PUBLICADO ORIGINALMENTE EL 16 DE OCTUBRE DE 2021
Esta semana en Cinematófilos, un notable y atrevido film noir nórdico dirigido por una mujer. Más abajo vas a encontrar el link para acceder a la película. Te recomiendo que la descargues en tu PC para poder verla cuando quieras; si no sabés cómo hacerlo (es muy sencillo) podés revisar acá un tutorial al respecto.
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Para leer antes de ver la película
En las últimas décadas se puso de moda un tipo de ficción que poco después fue etiquetada como “noir nórdico”. Las novelas del sueco Henning Mankell -en particular las de su personaje Kurt Wallander- y del noruego Jo Nesbø, entre muchos otros, hicieron popular en todo el mundo en los años 90 historias vinculadas a crímenes horrendos cometidos en el seno de sociedades consideradas estables, pacíficas y sin demasiados conflictos. Este tipo de policial de procedimiento (police procedural), cuyas raíces pueden encontrarse en los libros de Maj Sjöwall y Per Wahlöö de los 60 y 70, se trasladó luego a la televisión, con exitosas series como la sueca Wallander (2005-2013) o la danesa The Killing (Forbrydelsen, 2007-2012), que tuvieron sus versiones en Gran Bretaña y Estados Unidos. Pero mucho menos se conoce sobre los film noir escandinavos contemporáneos a los del Hollywood clásico. Hoy veremos uno notable, que proviene del país con menos tradición cinematográfica de las tres grandes naciones de Escandinavia y que, además, fue dirigido por una mujer.
El cine de Noruega comenzó a tener vuelo propio en la década del 20. Hasta ese momento las producciones suecas y en menor medida las danesas ocupaban un espacio importante en los cines de Oslo y otras ciudades del norte de la península escandinava. En algunos casos se trataba incluso de adaptaciones de obras de autores noruegos: el ejemplo más conocido es Había una vez un hombre (Terje Vigen, 1917), del sueco Victor Sjöström, basada en el poema de Henrik Ibsen. A modo de reacción, directores como Rasmus Breistein empezaron a filmar historias propias, con sabor local, ambientadas en la noruega rural, que pronto gozaron de gran popularidad. Este impulso artístico, sumado a algunos cambios legales que se venían implementando desde 1913, marcaron el comienzo de una producción profesional y con continuidad.
Tancred Ibsen, nieto del poeta y dramaturgo, dirigió en 1931 la primera película sonora de Noruega, The Big Christening (Den store barnedåpen, 1931), que fue un enorme éxito en su país. En poco tiempo Ibsen se transformó en el director más importante del cine noruego de esos años, con éxitos de crítica y público como Tramp (Fant, 1937) y Gjest Baardsen (1939). En esta última producción una de sus asistentes fue Edith Carlmar, la directora de la película de esta semana en Cinematófilos.
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Edith Mary Johanne Mathisen nació en Oslo en 1911. Hija de madre soltera, su infancia transcurrió en un ambiente pobre pero de todos modos pudo estudiar danza. En 1926, cuando tenía 15 años, debutó como bailarina en una revista musical. Ese mismo año conoció a Otto Carlmar, nueve años mayor que ella, que estaba vinculado a la producción teatral en la capital noruega. Se enamoraron y en 1930 se casaron.
Edith comenzó a trabajar como empleada administrativa en el teatro Oslo Nye en 1933, y de a poco fue tomando responsabilidades en la puesta en escena de algunas obras. En 1936 debutó como actriz sobre las tablas, y en 1939 comenzó a trabajar en el cine. Estuvo involucrada -sobre todo como productora- en la realización de varias películas de Tancred Ibsen, a quien siempre consideró uno de sus maestros. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial consiguió una beca para ir a Gran Bretaña, donde pasó un par de años trabajando en los estudios Ealing y en los Denham Film Studios.
De vuelta en Noruega el matrimonio decidió lanzar su propia productora: Carlmar Film. Para su primera película compraron a fines de 1948 los derechos de una novela que aún no había sido publicada. Otto se haría cargo de la adaptación y la producción y Edith sería la directora. Así surgió La muerte es una caricia (Døden er et kjærtegn, 1949), gran película que veremos en esta edición. Durante mucho tiempo se consideró a Carlmar la primera directora del cine noruego. Pero en los últimos años comenzó a ser rescatada la figura de Alfhild Hovdan, periodista y funcionaria turística, que dirigió tres cortos documentales en 1931. Cualquiera sea el caso, con La muerte es una caricia Edith Carlmar se convirtió en la primera mujer en dirigir un largometraje de ficción en su país.
El éxito de la película -también generó bastante controversia, como veremos más adelante- les permitió a los Carlmar seguir financiando sus proyectos. Edith dirigió nueve largometrajes más en la década del 50, y se convirtió en una de las personalidades más destacadas y prolíficas del cine noruego de posguerra. Sus películas no son abiertamente feministas, pero suelen tener personajes femeninos fuertes y con frecuencia abordan problemas sociales y temas polémicos no del todo frecuentes en el cine de la época. Es el caso de sus producciones de la primera mitad de los años 50: el estigma social de la depresión y la salud mental en Maimed (Skadeskutt, 1951); las adicciones en A Young Woman Missing (Ung frue forsvunnet, 1953); las dificultades de una familia de clase trabajadora en la posguerra en Nothing but Troubles (Aldri annet enn bråk, 1954), que Edith consideraba su favorita.

Luego los Carlmar se movieron hacia el terreno de los dramas románticos y, más tarde, las comedias. Better Than Their Reputation (Bedre enn sitt rykte, 1955) cuenta la historia de un estudiante que se enamoraba de su profesora de francés; en On the Sunny Side (På solsiden, 1956) la protagonista, casada con un hombre de la elite social, decide plantarse ante una familia que la rechaza. Su mayor éxito fue, por lejos, Fools in the Mountains (Fjols til fjells, 1957), comedia con ritmo de sitcom ambientada en el hotel de un centro de esquí, que se apoya casi exclusivamente en una divertida interpretación de Leif Juster (una especie de cruza entre Jacques Tati y el John Cleese de Fawlty Towers) y una situación (la confusión de identidad entre dos huéspedes) estirada hasta el límite. La película es considerada un clásico en Noruega, donde se emite religiosamente en televisión cada Pascua, y tuvo el año pasado una secuela (Fjols til Fjells, Petter Holmsen, 2020).
En Fools in the Mountains hizo su debut en el cine, como extra y sin figurar en los créditos, una actriz que sería la protagonista de la última película dirigida por Edith Carlmar y con los años se haría conocida en todo el mundo: Liv Ullmann. The Wayward Girl (Ung flukt, 1959) cuenta el romance entre una joven impredecible y su novio, más formal y educado, que deciden escapar a una casa en el campo porque los padres de él desaprueban la relación. Se trata de una buena película, narrada con el estilo desprejuiciado y sexualmente liberal de mucho cine europeo de la época y con una Ullmann deslumbrante. Es la obra más conocida de Carlmar fuera de Noruega.
Luego de The Wayward Girl la directora decidió alejarse un tiempo del cine y del teatro. Volvió a actuar esporádicamente en algunas películas y, en sus últimos años, en roles de reparto en series de televisión. Murió en 2003, a los 91 años. Su obra permaneció olvidada durante décadas, ignorada en las páginas de las historias del cine, y recién en los últimos años se la empezó a mirar con más atención.
LA MUERTE ES UNA CARICIA
Título original: Døden er et kjærtegn
Directora: Edith Carlmar
Protagonistas: Claus Wiese, Bjørg Riiser-Larsen, Eva Bergh, Ingolf Rogde, Einar Vaage
País: Noruega
Idioma: noruego
Año: 1949
Duración: 89 minutos
Para leer después de ver la película
La muerte es una caricia está basada en la novela corta homónima del escritor noruego Arve Moen, publicada en noviembre de 1948. Edith Carlmar y su esposo compraron los derechos cuando el libro aún estaba en imprenta, y Otto trabajó rápidamente en el guión de lo que sería su primera producción cinematográfica. En menos de un año tenían lista la película, que se estrenó en agosto de 1949. Recibió elogios de la crítica local y tuvo mucho éxito en cines.
En uno de los capítulos del libro Nordic Noir, Adaptation, Appropriation (2020), el noruego Audun Engelstad hace una muy detallada comparación entre la novela original, la película de Carlmar, la obra del escritor estadounidense James M. Cain y sus adaptaciones hollywoodenses. No voy a replicar aquí ese minucioso texto, pero la investigación de Engelstad es interesante porque revela varios puntos en común, tanto entre las novelas de Cain (que habían sido traducidas al noruego) y Moen como entre sus versiones cinematográficas.
Es que La muerte es una caricia, el libro y la película, arrancan de modo muy similar a El cartero llama dos veces (The Postman Always Rings Twice), la novela de 1934 y la versión de Tay Garnett de 1946: un joven conoce a una atractiva mujer, casada con un hombre mayor, y se enamora de ella. Ambos films, además, están narrados por la voz en off del protagonista, e incluso el plano inicial y el final del dirigido por Carlmar se parecen bastante a los de Garnett. Hay también algunas similitudes con Pacto de sangre (Double Indemnity, 1949), extraordinaria adaptación de Billy Wilder de otra novela de Cain. Todas estas películas, a las que puede sumarse El suplicio de una madre (Mildred Pierce, Michael Curtiz, 1945), se habían estrenado con éxito en Oslo poco antes de la aparición de la novela de Moen, y es muy probable que los Carlmar las conocieran. No es que el matrimonio noruego haya copiado a las realizaciones de Hollywood (de hecho, creo que La muerte... es una película superior a El cartero...), pero sí es claro que hubo alguna inspiración que incluso parecen admitir: en los primeros minutos, cuando la novia va a visitar al protagonista, se encuentra con un cartel en la puerta que dice “llame dos veces”.

Hoy, a más de 70 años de su estreno, La muerte es una caricia subvierte las expectativas del espectador contemporáneo, sobre todo de aquellos curtidos en el film noir. En determinado momento (cuando los amantes deciden que quieren estar juntos a cualquier costo) la historia toma un rumbo diferente al que podría esperarse: en El cartero llama dos veces Frank y Cora idean un plan para asesinar al esposo de ella y quedarse con su dinero; en La muerte es una caricia, en cambio, Sonja le pide el divorcio a su esposo, que lo acepta sin reparos, y se casa con Erik. A partir de acá, la película noruega transita por otros caminos: pone en juego las diferencias de clase, de edad, de estilos. Erik no soporta la vida social y desprejuiciada de Sonja, mientras que ella se pone cada vez más celosa de él.
De todos modos, y aunque tiene muchos elementos del melodrama, La muerte es una caricia se puede inscribir dentro del film noir clásico, un género que se define más por el tono y la atmósfera que por cuestiones espaciales, temporales o temáticas. El principal elemento en este sentido es la fatalidad: los personajes parecen condenados de entrada a que las cosas salgan mal. La película va prefigurando el final desde el comienzo, con pequeños indicios esparcidos a lo largo del relato (y en esto, según el texto de Audun Engelstad, se aparta de la novela original). Luego de los títulos, lo primero que vemos es un vehículo policial con la sirena encendida, lo que nos advierte que algo no anda bien. Más adelante, ya dentro del flashback, uno de los compañeros de Erik dirá, al final de una jornada de trabajo: “Un día más cerca de la muerte”. Esa especie de profecía será reafirmada más tarde por Erik en el juzgado, cuando se presente a declarar como testigo en el divorcio de Sonja. En el pasillo, antes de la audiencia, alguien le pregunta si está ahí como testigo, a lo que él responde: “Más bien podría decir acusado”. Poco después, cuando sale, Erik se vuelve a cruzar con el mismo hombre, que le pregunta cómo le fue. “Supongo que será una condena de por vida”, responde, una ironía que presagia el dramático final.
La muerte es una caricia no es una película feminista (es muy tentador buscar esas asociaciones cuando la directora es una mujer, aunque las cosas no siempre son tan lineales). Pero sí ofrece una mirada interesante sobre lo que hoy llamamos violencia de género. Se podría decir incluso que es una crítica a un sistema machista que se escuda en la idea del fatalismo. El único punto de vista que tenemos durante todo el relato es el de Erik, que le narra la historia a su abogado cuando ya está detenido. Es, siguiendo la clasificación de Maureen Turim en su libro Flashbacks in Film - Memory and History (1989), uno de los dos tipos de flashbacks presentes en el film noir: el confesional. Con esta clase de narración, el protagonista hace una confesión exclusivamente desde su punto de vista (su versión de los hechos, que puede no ser lo que realmente ocurrió), lo que le permite liberarse de parte de la culpa al transferírsela a la mujer fatal, a la que responsabiliza de su locura. Erik asegura que nunca habría sido capaz de asesinar a Sonja si no la hubiera conocido. A su modo se declara inocente, y el sistema judicial parece estar de acuerdo, al menos parcialmente: le imparte por el crimen una condena de apenas 5 años. El título de la película, entonces, podría verse casi como una denuncia: asesinar a una mujer es tan común como tener un gesto de cariño, una caricia.
Lo que definitivamente diferencia a La muerte es una caricia de los film noir de Hollywood de la época es la sensualidad. Sin tener que lidiar con el Código Hays o con las presiones de una Legión Católica por la Decencia (Catholic Legion of Decency), los Carlmar pudieron mostrar mucho más de lo que hubiera sido posible en Estados Unidos. No deja de ser una película de los años 40, que sugiere más de lo que exhibe, como en esas geniales e imaginativas secuencias sumario de montaje. Pero hay otros momentos muy jugados para la época, como primer encuentro sexual entre Erik y Sonja, cuando él le baja el vestido hasta dejarla desnuda y luego se acuesta sobre ella en la cama. Poco después, cuando Erik despierta tras esa primera noche juntos y se viste al pie de la cama se le llega a ver, incluso, el pene al protagonista. Un ¿descuido? que la censura no hubiese admitido jamás en la industria estadounidense.
Si tenés ganas de algo más…
- Noruega tiene un sistema muy curioso, único en el mundo, relacionado con la distribución y exhibición de cine, que con algunos cambios continúa hasta hoy. En 1913 el parlamento nacional aprobó una ley que le dio control a los gobiernos municipales sobre los cines de su localidad, lo que en poco tiempo significó que el 90 por ciento de las salas del país quedaran en manos de los gobiernos locales. La ley se había aprobado para tratar de controlar las “imágenes indecentes” que ofrecía el nuevo medio, y le otorgaba poder de censura a cada gobierno municipal. El estreno de La muerte es una caricia, con toda su sensualidad y la relación extramatrimonial de su protagonista, generó bastante escándalo: algunas ciudades, como Kristiansand, se negaron a exhibir la película. Y en la previa de una proyección en una sala de Oslo, un hombre armado llegó a amenazar a Edith Carlmar en el hall del cine antes de que lo detuvieran.
- Hay muy poca información sobre Edith Carlmar, incluso en inglés. Pero aquí van un par de extravagantes links, sólo aptos para los más curiosos. La periodista Agnes Moxnes la entrevistó a principios de los 90 para el documental de televisión Edith Carlmar - Bedre enn sitt rykte (1994); aquí se puede ver un fragmento, aunque no tiene subtítulos. Y en 2021 se publicó el que, hasta donde sé, es el único libro dedicado a la directora: El problema Edith Carlmar - Cultura y vida en la década del 50 (Problemet Edith Carlmar - Kultur og liv på 1950-tallet, 2020), que recoge una charla que la académica noruega Toril Moi ofreció en 2018 en la Biblioteca Nacional de Noruega donde analizó la obra de Carlmar en su contexto y se preguntó por qué sus películas han sido olvidadas, entre otros asuntos.
Archivo de publicaciones
Acá podés acceder al archivo de las publicaciones de Cinematófilos. Tené en cuenta que muchos de los links de acceso a las películas no continúan activos.