PUBLICADO ORIGINALMENTE EL 8 DE OCTUBRE DE 2022
Esta semana en Cinematófilos, una crítica feroz el costado más cínico del periodismo. Te recomiendo que descargues la película en tu PC para poder verla cuando quieras; si no sabés cómo hacerlo (es muy sencillo) podés revisar acá un tutorial al respecto.
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Para leer antes de ver la película
La ciencia ficción nos mostró, en la literatura y en el cine, innumerable cantidad de maravillas: viajes en el tiempo, hombres invisibles, saltos interestelares, experimentos científicos, invasiones extraterrestres. Narraciones de la llegada a la Luna aparecieron décadas antes de que Neil Armstrong pudiera pisarla, hombres y mujeres fueron clonados en la ficción cuando la oveja Dolly aún no había sido título de los diarios y descripciones de una red global informática se adelantaron a la masificación de internet. Pero además de anticipar descubrimientos, invenciones o gadgets, la ciencia ficción -o, en un término quizás más preciso, la ficción especulativa- también planteó posibles acechanzas del futuro, muchas veces en forma de pesadillas. Y en los años 80, cuando el Muro de Berlín comenzaba de a poco a resquebrajarse y la Guerra Fría se acercaba a su fin, acaso nadie haya pensado con tanta insistencia el porvenir como el polaco Piotr Szulkin con su tetralogía distópica.
Aunque su obra es bastante más amplia, Szulkin es recordado sobre todo por una serie de películas filmadas entre fines de los 70 y mediados de los 80 que describieron, arropadas en cierta tradición de la ciencia ficción, el conflictivo presente de su país y resultaron proféticas en algunos de sus enunciados. Pero varias de las constantes temáticas, visuales y hasta sonoras de esas producciones ya pueden encontrarse en sus cortometrajes anteriores, que son poco conocidos fuera de Polonia y hasta tuvieron algunos problemas con la censura con las autoridades comunistas de la época. Al final de esta entrega vas a encontrar links para poder ver algunos de ellos.
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Nacido en la ciudad portuaria de Gdansk en 1950, Szulkin estudió dirección en la Escuela Nacional de Cine, Televisión y Teatro en Lodz, de donde se graduó en 1975. Serguéi Eisenstein, Federico Fellini y Jean-Luc Godard fueron los directores que más impacto le causaron, según contó en distintas entrevistas. Con cortos experimentales como los muy interesantes Copyright Film Polski MCMLXXVI (1977) y Mujeres trabajando (Kobiety pracujace, 1978), entre otros, presentó algunos aspectos de estilo que luego trasladaría a sus largometrajes de ficción. “Los primeros cortos de Szulkin, desde principios de la década del 70, ya contenían fuertes vínculos con la poética del absurdo y lo grotesco. Sus dos siguientes películas realizadas para televisión, The Gal and the Fiend (Dziewce z ciortem, 1976) y Bewitching Eyes (Oczy uroczne, 1977), fueron elogiadas por la crítica polaca por el inteligente juego con la tradición popular y el profundo conocimiento de la historia del arte. La primera tematiza la perspectiva religiosa durante la Edad Media y el Renacimiento y las creencias locales, atrayendo la atención del espectador con un trabajo de cámara único y dinámico. La segunda relata un cuento rural poéticamente suspendido entre la fantasía onírica y la abierta historia de terror”, describió Sebastian Jakub Konefał en el obituario del director publicado en la revista Studies in Eastern European Cinema en 2019.
Su primera película con estreno comercial, la que inauguró la tetralogía distópica, fue Golem (1980), libremente basada en la novela del alemán Gustav Meyrink. El protagonista es Pernat, una especie de humano artificial o clon que intenta entender por qué fue creado mientras se mueve por un mundo opaco y burocrático, situado en algún futuro impreciso, donde la televisión es omnipresente. Los laberintos administrativos, la arbitrariedad del poder y la influencia de los medios de comunicación son tres de las constantes de la obra de Szulkin. También es permanente una estética que, con variaciones, siempre transmite un clima de encierro (incluso en exteriores) y una sensación de monotonía (a pesar del frecuente brillo de las luces de neón). En Golem la paleta de marrones apagados remite por momentos a Stalker: La zona (Stalker, 1979), de Andréi Tarkovski, que se filmó más o menos en el mismo momento.
Su siguiente película, La guerra de los mundos: próximo siglo (Wojna światów - następne stulecie, 1981), fue un homenaje a H.G. Wells y Orson Welles más que una adaptación de la novela original o de su versión radial. Situada a fines de 1999, es la historia de un complaciente conductor televisivo, a cargo de un segmento de noticias autodenominado “independiente”, que colabora con los marcianos que invadieron la Tierra hasta que se da cuenta de los horrores que están cometiendo. El film fue terminado apenas unas semanas antes de que el gobierno polaco decretara la ley marcial, en diciembre de 1981, en un intento por acallar a la oposición política, en particular al movimiento (primero sindical, luego político-partidario) conocido como Solidaridad. Por eso muchos críticos lo interpretaron en su momento como una advertencia sobre los oscuros años de represión que siguieron. Pero visto hoy, cuatro décadas más tarde, se mantiene como una mirada mordaz a la manipulación mediática y las fake news.
O-bi, o-ba: El fin de la civilización (O-bi, O-ba - Koniec cywilizacji, 1985) es la película más conocida, recordada y elogiada de Szulkin. Aquí una guerra nuclear devastó a la humanidad, y los escasos sobrevivientes aguardan en un búnker la llegada de una mítica arca que los rescate y los traslade hacia un nuevo mundo. Visualmente ingeniosa, con muchas tomas extensas filmadas desde una steadicam, O-bi, o-ba transmite muy bien la atmósfera de paranoia, encierro y locura, aunque me resultó un poco reiterativa en sus ideas y la menos interesante de las cuatro.
La obra maestra de Szulkin es la que cierra la tetralogía distópica: Ga, ga: gloria a los héroes (Ga, Ga - Chwala bohaterom, 1986), la película de esta semana en Cinematófilos. Es la más grotesca, absurda y desprejuiciada de todas, la que con más humor condimenta sus críticas a los estados totalitarios y la voracidad mediática. Y es también, creo, la que retiene más actualidad.
Szulkin apenas volvió a filmar luego de la caída del comunismo en Polonia. En 1991 presentó su quinta película, Femina, una exploración sobre el deseo femenino que fue maltratada por la crítica e ignorada por el público. En los años 90 dirigió algunos especiales para la televisión y recién en 2003 pudo presentar su siguiente realización, King Ubu (Ubu król), proyecto con el que estuvo involucrado durante más de una década. “Desgraciadamente, la moderada acogida de la película y ciertas declaraciones incómodas de Szulkin en los medios públicos marginaron al controvertido director del panorama cinematográfico polaco. En la última década de su vida se abocó principalmente a la enseñanza en su alma mater, la Escuela Nacional de Cine de Lodz”, escribió Sebastian Jakub Konefał. Szulkin murió en 2018, a los 68 años. Al año siguiente el Lincoln Center de Nueva York le dedicó un foco centrado en su tetralogía. El catálogo describió su obra de la siguiente manera: “Ya sean cuentos existenciales, parábolas absurdas o premoniciones sobre la hostilidad de la sociedad moderna y los males del totalitarismo, siguen resonando con una verdad escalofriante sobre la humanidad”.
GA, GA - GLORIA A LOS HÉROES
Título original: Ga, Ga - Chwala bohaterom
Director: Piotr Szulkin
Protagonistas: Daniel Olbrychski, Jerzy Stuhr, Katarzyna Figura, Mariusz Benoit, Jan Nowicki
País: Polonia
Idioma: polaco
Año: 1986
Duración: 80 minutos
Para leer después de ver la película
En el siglo XXI, la humanidad llegó a ser tan feliz que ya nadie quiere ser astronauta. Entonces decidieron enviar a los presos a explorar el espacio. Esta es la disparatada premisa de Ga, ga: gloria a los héroes. A partir de ahí la película se adentrará no en otros planetas o civilizaciones sino en algunos mecanismos de nuestra propia existencia, en particular la de Polonia en los años 80. Y lo hará con mucho más humor y absurdo que cualquiera de las anteriores realizaciones de Piotr Szulkin.
El cosmonauta ocasional llamado Scope que interpreta Daniel Olbrychski (gran actor, prolífico y trotamundos) llega a un planeta que se parece bastante a la Tierra, donde todos hablan polaco y tienen actitudes muy humanas (que no humanitarias). Se llama, no casualmente, Australia 458, como la colonia penal que los británicos crearon en Oceanía hacia finales del siglo XVIII. Lo notable es que la película trasciende las limitaciones presupuestarias y con más ingenio que recursos logra trasladarnos a un espacio y un tiempo que, más temprano que tarde, deja de sentirse terrestre. Es decir: a los pocos segundos de llegar ahí, mientras Chudy (Jerzy Stuhr, otro gran intérprete polaco, versátil y con mil batallas) conduce a Scope por ese paisaje inhóspito, acaso nevado, ya palpamos que estamos en un lugar extraño, que nunca antes visitamos, aunque todo nos delate que no deja de ser la Tierra.
Esto se debe en parte a la fotografía de Edward Klosinski, un técnico de primer nivel que trabajó con los mejores realizadores polacos (Andrzej Wajda, Krzysztof Kieślowski, Krzysztof Zanussi). Toda la película transcurre de noche, con luces navideñas que atraviesan las calles y una bruma permanente que aporta al clima de extrañamiento. También tiene que ver la puesta en escena, deliberadamente anacrónica, en la que conviven naves espaciales con cámaras Polaroid, flashes fotográficos de polvo de magnesio con luces de neón, autos soviéticos de los años 60 con flippers estadounidenses de los 80. Es constante también el contrapunto entre los interiores opacos y apagados y la iluminación chillona de lámparas, neones y bengalas. Algunos críticos compararon el look de Ga, ga con el de la más fastuosa Brazil (1985), estrenada un año antes. Pero aunque la película de Terry Gilliam pudo haber tenido alguna influencia, toda la tetralogía distópica de Szulkin, ya desde Golem, está atravesada por cierta continuidad visual.
Scope es recibido como un héroe, pero de a poco descubrirá qué esperan de él: que sea un proveedor de crímenes que luego puedan ser castigados para satisfacer la perversa libido popular. Crimen y castigo: la violencia como un bien de consumo mediatizado, que los canales de televisión transmitirán para regocijo de los espectadores. Es aquí donde Ga, ga se torna más profética. Sólo hace falta recorrer hoy algún portal de noticias para advertir que los titulares ofrecen una y otra vez sexo y violencia. Desde la última foto atrevida de alguna famosa en Instagram (que probablemente etiquetarán como “descuido hot”, en un intento por generar un misterio inexistente) hasta las tímidas trompadas que dos amigos se lanzaron de imprevisto en medio de un picadito, alguien filmó y compartió en las redes. No importa el valor noticioso de los sucesos mientras el clickbait, siempre sensacionalista, atraiga lectores, inocentes y no tanto. En Ga, ga, así como los alumnos en edad escolar viajan a la playa a disfrutar el “suicidio en grupo” (sic) de las ballenas, un estadio es acondicionado para que miles puedan deleitarse con el castigo físico de los héroes. Y un especialista detalla en TV con un muñeco cómo el proceso de empalamiento afecta la anatomía de un ser humano.
Empalamiento y crucifixión. La película de Szulkin está plagada de referencias religiosas. Polonia es uno de los países más católicos de Europa, y en Australia 458, su reflejo deformado, parece que están esperando el segundo advenimiento de Cristo. Cuando llega al hotel, Scope elije hospedarse en la habitación del medio, pero la encargada le dice que no es posible, que está reservada: “Ya estoy perdiendo la esperanza de que llegue el del medio. Hemos estado esperando y esperando por muchos años y todo en vano”. Varias veces Scope consultará por el espacio del medio (la habitación, la estaca), como si representara una voz de cierta cordura, equidistante de los extremos.
Pero Scope no es un delincuente común. Cuando Chudy le pregunta por qué estaba detenido en el crucero espacial penitenciario, primero responde que no lo sabe. Ante la insistencia asegura que su delito es haber sido terco. ¿Es acaso Scope un preso político, alguien que se plantó frente a la injusticia estatal? Mientras está en Australia 458 se niega a firmar los documentos legales para dar su consentimiento y ser castigado (la burocracia, una constante de la obra de Szulkin). Tendrá problemas con la ley y su largo brazo, literalmente: los integrantes de las fuerzas de seguridad parecen perder sus extremidades con demasiada facilidad en esta historia. Y sus únicos actos de violencia están relacionados con intenciones nobles: salvar a Once (Katarzyna Figura), la chica que le gusta.
Al final comete el crimen supremo, el más original y zarpado: asesinar a otro héroe. Pero en lugar de recibir los “honores”, elije escapar junto a Once. Se suben a la nave y deciden viajar hacia el planeta deshabitado más cercano. Una leyenda final nos informa que vivieron felices para siempre, dando lugar a una nueva civilización. ¿Cometerá esta nueva cultura los mismos errores?
Si tenés ganas de algo más…
- En el canal de YouTube de este newsletter podés ver tres breves cortometrajes de Szulkin. La ficción Uno, dos, tres (Raz, dwa, trzy, 1972) acaso sea su obra más godardiana. Los otros dos podrían definirse como documentales político-experimentales: Copyright Film Polski MCMLXXVI y Mujeres trabajando, que tuvo problemas con la censura. Es interesante verlos porque presagian (el final de Mujeres trabajando es el ejemplo más claro) lo que el director haría luego en sus películas.
- Los pósteres de las películas de Szulkin son increíbles, y pertenecen a la gran tradición de afiches de cine polaca. Acá podés ver una galería de las versiones polacas de los pósteres de películas estadounidenses, y acá leer (en inglés) la historia de esta tradición, que tiene condimentos políticos y se remonta al menos hasta comienzos del siglo XX.
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