#28 - Todo está guardado en la memoria
Las primeras y notables películas de Tony Scott, muy distintas a su posterior obra hollywoodense.
PUBLICADO ORIGINALMENTE EL 23 DE ABRIL DE 2022
Esta semana en Cinematófilos, Tony Scott antes de irse a Hollywood. Te recomiendo que descargues la película en tu PC para poder verla cuando quieras; si no sabés cómo hacerlo (es muy sencillo) podés revisar acá un tutorial al respecto.
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Para leer antes de ver la película
En una entrevista con la revista Time Out en 1970, Tony Scott, entonces de 26 años, aseguró que su mayor influencia era Miklós Jancsó. ¿Qué tienen en común el director de blockbusters hollywoodenses como Top Gun - Reto a la gloria (Top Gun, 1986) con el gran realizador húngaro, autor de obras maestras como Los desesperados (Szegénylegények, 1966)? ¿En qué se parece el estilo colorido, fragmentado y a menudo publicitario del primero con los extensos y complejos planos secuencia que fueron marca registrada del segundo? Acaso en las primeras películas del británico, que no se parecen en nada a lo que hizo luego en Estados Unidos, se pueda hallar alguna respuesta.
La crítica suele considerar a Tony Scott un realizador con estilo pero sin sustancia, cuyas películas amontonaban una parafernalia visual que ocultaba una falta de contenido. En este sentido, sus extensos antecedentes en el mundo de la publicidad funcionarían como un prontuario: Tony realizaba productos comerciales que, en el mejor de los casos, apenas podían llegar a ser entretenidos, a lo sumo excitantes. Algunos lo agruparon en la categoría de vulgar auteurism, una definición demasiado imprecisa en la que se asociaron disparatadamente nombres de grandes directores como Michael Mann o John Carpenter con otros de muy dudosa valía como Michael Bay o Roland Emmerich.
Tony Scott pertenece a la generación de directores británicos que se instalaron en Hollywood hacia fines de los años 70. El más famoso de todos es su hermano mayor Ridley, que luego de rodar en Inglaterra Los duelistas (The Duellists, 1977) cruzó el Atlántico para hacer dos éxitos de crítica y público: Alien - El octavo pasajero (Alien, 1979) y Blade Runner (1982). Otros nombres importantes de esa camada fueron Alan Parker, Adrian Lyne y Hugh Hudson, todos con experiencia en publicidad. Llegaron a Estados Unidos cuando las libertades creativas del New Hollywood ya se estaban apagando y comenzaba el reinado de los megaproductores como Don Simpson y Jerry Bruckheimer.
Tony fue de los últimos en pisar la meca del cine occidental. Se la pasó más de una década filmando comerciales en Londres, donde adquirió una enorme experiencia técnica. “He rodado publicidades durante diez años... Acaparé el mercado de los anuncios de moda. Fue el mejor entrenamiento que pude haber obtenido. Rodaba cien días al año. Usaba más película que la mayoría de los directores de cine en un año. Fue divertido, y muy lucrativo. Gané muchos premios, pero, sobre todo, llegué a entender mi oficio. Aprendí a comunicarme con el equipo y a conseguir que los no actores actuaran para ti”, contó en una entrevista en 2003.
Su primer largometraje con estreno comercial fue El ansia (The Hunger, 1983), sugerente aproximación contemporánea al mito del vampiro con un elenco insuperable: Catherine Deneuve, David Bowie, Susan Sarandon. La película ya dejaba ver el ingenio visual de Scott, pero en su momento fue un fracaso comercial. Recién unos años más tarde pudo hacer su entrada triunfal en Hollywood, cuando Simpson y Bruckheimer lo convocaron para dirigir Top Gun - Reto a la gloria, el film más taquillero del año en Estados Unidos.
En 2015, tres años después de la muerte de Scott, Robert Arnett publicó un interesante artículo en la revista Film Criticism titulado “Understanding Tony Scott: Authorship and Post-Classical Hollywood”. Allí traza un perfil de la trayectoria del director y lo ubica en un lugar particular de la industria post New Hollywood. Arnett divide su carrera en tres etapas. La primera, que va de Top Gun a El último Boy Scout (The Last Boy Scout, 1991), está caracterizada por el “look comercial” de sus películas, que “llevan un sello distintivo de difusión glamurosa y planos tomados durante la hora mágica”. Pero Scott trabajaba por encargo y tenía escaso control creativo.
La segunda etapa es la de transición, y Arnett la delimita entre Escape salvaje (True Romance, 1993) y Juego de espías (Spy Game, 2001). Aquí Scott tiene más poder de decisión y una mayor influencia en el resultado final de sus películas. Trabaja un guión de Quentin Tarantino en Escape salvaje, y vuelve a convocarlo para reescribir el de Marea roja (Crimson Tide, 1995). “Los films más interesantes de la segunda fase -escribió Arnett-, como Enemigo público (Enemy of the State, 1998) y Juegos de espías, anticipan las películas que vendrán en la etapa final. Incluso la película menos exitosa de este grupo, El fanático (The Fan, 1996), contiene elementos temáticos que dominan su obra posterior”.
La fase final comienza con Hombre en llamas (Man on Fire, 2004). Aquí, argumenta Arnett, Scott se convierte en productor de casi todas sus realizaciones y se transforma en un autor. El tema que atravesaría su obra es el conflicto entre el mentor y el aprendiz, una situación que reflejaría la relación de Tony con su hermano Ridley, que vendría a ser una especie de figura paterna. La idea no me convence demasiado, en parte porque se cuelga sin profundizar de alguna declaración pública de Tony acerca de la relación con su hermano. No creo que el menor de los Scott sea un autor (el mayor tampoco, ya que estamos), pero poco importa: es un tipo que hizo buenas películas.
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Sí me gusta cómo Arnett ubica al cine de Scott en el Hollywood de las últimas décadas. Tony nunca dirigió una franquicia, con la excepción, quizás, de Un detective suelto en Hollywood II (Beverly Hills Cop II, 1987), por lejos su peor película. Sus realizaciones tenían presupuestos grandes pero no gigantescos, y nunca estuvieron basadas en bestsellers u obras de prestigio literario. No pretendían competir por algún Oscar y difícilmente encabezaran una taquilla dominada por superhéroes y otros personajes fantásticos. Su éxito en buena medida dependía de las estrellas que encabezaran el elenco, y entonces la relación más prolífica y fructífera se dio con Denzel Washington. Tony lo transformó en distintas versiones de héroe: el militar pacifista (oxímoron que logró volver verosímil) de Marea roja, acaso su obra maestra; el vengador jodidamente implacable de Hombre en llamas; el romántico viajante temporal de Déjà Vu (2006); el obstinado empleado del subte de Rescate del metro 1 2 3 (The Taking of Pelham 123, 2009); el héroe ferroviario de la clase trabajadora de Imparable (Unstoppable, 2010).
Todas las películas de la dupla Scott-Denzel son buenas, aunque alguna resulte políticamente molesta. Y están narradas con una pericia y una astucia que superan por mucho al promedio de Hollywood. Déjà Vu incluye una de las persecuciones más disparatadas que haya dado el cine reciente, que transcurre simultáneamente en el pasado y en el presente, y Tony no sólo la hizo plausible sino también emocionante. Imparable, con su acción dosificada con mano maestra, es una montaña rusa de 90 y pico de minutos que parecen muchos menos. Domino (2005), una película bastante maltratada que a mí me gusta mucho, nos empuja a la vida caótica y desesperada de sus personajes a partir de su estética acelerada y fragmentada. Incluso en Rescate del Metro 1 2 3, remake menor de una gran película -La captura del Pelham 1-2-3 (The Taking of Pelham One Two Three, 1974), de Joseph Sargent-, le encontró la vuelta para actualizar el tema y decir algo sobre su tiempo. Tony tenía un sentido del ritmo y el montaje cinematográfico que directores como Michael Bay o Roland Emmerich deben envidiar a diario.
Pero antes de todo esto, antes incluso de dedicarse a la publicidad, Tony Scott hizo un par de películas notables, bastante poco vistas, que recién en el último tiempo comenzaron a redescubrirse. Alumno de la Escuela de Arte de Sunderland, Tony se licenció en Bellas Artes en la especialidad de pintura. A los 16 años protagonizó el cortometraje Boy and Bicycle (1965), que dirigió su hermano Ridley, y se empezó a interesar seriamente por el cine. Mientras cursaba estudios de postgrado en el Leeds College realizó el corto One of the Missing (1969), financiado por el British Film Institute (BFI) y basado en un cuento de Ambrose Bierce. Luego obtuvo un máster en Bellas Artes en el Royal College of Arts y realizó otra película para el BFI, esta vez a partir de un guión original que ayudó a financiar el actor Albert Finney: el mediometraje Loving Memory (1970). Esta semana en Cinematófilos veremos estas dos singulares realizaciones, que se parecen muy poco a lo que Tony hizo más tarde y que quizás expliquen su fascinación por Miklós Jancsó.
ONE OF THE MISSING
Director: Tony Scott
Protagonista: Stephen Edwards
País: Gran Bretaña
Idioma: inglés
Años: 1969
Duración: 26 minutos
LOVING MEMORY
Director: Tony Scott
Protagonistas: Rosamund Greenwood, Roy Evans, David Pugh
País: Gran Bretaña
Idioma: inglés
Años: 1970
Duración: 52 minutos
Para leer después de ver la película
One of the Missing es una adaptación del cuento homónimo de Ambrose Bierce, que en castellano se editó como Uno de los desaparecidos dentro del libro Cuentos de soldados y civiles (originalmente publicado en 1891). Algunos lo compararon con el corto La rivière du hibou (1961), del francés Robert Enrico, también basado en un relato de Bierce ambientado en la Guerra Civil estadounidense. Pero al margen de nombres y contextos las similitudes no son demasiadas. Es que la guerra es un texto audiovisual potencialmente infinito. Lo pensaba al ver al soldado James Clavering sometido al ojo ciego de su propio rifle luego de la tómbola de la explosión. ¿Alguna vez vimos algo parecido en una película bélica? La idea pudo haber sido de Bierce, pero la puesta en escena pertenece al ingenio de Scott.
La película nos mete en el cuerpo del hombre atrapado a través de un montaje impresionista en donde ya se perfila el estilo que mucho después caracterizaría las escenas de acción del director, capaces de regalarle al espectador experiencias físicas, eléctricas. La desesperación provocada por las inquietantes tomas subjetivas, los recuerdos y el vértigo alucinatorio se potencia aún más a partir de las imágenes hápticas, esos planos en donde sentimos que “tocamos” con los ojos: la cámara que horada la piedra, la mano que raspa la madera, la pequeña araña que se transforma en un monstruo a milímetros de nuestra propia nariz.
Nadie está preparado para morir, tampoco los que aparentemente fueron entrenados para la epopeya absurda de la guerra. Si este joven se salvaba, si al final alguien lo rescataba de entre los escombros, en el futuro probablemente terminaría volviéndose loco. Esa posible deriva existencial es una parte constitutiva de la narrativa del soldado que el cine nos ha sabido contar.
Esa narrativa nos enseñó también que aquel que parte para la guerra puede volver lastimado, o no volver jamás. Alistarse en el ejército contempla esa posibilidad, y James (otra vez James, nombre que se repite), el hermano que ya no está en Loving Memory, lo sabía. Podemos suponer, entonces, que un soldado muere por una causa noble, consciente de su destino, y dentro de ese marco de comprensión sus seres queridos deberían poder asumir la pérdida y superarla. Pero en su próxima película, ahora a partir de un guión propio, Scott nos recordará que no siempre es así. Que eso muchas veces no pasa. Cuando un soldado muere, los suyos se van con él.
Entre el desconcierto inicial y la desolación posterior, Loving Memory cobra por momentos la calidez de un anhelado abrazo con el ser ausente pero nunca deja de ser profundamente perturbadora. ¿Cuántos años hace que esa mujer no habla con nadie? ¿Cuánta necesidad tenía de recuperar a James a través de la palabra? No hay un solo plano en donde la veamos cruzar una mirada afectuosa con su hermano, el minero que elige el silencio. Ella y él siguieron viviendo porque hay una máquina biológica que simplemente continúa marchando. Ambrose -el hermano menor, otra continuidad entre este mediometraje y el corto anterior- regula el reloj de la pared en función de su trabajo, pero en la habitación de James hay otros relojes que están rotos. Porque para ellos algún día la vida se detuvo.
Los objetos de otras épocas se agolpan por todos lados en esa casa, retratada con bella melancolía por Chris Menges, gran director de fotografía. Es duro ver cómo se van amontonando las tazas de té en el piso, alrededor del cuerpo inerte, porque tendemos a atribuirlo a la demencia de la mujer. Pero si logramos hacer a un lado la lectura racional, empezamos a entender por qué Scott insiste con esa imagen poderosa, universal: las tazas representan todos esos tés que la muerte nos arrebató, todas esas charlas pendientes con la persona ausente que se siguen acumulando y que a lo sumo podemos canjear por diálogos imaginarios que nunca nos compensan.
Ante una pérdida que dejó partidos a esos dos hermanos, la pregunta siempre es cómo se sigue. Debe ser la premisa desde la que partió Scott, para revelarnos que sus personajes no pudieron seguir, o que al menos siguieron viviendo al margen del mundo. Es significativa la presencia de esa enorme hélice que pende del techo, que va ganando centralidad paulatinamente. Alguna vez los seres humanos inventaron la hélice para poder generar energía artificial. Así llegaría la modernidad también. Hélices, motores, mecanismos de propulsión. Tantas películas de Scott dependerían más tarde, del otro lado del Atlántico, de la propulsión y la velocidad (aviones, trenes, submarinos, autos de carrera, subtes). Pero esa hélice que cuelga en el cuarto de James parece una extraña ironía dentro de una película con individuos estancados en el dolor, ahogados en el vacío, sin nada que los impulse hacia adelante. No hay vibración porque ya no hay un sentido.
Es curioso constatar que estos primeros trabajos del director narran historias de detención, cada uno a su modo. Aunque sería injusto decir que estos hermanos están paralizados por completo. Aún les quedan algunas reservas de energía, quizás las últimas, y piensan agotarlas en una única tarea: en la memoria, el lugar donde James sigue vivo. Todo está guardado en la memoria.
Si tenés ganas de algo más…
- Subtitulé un breve y muy interesante video en el que Tony Scott repasa su carrera, entrevistado por el canal de televisión británico Film 4 en 2009. Scott habla entre otras cosas de sus inspiraciones, de su forma de trabajar, de su hermano Ridley y de por qué creía que jamás ganaría un premio Oscar. Lo podés ver en el canal de YouTube de Cinematófilos.
- Tony Scott dirigió cientos de comerciales. Entre los más famosos se encuentra el de Saab (“Nothing on Earth Comes Close”, 1984), en el que un jet persigue a un auto del fabricante sueco, que le abrió las puertas para hacerse cargo de Top Gun. También dirigió a Marlon Brando y a Woody Allen en avisos para Telecom Italia en 2000. Scott realizó además algunos videoclips, como los de las canciones “Danger Zone” (1986), de Kenny Loggins, parte de la banda de sonido de Top Gun; y “One More Try” (1988), de George Michael.
- En cuanto a la polémica entre los hermanos Scott, que suele aparecer cada vez que se menciona a alguno de ellos, sólo me remitiré a citar una frase genial que le leí una vez a Fernando Martín Peña: “Larga discusión la de Tony y Ridley, que para mí no tiene sentido porque queda trabada en tres obras maestras totales que son un problema para los dos: Tony nunca hizo nada como Los duelistas, Alien o Blade Runner y Ridley nunca más volvió a hacer algo como Los duelistas, Alien o Blade Runner”.
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