PUBLICADO ORIGINALMENTE EL 14 DE AGOSTO DE 2021
Esta semana en Cinematófilos, una hermosa película, fantástica fábula futbolera que marcó a muchos chicos argentinos. Más abajo vas a encontrar el link para acceder a la película. Te recomiendo que la descargues en tu PC para poder verla cuando quieras; si no sabés cómo hacerlo (es muy sencillo) podés revisar acá un tutorial al respecto.
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Para leer antes de ver la película
La relación entre el fútbol y el cine es bastante menos prolífica de lo que podría haber sido, sobre todo si tenemos en cuenta que se trata de dos de las formas de entretenimiento más populares del siglo XX. Se puede decir incluso que el fútbol, a pesar de ser el deporte más practicado y visto en el mundo, no es ni siquiera el rey de los deportes cinematográficos, mérito que probablemente le corresponda al boxeo. Las razones detrás de esta no tan fructífera asociación son varias y muchas veces tienen que ver con las dificultades en la representación ficcional de algo en buena medida impredecible como lo es este juego. Pero hay películas que supieron cómo encarar, gambetear o incluso definir este problema, como la hermosa fábula que veremos esta semana.
Los estadounidenses no son fans del soccer, y esto explica en parte por qué no hay tantas películas sobre fútbol. Hollywood fue, especialmente desde la irrupción del cine sonoro, la industria cinematográfica más poderosa e influyente del mundo. Y en buena medida delineó las bases narrativas e incluso emocionales de cierto tipo de films deportivos en torno, sobre todo, al boxeo, el beisbol, el fútbol americano y, más tarde, el básquet. Pero incluso en naciones futboleras y con una fuerte tradición cinematográfica (notablemente Inglaterra) las ficciones que tienen al fútbol como un elemento importante del argumento no son demasiadas.
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En términos generales, deporte y cine pueden verse como actividades contrapuestas. Si la primera es una sucesión de situaciones improvisadas apenas contenidas por una serie de reglas, la segunda suele estar fuertemente atada a un guión preconcebido. Esta tensión entre imprevisibilidad y organización es aún más notable en el caso del fútbol. Otros deportes ya desde sus reglas fijan situaciones que pueden ser predecibles: en el básquet un equipo tiene hasta 24 segundos para atacar, y si no resuelve la ofensiva en ese tiempo pierde la posesión; en el tenis la única opción posible es golpear la pelota y hacerla picar del otro lado de la red; en el fútbol americano hay tres chances para avanzar diez yardas, y si no se logra ese objetivo se le entrega la pelota al rival.
En una cancha de once, en cambio, puede pasar casi cualquier cosa: que un equipo que va perdiendo se defienda y haga tiempo; que un jugador le pase la pelota a su arquero desde la lejanía del campo rival; que no haya un remate al arco durante mucho tiempo, incluso durante todo un partido. A todo esto se suma también el hecho de que el fútbol no siempre se lleva bien con los condimentos clásicos del suspenso. Jugadas de escasa relevancia para el desarrollo de un partido, como un córner a favor o una barrida fuerte en mitad de cancha, pueden ser celebradas desde la tribuna casi tanto como un gol. Además el juego no tiene una cuenta regresiva como en el fútbol americano o el básquet, que admita la posibilidad de una milagrosa anotación ganadora en el último segundo, aunque haya algunas películas que apelaron al recurso, como Momento de gloria (Hotshot, Rick King, 1986) o Metegol (Juan José Campanella, 2013).
Para tratar de capturar algo de esa dinámica imprevisible (estoy tentado de escribir “dinámica de lo impensado”, pero la célebre frase de Dante Panzeri tenía un sentido distinto) el cine suele apelar a dos estrategias. Una es el uso de las imágenes documentales: filmar un partido real y luego insertarlo en la ficción, como hizo Néstor Paternostro con el River-Boca de diciembre de 1969 en el final de la divertidísima Paula contra la mitad más uno (1971). Llenar un estadio con extras es -o al menos lo era hasta la irrupción de los efectos digitales- costoso y complejo, algo que puede resolverse con imágenes propias o de archivo de un encuentro por los puntos. La otra estrategia es reclutar futbolistas profesionales, porque un actor puede interpretar cualquier cosa menos lo que su cuerpo no le permite. En ese sentido las películas sobre fútbol siempre se vieron en la disyuntiva entre jugadores que no saben actuar -Miguel Ángel Lauri, figura del Estudiantes de La Plata de la época, en Los tres berretines (1933)- y actores que no saben jugar -Sylvester Stallone en Escape a la victoria (Victory, John Huston, 1981)-.

En un célebre ensayo, “El montaje prohibido” (1953), André Bazin plantó la siguiente máxima: “Cuando lo esencial de un suceso depende de la presencia simultánea de dos o más factores de la acción, el montaje está prohibido”. La pelota y los cuerpos no pueden ser separados en planos distintos y juntarse luego, tramposamente, en la sala de edición; la falta de habilidad de un jugador (o de un actor que hace que juega) no puede ocultarse en el montaje. El fútbol, real o simulado, debería verse siempre en plano secuencia, para que la destreza aparezca completa, sin truco aparente. Cuando las películas sobre fútbol fraccionan la acción en varios planos (un pie que acaricia la pelota, corte al arquero que vuela, corte a la pelota que infla la red) el ojo se siente estafado. Por eso Leopoldo Torres Ríos muestra en un solo plano, lejano y bien abierto, cómo Armando Bó clava en el ángulo el tiro libre que le da la victoria a Argentina contra Brasil en el final de la hermosa Pelota de trapo (1948). Y por esto mismo son tan poco creíbles los goles que Sean Bean le marca al Manchester United en When Saturday Comes (Maria Giese, 1996), por mencionar un ejemplo entre tantos.
El fútbol además se mira siempre desde afuera, ya sea desde una lejana tercera bandeja o desde la privilegiada ubicación de un palco de lujo del estadio. Lo mismo con los espectadores televisivos. Las transmisiones deportivas han evolucionado mucho desde los inicios, cada vez con más tecnología y despliegue, pero lo esencial no cambia: la cámara nunca entra al campo de juego; a lo sumo, en los últimos tiempos, lo sobrevuela desde algún moderno dispositivo. Cuando la pelota empieza a rodar sólo los futbolistas pisan el césped. Otro problema para ficcionalizar el juego: la cámara es una intrusa, y si se mete hace ruido, molesta, enrarece el clima, como en los torpes partidos de ¡Gol! (Goal!, Danny Cannon, 2005) o de Verano del ‘92 (Sommeren '92, Kasper Barfoed, 2015).

Por supuesto, hay otro tipo de películas de fútbol. Aquellas, por ejemplo, en las que lo importante pasa por el deseo de ir a ver un partido pero el juego queda mayormente fuera de campo, como El viajero (Mossafer, 1974), de Abbas Kiarostami, u Offside (2006), de Jafar Panahi. O las que tienen al fútbol como una excusa porque podrían transcurrir en casi cualquier otro ámbito sin que nada cambie demasiado, como The Arsenal Stadium Mystery (Thorold Dickinson, 1939), que bien podría llamarse “The Opera House Mystery” y daría lo mismo. También están las películas que tienen otros objetivos, que van mucho más allá de lo que pase en la cancha, y entonces no procuran una representación realista del juego, como las notables El crack (1960), de José Martínez Suárez, o Match en el infierno (Két félidö a pokolban, 1961), de Zoltán Fábri.
La película de esta semana lidia con inteligencia y con humor con todos estos problemas de representación, y apeló con ingenio a algunos recursos que hoy serían imposibles de conseguir. Es además es una fábula hermosa, sencilla, emotiva, que maravilló a muchos chicos en los años 70.
PUCHITO CAMPEÓN
Título original: Fimpen
Director: Bo Widerberg
Protagonistas: Johan Bergman, Magnus Härenstam, Monica Zetterlund, Ernst-Hugo Järegård, Carl Billquist
País: Suecia
Idioma: sueco
Año: 1974
Duración: 89 minutos
Para leer después de ver la película
En abril de 2011 la revista El Gráfico entrevistó a Sergio Batista, entonces entrenador de la Selección Nacional de fútbol. En un momento de la charla, cuando venían hablando de distintos estilos de juego, el “Checho” respondió lo siguiente: “Una cosa es jugar apurado y otra jugar rápido. Jugar apurado es querer hacerte el ‘Puchito campeón’ y agarrar la pelota en tu área para llegar a la otra en dos segundos”. El hecho de que el DT pronunciara esa frase, “Puchito campeón”, así, sin más explicaciones, y de que la revista no creyera necesario aclarar a qué se refería da una idea del impacto que tuvo la película de esta semana en el público argentino que pudo verla en cines. Se trata de Fimpen (1974), film sueco dirigido por Bo Widerberg, que los distribuidores locales decidieron estrenar como Puchito campeón (parece que fimpen en sueco quiere decir colilla de cigarrillo, de ahí el “Puchito” del título argentino). En una rápida googleada podrás advertir que hay varios deportistas de distintas actividades a los que apodaron “Puchi” o “Puchito” por esta película, que marcó a muchos chicos en los años 70 y sin embargo permanece casi desconocida entre los más jóvenes.
Bo Widerberg amaba el fútbol. Hincha del Malmö, el club más ganador de Suecia, le encantaba jugar, y cada vez que podía armaba un picado. Durante un torneo amateur del que participó con un equipo de técnicos de la industria cinematográfica descubrió una tarde a Johan Bergman, de 6 años, que hacía jueguito antes de que empiece el partido. El pibe tenía talento y ahí se le ocurrió a Widerberg la idea de la película. Alguna vez contó que desarrolló casi todo el argumento esa misma tarde, en menos de 90 minutos, mientras jugaba. Nunca llegó a escribir un guión formal, sino una serie de escenas y situaciones que luego fue improvisando.
Puchito campeón es la ilustración del sueño del pibe en el sentido más puro: sin la mediación de lo adulto. Lo que quiero decir con esto es que cuando un nene o una nena de 6 años fantasea con jugar en la selección de su país no lo hace pensando en el futuro, sino en el presente. Su ilusión es correr y patear junto a los profesionales ahora, no cuando sea grande. La diferencia entre Puchito campeón y películas como Quisiera ser grande (Big, Penny Marshall, 1988) es que en la primera el cuerpo no cambia, lo que le agrega a la historia un nivel más de fantasía. El chico no sólo muestra habilidades imposibles para su edad, sino que además el mundo adulto lo acepta como es, sin asombros ni cuestionamientos.
Aquí reside una de las cuestiones centrales de la película: lo fantástico está tratado con naturalismo. Johan es un pibe de 6 años que bien podría habitar cualquier barrio porteño. Como muchos chicos argentinos de esa época, se la pasa jugando a la pelota en el potrero -o su equivalente sueco de los 70, en esos monoblocks proletarios del barrio de Gröndal, en Estocolmo- hasta que su madre le pega el grito para que vaya a comer. En este sentido la película tiene una dimensión casi documental, porque además Johan hace de sí mismo, al igual que su madre, su padre -que apenas aparece- y su hermana.
La película no pretende ser una denuncia sobre la codicia y la explotación en el fútbol, aunque algo de eso hay (el director de la escuela, por ejemplo, que pretende aprovechar la popularidad de Johan para publicitar el establecimiento; o la marca de jugos que utiliza la imagen del chico). Es, en cambio, la parábola de alguien que quiere jugar, que aún está descubriendo el mundo y maravillándose con sus bellezas, como los gatitos recién nacidos. Hasta que en un momento, cuando las expectativas adultas colisionan con sus propios deseos, decide que ya fue suficiente.
Para rodar Puchito campeón Widerberg contó con la colaboración del plantel del Hammarby IF, el club donde Johan empieza a jugar con los mayores, y también de la selección nacional sueca, que en ese momento estaba jugando la clasificación para el Mundial de Alemania de 1974. Así aparecen haciendo de sí mismos el entrenador nacional, Georg “Åby” Ericson, y varios jugadores profesionales, entre ellos las figuras del seleccionado: Ralf Edström y Björn Nordqvist, que en esos años jugaban en el PSV Eindhoven de los Países Bajos, y Roland Sandberg, del Kaiserslautern alemán.
Widerberg pudo acceder a los entrenamientos, los vestuarios, e incluso consiguió filmar escenas durante partidos oficiales de la selección sueca. Algo hoy imposible: logró que se retrasara unos minutos el inicio del partido de junio de 1972 entre Austria y Suecia por las eliminatorias, en un colmado estadio de Viena, para poder filmar el saque inicial con Johan dentro de la cancha. En agosto de 1973 llevó al chico a Moscú para un amistoso entre Suecia y la Unión Soviética en el Estadio Olímpico Luzhnikí, y también pudo hacer algunas tomas ante más de 30 mil personas.

En general, Widerberg resolvió las escenas de fútbol con inteligencia. Ubicó la cámara detrás de uno de los arcos, en un lugar alto, lo que le permitió filmar el campo de juego sin que aparezcan las tribunas y mezclar esas tomas luego con imágenes de los partidos reales. El gol del empate en el partido contra Austria es un prodigio en este sentido. Johan amaga con el desborde y hace pasar de largo al defensor, toca al medio, va a buscar la devolución y mete el centro que define Edström frente al arco. Todo filmado con continuidad, sin montaje, en un plano abierto que muestra todo el frente de ataque. Poco después, un gol que el pibe marca con la camiseta del Hammarby -gambetea al defensor y la pica ante la salida del arquero- parece una toma documental sacada de Héroes (Hero: The Official Film of the 1986 FIFA World Cup, Tony Maylam, 1986). Y cuando la cámara se mete en el campo de juego durante los partidos lo hace de forma deliberadamente extraña, persiguiendo de atrás a Johan, casi a ras del piso, exacerbando su condición de alienígena.
Pero la película no es sólo una acumulación de escenas de fútbol ingeniosamente armadas. Es hermoso verlo a Johan andar por ahí, con la pelota bajo el brazo, al ritmo de la la Sinfonía Nro. 1 de Sergéi Prokófiev. Como el momento en el que intenta ingresar al estadio donde hará su debut con Suecia, que bien podría ser un gag de alguna comedia muda. O cuando el entrenador de la selección lo llama por teléfono para convocarlo y él responde, con encantadora ingenuidad, que no tiene camiseta. Puchito campeón fue pensada, realizada y estrenada como una película infantil, y dejó un recuerdo imborrable en muchos chicos de entonces. Pero sospecho que cualquier pibe de hoy se aburriría viéndola. Acaso en estos tiempos, con su vida cotidiana saturada de pantallas y la posibilidad de escoger su propia aventura desde el mando de una PlayStation, ya no haya lugar para este tipo de fantasías.
Si tenés ganas de algo más…
- Hay un lindo documental sobre Puchito campeón, que cuenta cómo se gestó y realizó la película e incluye muchos testimonios, entre ellos el de Johan Bergman ya adulto. Se titula A Short Movie About the Butt (En liten film om Fimpen, Stefan Nylén, 2015) y se consigue por ahí, aunque sólo hay subtítulos en inglés.
- Bo Widerberg (1930-1997) fue un nombre importante del cine sueco en los 60 y 70. Primero como crítico, sobre todo con su libro Visionen i svensk film (1962), y luego como director -con obras notables como El barrio del cuervo (Kvarteret Korpen, 1963) o Elvira Madigan (1967)- intentó oponerse a la figura dominante de Ingmar Bergman, a quien acusaba de hacer películas sobre gente que no necesita trabajar. A partir de mediados de los 70 su cine fue perdiendo prestigio y presencia en festivales, aunque dirigió dos grandes policiales: El hombre en el tejado (Mannen på taket, 1976) y El hombre de Mallorca (Mannen från Mallorca, 1984), que se consiguen fácil por ahí y recomiendo mucho.
- El cine argentino tiene una larga tradición de películas de ficción sobre fútbol, que probablemente comenzó en los años 30 y continúa hoy. Con los aportes de mucha gente en las redes sociales, armé una lista de Letterborxd (no necesitan una cuenta en esa red social para poder verla) donde figuran 50 films que tienen al juego como una parte relevante de su trama. Hay tres que me parecen insoslayables y pueden verse en YouTube: Pelota de trapo, que es la más hermosa; El hincha (Manuel Romero, 1951), la mejor; y El crack, la más reflexiva sobre el estado del deporte.
- A pesar de la rica historia futbolera y cinematográfica de Argentina, no hay mucha literatura al respecto. En el Archivo Histórico de Revistas Argentinas (Ahira) podés encontrar números de El Amante (febrero de 1994) y Film (junio de 1998) dedicados al tema. Y hay dos libros: Cine y fútbol (2016), un esfuerzo colectivo editado en Rosario por Ciudad Gótica; y El deporte en el cine - Grandes partidos, jugadores y atletas de la pantalla (Paidós, 2018), de Matías Bauso, que no se dedica sólo al fútbol.
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