PUBLICADO ORIGINALMENTE EL 19 DE NOVIEMBRE DE 2022
Esta semana en Cinematófilos, la historia de amor de dos exiliados en Nueva York. Te recomiendo que descargues la película en tu PC para poder verla cuando quieras; si no sabés cómo hacerlo (es muy sencillo) podés revisar acá un tutorial al respecto.
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Para leer antes de ver la película
El cine de Hong Kong es un milagro. Esta pequeña y populosa ciudad-estado en el este de Asia, que fue colonia durante un siglo y medio, logró desarrollar una industria propia, vibrante e innovadora. Durante más de dos décadas, desde fines de los 60 hasta principios de los 90, las películas producidas allí brindaron excitación, sorpresa y emoción a espectadores de todo el mundo. Y no me refiero únicamente al cine de acción y artes marciales, que son marca registrada hongkonesa, sino también a otros films, de otro tipo belleza y sensibilidad, como el que veremos esta semana en Cinematófilos.
“¿Cómo ha llegado esta pequeña cinematografía a tener tanto éxito? Algunas respuestas están en la historia y la cultura, pero muchas otras se encuentran en las propias películas. La industria cinematográfica de Hong Kong ofreció algo que el público deseaba. Año tras año produjo docenas de películas frescas, vivas y emocionantes. Desde la década del 70, es posiblemente el cine popular más energético e imaginativo del mundo”, sostiene David Bordwell en su libro Planet Hong Kong: Popular Cinema and the Art of Entertainment (2000). Bordwell, que conjuga el rigor teórico de los mejores académicos con la pasión y el desprejuicio de un cinéfilo voraz, tiene una teoría: el cine de Hong Kong desarrolló, sobre todo en relación a la acción física, un tipo de narración propia. Incluso asegura que esta tradición estilística hongkonesa hizo su contribución al lenguaje cinematográfico universal y tuvo una influencia global, como en su momento la tuvieron el sistema de montaje de continuidad del Hollywood clásico, el expresionismo alemán, el montaje soviético o el neorrelismo italiano.
Es difícil no estar de acuerdo con Bordwell al apreciar la casi experimental Un toque de Zen (Xia nü, 1971), de King Hu, que fragmenta la acción hasta niveles nunca vistos. O las cuidadosamente escenificadas proezas físicas de Jackie Chan en Police Story (Ging chaat goo si, 1985), en la tradición de Douglas Fairbanks o Buster Keaton. O la violencia melodramática y estilizada de John Woo en Amenaza final (Ying hung boon sik, 1986), el film que inauguró el subgénero conocido como heroic bloodshed (“derramamiento de sangre heroico”). El cine de Hong Kong es el cine de los excesos, en el mejor sentido posible. “Las películas pueden ser sentimentales, alegres, desgarradoras, tontas, sangrientas y extrañas. Su audacia, su estilo y su descarada apelación a la emoción les han hecho ganar público en todo el mundo [...] Estos escandalosos entretenimientos albergan una notable inventiva y un cuidadoso trabajo artesanal. Son la contribución más importante de Hong Kong a la cultura mundial. Los mejores films no sólo complacen al público, sino que son rica y deliciosamente artísticos”, escribe el académico estadounidense.
Conviene tener todo esto en cuenta para ver la película de esta semana en el newsletter, que no es de acción o artes marciales pero pertenece a otro género popular: el drama romántico, en este caso condimentado con algo de comedia. Se trata de la hermosa An Autumn’s Tale (Chau tin dik tun, 1987), de Mabel Cheung, protagonizada por dos figuras en ascenso del cine hongkonés de la época: Chow Yun-fat y Cherie Chung. Pero antes de pasar a la película vale la pena trazar un mínimo contexto.

Desde finales de los años 60 hasta comienzos de los 90, Hong Kong tuvo una de las industrias cinematográficas más robustas del mundo y llegó a convertirse en el tercer productor global, detrás de la India y Estados Unidos. Como colonia británica, podía acceder sin problemas a película virgen de Occidente y mantenerse tecnológicamente al día. Se trató siempre de un cine regional más que nacional: su población (entre cinco y seis millones de habitantes en los 80) no alcanzaba para recuperar los costos de realización de un film, por lo que siempre apuntó a conquistar mercados extranjeros. Sin subsidios o exenciones impositivas por parte del Estado, sus producciones eran tremendamente populares en todo el este asiático y generaban un culto sin precedentes en Europa y Estados Unidos. Además, se proyectaban en los barrios chinos de las principales ciudades del mundo: todo lo relacionado con China es enorme, incluida su diáspora de millones de personas.
Hacia finales de la década del 70 surgió lo que se conoce como la Hong Kong New Wave, una generación de directores que tuvo un fuerte impacto en la industria. Se trataba de hombres y mujeres nacidos alrededor de 1950, en general sin conexiones con la China continental, formados en Estados Unidos o Inglaterra y con entrenamiento en la televisión local. Su aparición coincidió con la emergencia de una cultura cinéfila: cineclubes, revistas, la puesta en marcha del Festival Internacional de Cine de Hong Kong.
Se considera que The Extras (Ka le fei, 1978), de Yim Ho, es la película inaugural de la New Wave. Pero los films con más impacto en esos primeros años fueron The Secret (Fung gip, 1979), sólido thriller psicológico de Ann Hui; Cops and Robbers (Dian zhi bing bing, 1979), gran policial urbano de Alex Cheung; y The Butterfly Murders (Dip bin, 1979), de Tsui Hark, un pastiche autoconsciente de géneros populares. Aunque temática y estilísticamente heterogénea, esta nueva generación de realizadores aportó algunas novedades a la industria: tenían grandes conocimientos técnicos, ganas de experimentar con algunas cuestiones visuales, y cierta sensibilidad social para adentrarse en temas complejos e inquietantes.
Quizás las dos películas más recordadas hoy de la nueva ola sean la violenta Dangerous Encounters of the First Kind (Di yi lei xing wei xian, 1980), de Tsui Hark, que en su momento fue cortada por la censura, y Boat People (Tau ban no hoy, 1982), de Ann Hui, una mirada -demasiado- brutal sobre la Vietnam comunista. Pero al margen de títulos individuales quizás el logro más importante de esta generación haya sido preservar su enfoque y realizar films personales desde dentro de un sistema de producción impersonal, en general dándole una vuelta a los géneros populares. En la década del 80 la tensión entre arte e industria acaso haya desaparecido en Hong Kong: casi todo era artísticamente industrial o industrialmente artístico.
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Poco después surgió lo que algunos investigadores denominan la Segunda Generación de realizadores de la nueva ola, cuyo nombre más importante es sin dudas Wong Kar-wai. “Esta cohorte fue capaz de consolidar y perfeccionar las tendencias puestas de manifiesto por la New Wave. Igualmente importante es el hecho de que su aparición ilustra una de las ventajas de la producción en masa en el cine popular: cuando la mayoría de las películas ganaban dinero, los inversores podían permitirse apostar por proyectos arriesgados como Rouge (Yim ji kau, 1988, producida por la compañía de Jackie Chan), de Stanley Kwan, y Days of Being Wild (Ah Fei jing juen, 1990, financiada por el actor Alan Tang), de Wong Kar-wai”, sostiene Bordwell. También es cierto que los directores hongkoneses de estilo más “festivalero” suelen ser -con alguna excepción, como Autumn Moon (Qiu yue, 1992), de Clara Law- bastante más comerciales en sus fórmulas que sus contemporáneos de la China continental o de Taiwán.
La era dorada del cine de Hong Kong comenzó a cerrarse hacia mediados de los 90. Los motivos son varios: la creciente piratería, la crisis financiera que golpeó el este asiático en 1997, las trabas de la China continental (un mercado gigantesco) para aceptar producciones de la colonia británica. También jugó un rol importante la irrupción definitiva en la región del cine de Hollywood con sus nuevos tanques digitales, como Jurassic Park (1993), de Steven Spielberg, y Día de la Independencia (Independence Day, 1996), de Roland Emmerich. Pero de todos modos la influencia hongkonesa ya era evidente: John Woo, Jackie Chan, Tsui Hark y varios más se fueron a Hollywood, y Quentin Tarantino, por poner un ejemplo célebre, copió hasta los límites del plagio a City on Fire (Lung foo fung wan, 1987), de Ringo Lam, en Perros de la calle (Reservoir Dogs, 1992).
AN AUTUMN’S TALE
Título original: Chau tin dik tung wa
Directora: Mabel Cheung
Protagonistas: Chow Yun-fat, Cherie Chung, Danny Chan
País: Hong Kong
Idiomas: cantonés e inglés
Año: 1987
Duración: 98 minutos
Para leer después de ver la película
Qué cosa hermosa es el final de An Autumn’s Tale. El reencuentro de Jenny y Samuel en la playa es tan emotivo como improbable, corolario de la maravillosa escena anterior, en la que ella se va en el auto y él la persigue sin suerte. El cine de Hong Kong no le teme a las emociones, no sólo en comedias o dramas románticos como este sino en películas más solemnes. En Amenaza final, Chow Yun-fat es el héroe que sangra, el pistolero implacable capaz de entregar la vida por sus amigos, y sin embargo llora a moco tendido, algo que sus colegas estadounidenses (Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone) jamás se permitirían. Dice David Bordwell en su libro: “Los que se oponen a la cultura de masas objetan que esta táctica [como la del final de An Autumn’s Tale] consiente al público, permitiéndole ‘tener todas las situaciones’. Sin embargo, el cine popular se esfuerza por conseguir un amplio abanico de emociones, y tener las cosas en ambos sentidos se ajusta perfectamente a ese propósito. El entretenimiento pretende trazar los puntos altos más altos y los bajos más bajos. La táctica más llamativa es el ‘doble final’, que permite que la suerte de los personajes se hunda abismalmente antes de que la trama se desvíe hacia un final feliz, a veces de sorprendente inverosimilitud”. Volveré sobre el desenlace en el cierre de esta entrega.
An Autumn’s Tale es una de las varias películas hongkonesas realizadas en esos años que tratan el tema de la inmigración china, en particular de las mujeres en diáspora en Nueva York. En 1984, la Declaración Conjunta Sino-Británica había establecido que Inglaterra devolvería en 1997 a la República Popular China el ejercicio de la soberanía sobre Hong Kong. Entre algunos hongkoneses existían temores acerca de qué podía pasar cuando el gobierno comunista se hiciera cargo del territorio. La cantidad de chinos viviendo en Estados Unidos se duplicó en los años 80.
Just Like Weather (Mei guo xin, 1986), de Allen Fong, cruza estrategias de la ficción y el documental para narrar la historia de un flamante matrimonio que discute la posibilidad de emigrar a Estados Unidos. En Full Moon in New York (Ren zai Niu Yue, 1989), de Stanley Kwan, tres mujeres de orígenes muy diferentes (una hongkonesa, otra de Taiwán, la tercera de la China continental) terminan forjando una amistad en Manhattan. Un hombre viaja a Nueva York para buscar desesperadamente a su esposa, que había inmigrado sola y de quien no tiene noticias, en Farewell China (Ai zai bie xiang de ji jie, 1990), de Clara Law. Crossings (Cuo ai, 1994), de Evans Chan, dramatiza el caso real de una mujer china que murió en el subte neoyorquino.
La directora Mabel Cheung hizo una trilogía de películas vinculadas a la inmigración, que comienza con The Illegal Immigrant (Fei fat yi man, 1985), continúa con An Autumn’s Tale y cierra con Eight Taels of Gold (Bat leung gam, 1989). Buena parte de estas historias están basadas en su propia experiencia. Nacida y criada en Hong Kong, Cheung estudió en la Universidad de Bristol y más tarde hizo un máster en cine en la Universidad de Nueva York. Mientras cursaba en Manhattan conoció a Alex Law, con quien se casó y mantuvo una larga y fructífera colaboración creativa: en general él escribía los guiones y ella dirigía, como en el caso de An Autumn’s Tale.
Para costear sus estudios en Nueva York, Cheung consiguió un trabajo part-time en un videoclub de Chinatown, lo que le permitió conocer a todo tipo de inmigrantes chinos. Incluso gente con la que jamás se hubiera relacionado en su Hong Kong natal. “En Nueva York, podés hacerte amigo de otras personas de pelo negro, que hablan el mismo idioma, y te olvidás de que los orígenes de la gente son tan diferentes, y de que algunos de ellos utilizan un lenguaje soez, o lo que sea, realmente no importa. Todos eran nuestros amigos, incluso algunos miembros de las tríadas [organizaciones criminales de origen chino], porque Chinatown era muy pequeño”, contó Cheung en una entrevista en 2006. La directora y su esposo se inspiraron en esos personajes reales que conocieron en Nueva York para componer a Samuel, el protagonista, un tipo que decidió irse de China durante la Revolución Cultural y terminó en la costa este de Estados Unidos como inmigrante ilegal. La historia de Jenny es bien distinta: ella llegó a Occidente por decisión propia, para completar sus estudios y reencontrarse con su novio.
Mabel Cheung contó en diferentes entrevistas que una de sus principales influencias para An Autumn’s Tale fue el cine de Woody Allen. Hay varios encuadres que recuerdan a Manhattan (1979), y en un momento el novio de Jenny cita una famosa frase de Dos extraños amantes (Annie Hall, 1977): “Una relación es como un tiburón: tiene que moverse constantemente o muere”. Ella es culta y entiende la referencia, pero Samuel no la pesca: “¿El cantante Alan Tam dijo eso? Bullshit!”
Es que Samuel (interpretado por Chow Yun-fat, actor de gran carisma) es un extranjero que parece poco influido por la cultura estadounidense. Le dice “ópera yanqui” a los musicales de Broadway y “crepe yanqui” a la pizza. En un momento tira una frase para consolar a Jenny y no sabe si pertenece a George Washington o a Confucio. “Sin dinero no hay preocupaciones”, se la pasa diciendo, mientras gasta lo poco que tiene en las apuestas.
Jenny (la bella y talentosa Cherie Chung) es, en cambio, una mujer más sofisticada y culta. Llegó para estudiar actuación, y cuando decora su departamentito, junto a banderas de Estados Unidos, Hong Kong y Taiwán, coloca postales de películas vinculadas al cine-arte, como Barry Lyndon (1975), de Stanley Kubrick, y La pirate (1984), de Jacques Doillon. Samuel y Jenny vienen de dos mundos muy diferentes, casi opuestos, y sólo podrían haberse encontrado en una ciudad lejana y ajena, donde la soledad y el desconocimiento obligan a generar vínculos de otro modo improbables.

Ciudad filmada hasta el infinito en el cine, Nueva York no aparece acá retratada desde un mero ímpetu preciosista o turístico. El espacio puede ser en algunos momentos amable, en otros hostil y en otros fascinante, pero nunca se impone por encima de los personajes. Lo que se disfruta mucho es el ojo atento de la directora a la hora de capturar destellos de plenitud visual durante el relato, como ese momento en el que un tren se refleja sobre un edificio y vemos cómo la sombra cae de repente, como si fuera una montaña rusa.
A diferencia de Hollywood, que suele buscar guiones con un arco narrativo claro ordenado en tres actos y un desarrollo coherente de los personajes, el cine de Hong Kong muestra muchas veces una estructura episódica. Es decir, situaciones que se suceden sin conexión directa con lo anterior, sin necesidad de una causa-efecto evidente. Si bien An Autumn’s Tale es una película bastante clásica, algo de todo esto se puede ver, notablemente en el final. ¿Cuánto tiempo pasa desde que Jenny se va a Long Island hasta que se encuentra con el restaurante de Samuel en la playa? ¿Cómo hizo él, que sólo acumulaba deudas de juego, para conseguir el dinero y llevar a cabo el emprendimiento? ¿Es real lo que vemos al final, o sólo es parte de la imaginación de los personajes?
El título original en cantonés de la película puede traducirse literalmente como “Un cuento de hadas de otoño”. Así que yo elijo creer en este fairy tale, en la posibilidad de que estas dos personas, a miles de kilómetros de su tierra natal, puedan encontrarse y terminar juntas. Marche esa mesa para dos.
Si tenés ganas de algo más…
- En el canal de YouTube de este newsletter podés ver el tráiler original de An Autumn's Tale, subtitulado al castellano.
- La revista británica Time Out armó un top 100 de las mejores películas de la historia de Hong Kong. Aunque algunas elecciones son muy discutibles, la lista puede servir para descubrir algunos títulos que en su momento fueron importantes y hoy están algo olvidados. Por ejemplo, films de la New Wave como Man on the Brink (Bin yuen yan, 1981), de Alex Cheung, o Father and Son (Foo ji ching, 1981), de Allen Fong.
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