PUBLICADO ORIGINALMENTE EL 3 DE SEPTIEMBRE DE 2022
Esta semana en Cinematófilos, el cine irreverente de Eloy de la Iglesia. Te recomiendo que descargues la película en tu PC para poder verla cuando quieras; si no sabés cómo hacerlo (es muy sencillo) podés revisar acá un tutorial al respecto.
Tu aporte es muy importante para este proyecto. Más adelante encontrarás los links para colaborar, tanto desde Argentina como desde el exterior. ¡Muchas gracias!
Para leer antes de ver la película
“Soy el cineasta más inoportuno: el que hace la película que en ese momento no se debe hacer, el que saca el tema sobre el que se había consensuado no hablar”, dijo Eloy de la Iglesia en 1979, entrevistado por la revista Contracampo. El director español fue acusado en distintos momentos por sectores de la crítica de oportunista, tendencioso, panfletario, redundante y quién sabe cuántas cosas más. Sin embargo, lo mejor de su cine muestra una lucidez y una vitalidad que trascienden cualquiera de esos adjetivos. Y además suele ser incómodo, como el propio Eloy planteaba. La genial comedia de esta semana en Cinematófilos es uno de los mejores ejemplos de todo esto.
De origen vasco, De la Iglesia (1944-2006) fue abiertamente homosexual y militante comunista, elecciones personales y políticas que le causaron infinidad de problemas durante los años finales del franquismo. Su obra (22 películas a lo largo de 37 años, aunque lo más jugoso está entre 1971 y 1987) puede dividirse esquemáticamente en tres períodos, distintos entre sí pero que lo muestran siempre como un realizador inquieto y provocador, atento a los problemas sociales y políticos de su país y capaz de conjugar con total naturalidad el trazo grueso y la sutileza, la bajada de línea con la reflexión profunda, la maldad con la ternura, el horror con el humor. Todo esto dentro de un cine de pretensiones comerciales, como explicó el propio De la Iglesia en un reportaje en 1981: “Una película mía sin espectadores no tiene razón de ser. [...] Prefería llegar a la gente a través del cine de su barrio que a través de proyecciones marginales, pues lo que cuento hay que contárselo al mayor número posible de gente y para ello son más adecuados los cauces industriales”.
La primera etapa de su filmografía está vinculada sobre todo, aunque no exclusivamente, al cine de género, acaso el refugio que encontró De la Iglesia para poder camuflar sus ideas en tiempos fascistas. Hay en especial una serie de thrillers que se pueden inscribir en la corriente del denominado fantaterror que se dio en España los 60 y 70 (y, en términos más amplios, en el Eurohorror que se extendió por todo el continente en esos años). Películas como El techo de cristal (1971), Nadie oyó gritar (1973) o Una gota de sangre para morir amando (1973) presentaban historias sangrientas que incluían una erotización del cuerpo masculino (a veces ligada a una homosexualidad más o menos evidente) y en las que se dejaba ver algún tipo de comentario social.
La película más conocida de ese período, y probablemente la mejor, es La semana del asesino (1972), que sufrió decenas de cortes -el número más mencionado es 64- por parte de la censura franquista. Se trata de la historia de un opaco operario de una planta procesadora de alimentos, marginado por el desarrollismo franquista, que mata accidentalmente a un taxista y, a partir de allí, se embarca en una improvisada y torpe espiral asesina. En paralelo, comienza a desarrollar una relación con un vecino homosexual, una subtrama que sufrió aún más los embates de la censura (pero sobrevivió en las versiones para la distribución internacional del film). El tema central de La semana del asesino, planteado con una literalidad que asombra, es el de una sociedad que se estaba devorando a sí misma.
La última etapa del cine de Eloy de la Iglesia comienza a principios de los años 80, y está asociada ante todo al llamado cine quinqui, películas que retratan la vida de jóvenes marginales forzados a caer en el delito como forma de ganarse la vida. Se suele mencionar a Perros callejeros (1977), de José Antonio de la Loma, como el film que inaugura el ciclo, y su exponente más prestigioso sería Deprisa, deprisa (1981), de Carlos Saura. De la Iglesia fue uno de los directores que con más insistencia y sensibilidad abrazó la temática, siempre ubicándose del lado de estos pobres pibes (aunque nunca del de la delincuencia organizada), tratando de empatizar con sus sufrimientos y entender sus motivaciones.
Navajeros (1980), la mejor de todas, se inspira en la historia de un delincuente real, conocido como “El Jaro”, pero lejos de ser simplemente una indagación sociológica es además la crónica de las relaciones entre una galería de personajes entrañables. Y hasta se permite hermosas reflexiones místicas: “Alucino que empiezo a follarme a la tierra, y en vez de árboles salen hijos míos”, dice el protagonista en un momento. Incluso en películas no tan logradas y que parecen medio apuradas, como Colegas (1982) y El pico (1983), De la Iglesia siempre encuentra alguna situación para deslizar ideas sorprendentes.
SI NO USÁS MERCADO PAGO, PODÉS HACER UNA TRANSFERENCIA POR EL VALOR QUE ELIJAS AL SIGUIENTE CBU: 0170056540000030252347 (ALIAS: MIEL.PODER.DELFIN)
Entre el cine de género hecho durante el franquismo y el cine quinqui de los años 80, De la Iglesia realizó algunas de sus mejores películas, las más zarpadas y revulsivas. Se trata de un período de su filmografía que coincide con la Transición Española, que en términos amplios se extendió desde la muerte de Francisco Franco en 1975 hasta la asunción de Felipe González como presidente del Gobierno en 1982. Así lo resume Ángel Rodríguez Gallardo en un capítulo del libro Changes, Conflicts and Ideologies in Contemporary Hispanic Culture (2014): “Eloy de la Iglesia es partidario de un cine de izquierdas y de una visión radical de la Transición. Los personajes de sus obras padecen traumas que representan a ciertos sectores sociales. Por ello, su cine se puebla de homosexuales, de drogadictos, de delincuentes o de huérfanos, por poner sólo algunos pocos ejemplos. Opta por un discurso directo, con personajes pragmáticos y escenarios evidentes. Esconde un significado que proyecta la idea de un ser humano liberado, a pesar de que existan represores e infelices. Son emblemáticas de esta propuesta Los placeres ocultos (1977) y El diputado (1978)”. Y agrega: “Eloy de la Iglesia propone un discurso liberador desde el punto de vista sexual y político, a pesar de entender que eso se produce dentro de una sociedad capitalista imperfecta que coacciona los procesos de liberación del ser humano presionado por las convenciones sociales, políticas y sexuales”.
En estos años De la Iglesia casi no deja tema tabú sin tocar. La homosexualidad en Los placeres ocultos, la zoofilia en La criatura (1977), la hipocresía de la Iglesia Católica en El sacerdote (1978). Una de sus obras maestras es El diputado, que narra en flashbacks la historia de un dirigente del Partido Comunista (el gran José Sacristán) que va ascendiendo en su carrera política al tiempo que debe ocultar su homosexualidad. Lúcida, tierna, culta y cinematográficamente sofisticada, la película describe la supervivencia del fascismo por otros medios. Y entrega un final desgarrador, que funciona entre otras cosas como una crítica a la propia tradición de izquierda que el director integraba, y que nunca toleraría tener a un líder gay.
La otra obra extraordinaria que De la Iglesia realizó en esos años es la que veremos en esta entrega del newsletter: Miedo a salir de noche (1980). Se trata de una de sus mejores películas, y sin embargo se cuenta entre las menos recordadas, a pesar de que la obra del realizador vasco comenzó a ser reivindicada en las últimas décadas, sobre todo después de su muerte. Una advertencia: vas a sentir que la película, filmada en Madrid hace más de cuatro décadas, habla de la Argentina de nuestro tiempo. No es que De la Iglesia haya vislumbrado el futuro; más bien supo darle un tratamiento adecuado a un tema universal.
MIEDO A SALIR DE NOCHE
Director: Eloy de la Iglesia
Protagonistas: José Sacristán, Antonio Ferrandis, Claudia Gravy, Tina Sáinz, Mari Carmen Prendes
País: España
Idioma: castellano
Año: 1980
Duración: 92 minutos
Para leer después de ver la película
“Vamos a ver, Paco. ¿A usted no le parece más peligroso y no le da más miedo el presidente de su banco que cualquier raterillo que ande por ahí?”. Con esta pregunta, deudora del emblemático planteo de Bertolt Brecht, Don Cosme (Antonio Ferrandis) explicita la concepción ideológica de Eloy de la Iglesia, para que no queden dudas. Miedo a salir de noche no niega la existencia del delito urbano, pero lo presenta como un producto del sistema capitalista. También existen el abuso sexual (fruto del machismo y la perversión humana) y la violencia política. El director no pretende ocultar este cuadro de situación, ni siquiera en el minuto final. Nunca relativiza ninguno de los actos terroristas expuestos en la película, todos hechos reales que ocurrieron en la época de su producción. Hay bombas, sangre, cuerpos mutilados. Y hay una historia nacional que ha dejado huellas psíquicas imborrables, como ocurre con Doña Claudia (Mari Carmen Prendes), la madre de Paco, angustiada al borde de la enajenación ante la perspectiva de que se repita el peor de los horrores: el hambre. Conviene resaltar todo esto frente a algunas críticas que quisieron catalogar a la película como “optimista”. Es cierto que, debido al filtro cómico que impone la ironía, no se siente aquí la abrumadora oscuridad que trasmiten otras ficciones del director. Pero mirada con atención, aparece una obra realmente compleja e inquietante, cuyo disparador esencial es una pregunta: ¿cómo concibe el ciudadano la idea de libertad?
Miedo a salir de noche explora la subjetividad de un individuo particular, Paco, interpretado con adecuada medianía por José Sacristán. Es un hombre de familia, de clase media, ideológicamente confundido. Acaso el vacío que hay en él, en su vida gris y convencional, sea el espacio por el que se filtran todos sus temores, alimentados por los discursos dominantes de los medios. Es genial cómo la película representa, a través de imágenes mentales, sus pulsiones reprimidas, sus flaquezas, sus fantasías. Pero gran parte de la paranoia se potencia a través de la palabra, con los relatos que cada nuevo “propagador” transmite, agregando siempre una cuota de crueldad y ficción. La necesidad de Paco de darle materialidad a esos los rumores y leyendas urbanas lo lleva a leer a esos cuatro jóvenes barbudos como delincuentes.
No todo lo que cruza su cabeza está asociado directamente al delito: cuando se imagina en el cuerpo del melancólico director de sucursal retirado, Paco constata su propia angustia existencial. Vivir en libertad también implica responsabilidad, incluso respeto al propio deseo. La cuestión de la masculinidad se pone en juego todo el tiempo. Ante los ladrones, Paco aparece débil y no puede proteger a su esposa, algo que intenta compensar luego al posar de héroe, frente a los aplausos de los vecinos, cuando se atora la nueva puerta blindada de su casa y su familia queda encerrada en el departamento. También se expone su costado más sádico en la fantasía de ser el macho violador de Loli (Tina Sáinz), su compañera de trabajo. O la imagen de la pinza y el pezón, un momento eléctrico, una situación extrema en la que De la Iglesia pone a prueba nuestro propio morbo y tolerancia como espectadores. Paco se excita al imaginarlo y corre a su casa para tratar de tener sexo con su esposa.
Es extraordinaria la escena en la que Paco y Loli caminan juntos mientras charlan frente al Templo de Debod y van atravesando los pilonos egipcios. Está filmada en un solo plano, que acompaña a los personajes en su recorrido, ida y vuelta, por el paseo. El discurso de Paco deja en evidencia su confusión política: es delirantemente divertido. El protagonista no tiene claro si está a favor o no de las huelgas (venimos de la escena anterior, en la que la Policía reprimió una protesta frente al banco), dice que no se fía de la política, elogia a Franco (“digan lo que digan, hizo cosas muy buenas”) pero no se reconoce franquista (“había mucha dictadura”) y da a entender que cree que el país no está preparado para la democracia (“los españoles necesitamos un poco de mano dura”). El cierre de su discurso expresa a la perfección cierto pensamiento: “Ahora hay toda la libertad del mundo, ¿y qué pasa? Pues que no se puede salir a la calle. La verdad, uno empieza a preguntarse si ha valido la pena”. Todo el diálogo está poblado de referencias concretas a la España de la época, con nombres de partidos y dirigentes que quizás el espectador actual no identifique. Y también desnuda la campaña, impulsada entonces por la extrema derecha, que intentaba homologar democracia con inseguridad. Pero discursos como el de Paco se siguen escuchando con frecuencia hoy, y no sólo en la península ibérica.
En casi todas sus películas, Eloy de la Iglesia exhibe un notable sentido del espacio, ubicando siempre al personaje en medio de un paisaje elocuente. Ahí está, por ejemplo, el comienzo de La semana del asesino: mientras pasan los créditos iniciales la cámara va recorriendo los nuevos edificios hasta que nos revela la ubicación de la casucha donde vive el protagonista, aislada en medio del descampado. O Navajeros, donde la banda de pibes se reúne con el extenso cementerio como telón de fondo. En Miedo a salir de noche los planos generales y panorámicas del barrio son recurrentes, corroborando el lazo entre el individuo y la comunidad. Si se piensa a la política como una forma de pactar o negociar las normas que permiten convivir en un espacio común, la película ya lo plantea desde la primera escena, cuando se discute en familia si se apaga o no el televisor. Del hogar se pasa a la discusión entre los vecinos del edificio, y luego a lo que significa la convivencia en el barrio. En este sentido, el balcón funciona como espacio simbólico: la frontera entre el espacio privado y el espacio público. Los personajes ya casi ni se asoman para observar la realidad desde ahí, salvo que algún disparo o sonido lejano los asuste (está muy elaborado el tejido sonoro de la película, con continuas sirenas y alarmas de autos). Ahí es donde toman una copa con Don Cosme y él revela su historia trágica, lo que confirma a la vez lo poco que se conocen entre vecinos. Cuando la familia cree que puede convertir su casa en fortaleza, con una puerta blindada, irónicamente tiene que recurrir al balcón para poder salvarse.
Hacia la mitad de la película, la narración deja momentáneamente el clima paranoico y nos hace entrar en otra sintonía, una escena tan inesperada como cálida al ritmo de “Barrio de tango”, de Aníbal Troilo y Homero Manzi. Por una vez, el arte le gana a las noticias. Y lejos de transmitir nostalgia por algo pasado e irrecuperable, la letra de Manzi suena a un llamado de alerta. “Barrio de tango, luna y misterio / Calles lejanas, ¡cómo estarán! / Viejos amigos que hoy ni recuerdo / ¡qué se habrán hecho, dónde estarán!”, canta Francisco Fiorentino. Parece aludir a lo que los protagonistas están perdiendo en ese mismo momento: la Luna y el misterio. Porque ya no son capaces de mirar el cielo, tan pendientes como están del lobo feroz. Ni siquiera pueden observar el propio barrio con afecto y sentirse parte de una comunidad. Y eso es justamente lo que va a cambiar en el final, cuando Paco, su esposa y su hija salgan al balcón atraídos por los fuegos artificiales y la promesa de la una celebración popular. Caminar bajo la Luna será como volver a respirar.
Si tenés ganas de algo más…
- En el canal de YouTube de Cinematófilos podés ver la presentación de Miedo a salir de noche que hizo el crítico Luis Fernández en 2017, cuando la película se exhibió en el ciclo “Historia de nuestro cine” de la televisión española. Incluye algunos fragmentos de entrevistas a Eloy de la Iglesia en los que habla del film.
- Acá podés leer un reportaje a De la Iglesia publicado por el diario El Mundo en 2001, cuando estaba trabajando en las que serían sus últimas realizaciones. Entre otras cosas, dijo en ese momento: “Nunca me he tomado en serio esa cosa tan solemne que es la propia seguridad. Yo no me tengo ese respeto a mí mismo. Lamento no haber cometido más locuras. Pero también es cierto que me jode haber pagado tanto peaje”.
- Si tenés algún comentario, sugerencia o duda, me podés buscar en Twitter, Facebook o Instagram. Todo aporte será bienvenido y respondido. También tengo una cuenta en Letterboxd.
Archivo de publicaciones
Acá podés acceder al archivo de las publicaciones de Cinematófilos. Tené en cuenta que muchos de los links de acceso a las películas no continúan activos.
Original y muy aguda.