PUBLICADO ORIGINALMENTE EL 28 DE AGOSTO DE 2021
Esta semana en Cinematófilos, un thriller muy sólido, entretenido y con ideas que trascienden el género y la época. Más abajo vas a encontrar el link para acceder a la película. Te recomiendo que la descargues en tu PC para poder verla cuando quieras; si no sabés cómo hacerlo (es muy sencillo) podés revisar acá un tutorial al respecto.
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Para leer antes de ver la película
El thriller es un género muy amplio y con fronteras borrosas, difíciles de demarcar. Como el terror, se define por el efecto que pretende generar en el espectador: viene del inglés to thrill, estremecer, espeluznar. En general, esto se intenta ubicando a un personaje protagónico en una situación de riesgo, en la que en cualquier momento podría morir. Mejor si ese personaje es alguien sin entrenamiento militar o de combate, ajeno a las fuerzas de seguridad, porque una mayor sensación de vulnerabilidad acrecienta el suspenso.
Hay thrillers de todo tipo: jurídicos, de espías, de acción, políticos, históricos, románticos, médicos, religiosos... y la lista podría seguir eternamente. Sus orígenes, literarios y cinematográficos, son bien lejanos, pero en las últimas cuatro décadas el término parece haber quedado más acotado, en especial en el cine estadounidense. Se lo suele encontrar sobre todo relacionado con el policial y el suspenso, variantes cuyas influencias pueden rastrearse en el cine negro de los 40 y 50, el cine erótico europeo de los 60 y 70, y el giallo italiano de los 70 y primeros 80. Y, por supuesto, en el cine de Alfred Hitchcock, maestro del thriller en casi todas sus formas.
En Hollywood el género explotó hacia mediados de la década del 80, en particular en tres variantes, que con frecuencia se entremezclan o superponen:
El thriller psicológico: alguno de los personajes (la posible víctima o, con mayor frecuencia, el victimario) sufre algún desorden de la conducta, y ese trastorno, que probablemente se vaya develando de a poco, quizás explique sobre el final sus motivaciones.
El thriller erótico: una atracción romántica o erótica que implica, necesariamente, correr un riesgo. En otras palabras, la tensión placer/peligro.
El thriller de invasión a la privacidad: un extraño penetra en el hogar, viola la intimidad del espacio doméstico, y empieza a pudrir las cosas desde adentro. En algunas ocasiones, a este esquema se le agrega una variante que podríamos denominar “thriller inmobiliario”: las víctimas acaban de comprar su casa, o de alquilar a un extraño una parte de ella.
Hay algunos antecedentes, como Vestida para matar (Dressed to Kill, 1980) o Doble de cuerpo (Body Double, 1984), ambas de Brian De Palma, pero se podría decir que el ciclo comenzó con el tremendo suceso en todo el mundo de Atracción fatal (Fatal Attraction, Adrian Lyne, 1987). Luego llegó la también exitosa Prohibida obsesión (Sea of Love, Harold Becker, 1989), y más tarde se sumó Bajos instintos (Basic Instinct, Paul Verhoeven, 1992), otro hit de taquilla. Las tres conjugaban lo psicológico con distintos grados de erotismo. El inquilino (Pacific Heights, John Schlesinger, 1990) mezclaba lo psicológico con lo inmobiliario, algo similar a La mano que mece la cuna (The Hand That Rocks the Cradle, 1992), de Curtis Hanson. Malas influencias (Bad Influence, 1990), también de Hanson, sumaba algo de tensión sexual al conflicto psicológico y hacía hincapié en el elemento yuppie (jóvenes y exitosos profesionales urbanos), muy presente en el cine estadounidense de la época. Mujer soltera busca (Single White Female, Barbet Schroeder, 1992) combinaba las tres variantes mencionadas. Acaso la cuestión haya alcanzado su punto más delirante con Daños corporales (Malice, Becker, 1993), un compendio de todos los tópicos de los thrillers de la época que se animaba incluso (guarda si no la viste, se viene un spoiler) a plantear como mera distracción toda una subtrama sobre un asesino serial de adolescentes que luego se disolvía sin más a la hora de película.
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El crecimiento del mercado del video hogareño y la fuerte penetración de la televisión por cable en Estados Unidos ayudaron a que florezcan este tipo de productos, sobre todo en su variante erótica, orientados a un público adulto. Miradas prohibidas (Night Eyes, Jag Mundhra, 1990), lanzada directamente en VHS, costó alrededor de un millón de dólares y recaudó 30 veces más, lo que alentó a muchos productores independientes a incursionar en el asunto. Se hicieron muchos thrillers de este tipo, probablemente demasiados, entre mediados de los 80 y buena parte de la década siguiente.
Pero el suceso del género comenzó a evaporarse hacia fines de los 90, por una variedad de razones entre las que me animo a proponer algunas. Por un lado, ciertos avances tecnológicos empezaron a poner en jaque al suspenso clásico; por ejemplo, una frenética carrera para alertar que el asesino está rondando la casa podía reemplazarse por una mucho menos excitante llamada desde el teléfono celular. Por otro, el acceso irrestricto a internet permitió encontrar desnudos femeninos -un argumento de venta de buena parte de estas producciones- sin necesidad de alquilar una película. En tercer lugar se produjo en esos años un resurgimiento de géneros y temas vinculados al avance de los efectos digitales y dirigidos a públicos más amplios, que rápidamente coparon la taquilla: el cine de acción-catástrofe, las películas infantiles, las sagas de ciencia ficción y fantasía. Y además los thrillers de la época dependían en buena medida del desarrollo de los personajes, lo que solía otorgarles un ritmo que para los términos del mainstream actual puede parecer algo lento. De todos modos, cada tanto aparece algún thriller a la antigua que vale la pena: si no la viste, te recomiendo mucho El regalo (The Gift, Joel Edgerton, 2015).
La mención de los títulos originales, en inglés, se torna imperativa cuando se habla de aquellos años porque detrás de los grandes éxitos de Hollywood apareció una avalancha de imitaciones y subproductos que pretendían aprovechar el filón con temáticas similares, afiches casi calcados o títulos que deliberadamente buscaban generar confusión. Muchas veces el parecido nacía del ingenio de las editoras de video locales, que echaban mano a cualquier recurso con tal de llamar la atención del espectador indeciso frente a los democráticos exhibidores del videoclub. Todas las cajitas de los VHS ocupaban el mismo espacio, y si Juegos de adultos (Consenting Adults, Alan J. Pakula, 1992) estaba alquilada, Juegos secretos (Secret Games, Gregory Dark, 1992) podía parecer una buena opción; o se podía reemplazar a Atracción fatal con Amor fatal (Something to Live for: The Alison Gertz Story, Tom McLoughlin, 1992) para descubrir luego en casa que las películas no tenían absolutamente nada que ver. Fue la época en que algunas palabras comenzaron a repetirse en los títulos hasta el hartazgo: fatal, mortal, obsesión, pasión, ambición, seducción, traición, deseo, intimidad, límite, sospecha, prohibida, perversa, éxtasis, secreta…
La película de esta semana pertenece a este contexto, y también se podría decir que fue una víctima de él: Unlawful Entry (1992), de Jonathan Kaplan, estrenada en Argentina como Obsesión fatal. No es un film desconocido (de hecho, su estreno fue bastante exitoso), pero sí un poco olvidado y, sobre todo, bastante subvalorado. Cayó en la misma bolsa donde se amontonaron muchos thrillers convencionales de esos años, pero -como trataré de argumentar a continuación- es mucho más interesante y plantea algunas cuestiones que trascienden largamente su época.
OBSESIÓN FATAL
Título original: Unlawful Entry
Director: Jonathan Kaplan
Protagonistas: Kurt Russell, Ray Liotta y Madeleine Stowe
País: Estados Unidos
Idioma: inglés
Año: 1992
Duración: 111 minutos
Para leer después de ver la película
El 2 de marzo de 1991 la Policía de Los Ángeles detuvo a Rodney King, un negro de 25 años que manejaba borracho y a gran velocidad, y le dio una paliza. Un vecino grabó todo con su cámara de video y envió la cinta a un canal de televisión local. Un año más tarde, cuando un jurado compuesto exclusivamente por blancos decidió absolver a los cuatro agentes acusados de la brutalidad policial, una serie de protestas callejeras sacudieron a la ciudad durante una semana: hubo 63 muertos, más de 2 mil heridos y unos 12 mil detenidos.
Obsesión fatal se estrenó en Estados Unidos en junio de 1992, menos de dos meses después de los incidentes. Y aunque la película había sido concebida y escrita antes del caso Rodney King, los medios de inmediato la relacionaron. Obvio: en una escena muy relevante para la historia, el oficial Pete Davis que interpreta Ray Liotta le da una paliza a un negro. Son apenas diez segundos, en los no se muestra tanto la brutalidad policial como la reacción de Michael Carr (el personaje de Kurt Russell), pero alcanzaron para que esa realidad y esta ficción quedaran para siempre entrelazadas. Más adelante, cuando Michael va a la comisaría a denunciar a Davis por haber irrumpido en su casa (cuando estaba haciendo el amor con su esposa, nada menos), el jefe policial que lo atiende ningunea la queja, en otra referencia al caso King: “Ni siquiera tenés un video casero. Hoy en día todo el mundo tiene una cámara de video en su casa”.
Pero Obsesión fatal no sólo comenta la coyuntura, sino que además plantea otras cuestiones que, creo, la hacen trascender su época. Hay, por ejemplo, una crítica a un sistema judicial racista y exprés, con la magnífica escena en la que Michael Carr -un blanco rodeado de negros- desfila frente a un juez que define en apenas segundos sobre la libertad de las personas. También hay una crítica a la institución policial, que siempre llega tarde (como queda claro en los planos inicial y final de la película) o golpea cuando no debe, y que además no sabe cómo o directamente no quiere lidiar con sus propios excesos. En este sentido me encanta el uso sencillo pero muy efectivo que hace Kaplan del encabalgamiento sonoro, recurso por el cual el sonido de la escena que está por venir se acopla o encabalga sobre la escena que está por terminar. Notablemente, en el momento en que impone el audio de la amable charla que el policía ofrece a los chicos en el colegio sobre las violentas imágenes de la rubia a la que acaba de maltratar y golpear.
Además, los personajes acosados por el policía no se presentan como seres impolutos sino como parte inconsciente del sistema del que son víctimas. Michael Carr es un desarrollador inmobiliario que junto con su esposa Karen (Madeleine Stowe) compró una casa que apenas puede pagar, y que ante el asedio del policía sólo atina, por consejo de su abogado, a ofrecerle un soborno. Algo similar se puede decir de la amiga y colega de Karen, que tiene juguetonas fantasías eróticas (“¿Crees que pueda lograr que use esas esposas conmigo?”) con el hombre que luego será su asesino.
Hay también otro planteo, más arriesgado. El plano inicial de Obsesión fatal es una extraordinaria toma aérea desde un helicóptero que comienza con unos policías de pie frente a un cadáver, sigue a un patrullero hacia los grises suburbios industriales y luego mira hacia las torres del centro de Los Ángeles, un poco difusas detrás del esmog; un fundido nos traslada a una zona residencial más agradable, llena de verde, donde la cámara se va acercando de a poco a una pileta donde nada Karen. En esos primeros minutos queda clara una de las intenciones de Kaplan, que repetirá en varios tramos del film: traer a la ciudad al frente, atar la historia a su locación. El director ya había explorado la relación entre la codicia inmobiliaria y la violencia en En el abismo (Over the Edge, 1979), un gran drama juvenil. Aquí vuelve sobre algunas de esas ideas.
“La genialidad de la película reside en su análisis de la represión policial, que se entrelaza con la propia geografía urbana de Los Ángeles, en su exploración y crítica de Los Ángeles como una ciudad construida para precipitar y facilitar la vigilancia en beneficio del nexo entre el Estado y las empresas [...] Obsérvese, por ejemplo, los helicópteros de la policía, los ‘pájaros del gueto’, ominosamente omnipresentes en las secuencias inicial y final de la película”, planteó el académico australiano Ari Mattes en un capítulo del libro Filming the City - Urban Documents, Design Practices and Social Criticism through the Lens (2016). Mattes se animó a ir más allá en su análisis, una mirada con la que no sé si estoy del todo de acuerdo pero es interesante pensarla: “La cámara que todo lo ve de Kaplan se homologa con el movimiento arrollador y represivo de los drones de vigilancia (y asalto) que se harían mundialmente conocidos menos de una década después de la realización de la película”.
Todas estas cuestiones están inteligentemente empaquetadas dentro de las convenciones del género. Hasta la escena de sexo (obligatoria en el cine de la época) está bien colocada al servicio de la historia, y el típico “doble final” (cuando el asesino parece liquidado pero se levanta sorpresivamente y vuelve a atacar) se resuelve eficazmente, sin espectacularidades innecesarias. Porque Obsesión fatal además funciona muy bien como lo que es: un thriller psicológico con condimentos inmobiliarios y eróticos.
Si tenés ganas de algo más…
- Acá podés ver un tráiler de Obsesión fatal, que subtitulé al castellano.
- En el canal de YouTube del newsletter podés ver una breve entrevista televisiva (con subtítulos) a Jonathan Kaplan de 1992 en la que habla de la relación de Obsesión fatal con la actualidad, cuenta cómo fue trabajar con Ray Liotta y Kurt Russell y describe sus comienzos en el cine.
- Kaplan dirigió varias películas interesantes. La más conocida es Acusados (The Accused, 1988), por la que Jodie Foster ganó su primer Oscar. Si no la viste te la recomiendo mucho, porque trata un asunto complejo (una violación y sus consecuencias) con sensibilidad, inteligencia y una mirada audaz para la época que se sostiene muy bien hoy, más de 30 años después.
- Algunos afirman -por ejemplo, Ronald Schwartz en su libro Noir, Now and Then - Film Noir Originals and Remakes (1944–1999) (2001)- que Obsesión fatal es una remake de El cómplice de las sombras (The Prowler, 1951), impredecible film noir de Joseph Losey. Pero aunque el disparador de la historia tiene muchas similitudes, luego las películas transitan caminos muy diferentes. Dato de color: Van Heflin, el protagonista del film de Losey, es tío de Jonathan Kaplan.
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