta era la ‘verdadera’ Harlow”. La crítica de la época también destacó a la actriz. “Sin dudas, este película marcará una nueva carrera para Harlow”, aventuró The Hollywood Reporter. Para Variety, “resuelve cada escena sin esfuerzo. Demuestra que realmente puede interpretar algo más que los papeles de vamp con los que se la ha identificado principalmente”. Su sorpresiva muerte, un año más tarde del estreno de esta película, truncó todas esas posibilidades.
Si tenés ganas de algo más…
- En el canal de YouTube de este newsletter podés ver el tráiler original de Entre esposa y secretaria, que subtitulé al castellano.
- El documental Complicated Women (Hugh Munro Neely, 2003), narrado por Jane Fonda, repasa el rol atrevido y desprejuiciado que las mujeres -entre ellas Jean Harlow- tuvieron en el cine de Hollywood anterior al código de censura. Lo había compartido en la edición del año pasado que le dediqué pre-code, pero vuelvo a recomendarlo. En YouTube hay además un canal dedicado a Harlow, donde se pueden ver varios documentales sobre su vida y su obra.
- Marilyn Monroe, que siempre fue muy astuta para manejar su imagen pública, intentó desde muy joven trazar paralelos entre ella y Jean Harlow, a quien admiraba. Hubo incluso varios proyectos para que la interpretara en una biopic, pero ninguno llegó a realizarse. La polémica biografía escrita por Irving Shulman en 1964 renovó interés por la vida de la actriz, y entonces se realizaron dos películas, ambas tituladas Harlow y estrenadas con apenas dos meses de diferencia en 1965. La primera, una producción de bajo presupuesto, la protagonizó Carol Lynley y es muy poco recordada. La segunda, una costosa realización de la Paramount basada en el libro de Shulman y con Carroll Baker como Harlow, es un espanto.
Archivo de publicaciones
Acá podés acceder al archivo de las publicaciones de esta temporada. Y acá al de la temporada pasada. Tené en cuenta que muchos de los links de acceso a las películas no continúan activos.