PUBLICADO ORIGINALMENTE EL 17 DE JULIO DE 2021
Esta semana, en la primera entrega de Cinematófilos, un potente y arriesgado drama familiar que llega desde el otro lado del mundo. Más abajo vas a encontrar el link para acceder a la película. Te recomiendo que la descargues en tu PC para poder verla cuando quieras; si no sabés cómo hacerlo (es muy sencillo) podés revisar acá un tutorial al respecto.
Tu aporte es muy importante para este proyecto. Más adelante encontrarás los links para colaborar, tanto desde Argentina como desde el exterior. ¡Muchas gracias!
Para leer antes de ver la película
Thanks to the people of New Zealand fue la frase más escuchada durante la entrega de los Oscar de 2004, cuando la última parte de la saga de El señor de los anillos (The Lord of the Rings: The Return of the King, 2003), de Peter Jackson, se llevó los 11 premios por los que estaba nominada. En sus discursos, todos los ganadores le agradecían al pueblo de Nueva Zelanda, donde se había filmado la película, y para muchos espectadores esa pudo haber sido su primera vinculación con el cine de las islas. Pero la explosión del cine kiwi, como se lo suele denominar en el mundo (por la endémica ave, no por la fruta), se había dado varios años antes, hacia fines de los 70. Y uno de los nombres importantes en esa historia es el de Roger Donaldson, director de la película de esta semana en Cinematófilos.
Apenas cinco largometrajes de ficción se produjeron en Nueva Zelanda entre 1939 y 1972. El cine en estas lejanas y poco pobladas islas, la última gran masa de tierra en ser ocupada por el hombre, nació a fines del siglo XIX, como en casi todo el mundo. Pero al margen de los intentos de algunos entusiastas pioneros la actividad tardó mucho en desarrollarse, y no se podía hablar de una industria propia. Menos aún a partir de los años 30, cuando la llegada del sonido hizo que el cine estadounidense (y, en bastante menor medida, el británico) copara las salas locales. Los neozelandeses iban mucho al cine, pero casi no tenían películas propias.
“Los cineastas [neozelandeses] lucharon contra gobiernos que, en el mejor de los casos, se mostraron desinteresados y, en el peor, hostiles a la idea de una industria cinematográfica local. Los sucesivos gobiernos, predominantemente conservadores, consideraban al cine como una herramienta de comunicación en la que sólo se podía invertir con fines documentales, educativos o propagandísticos”, explica el muy bien documentado libro New Zealand Film and Television - Institution, Industry and Cultural Change (2011). Recién en los años 70 comenzó a cambiar la situación, a partir del entusiasmo de algunos jóvenes y la tenacidad de viejos productores independientes como John O’Shea.
SI NO USÁS MERCADO PAGO, PODÉS HACER UNA TRANSFERENCIA POR EL VALOR QUE ELIJAS AL SIGUIENTE CBU: 0170056540000030252347 (ALIAS: MIEL.PODER.DELFIN)
Roger Donaldson no nació en Nueva Zelanda sino en Australia, en 1945. A los 19 años, cuando fue reclutado por el ejército de su país para participar de la Guerra de Vietnam, decidió largar todo (incluso sus estudios universitarios de geología) y se trasladó a la ciudad de Nelson, en la isla Sur, y luego a Auckland. Apasionado por la fotografía, se las rebuscó haciendo retratos en la playa y más tarde empezó a trabajar para revistas. En 1972 lo contrató una agencia de publicidad, donde pasó a ser camarógrafo y montajista. También hizo algunos documentales y ficciones breves para la televisión.
En 1976 Donaldson y su amigo Ian Mune -actor, guionista y luego director- empezaron a trabajar en la adaptación de la novela Smith’s Dream (1971), un thriller político ambientado en un futuro cercano en el que un ciudadano despolitizado termina involucrado en la lucha armada contra un régimen totalitario y represivo que gobierna las islas. Donaldson produjo la película de modo independiente, con dinero proveniente de todas las fuentes que pudo conseguir. El resultado fue Sleeping Dogs (1977), que en Argentina se conoció varios años más tarde en video como Entre 2 fuegos. Su estreno resultó muy importante en Nueva Zelanda. Por un lado, fue la cuarta película más vista del año en ese país, lo que confirmó que había interés del público por ver producciones locales. Por otro, porque marcó -junto con otros films del mismo año como Solo, de Tony Williams, y Wild Man, de Geoff Murphy- el resurgimiento del cine kiwi. Y además porque fue el primer protagónico de un actor que luego sería conocido en todo el mundo: Sam Neill.
El éxito de Sleeping Dogs, que fue distribuida en más de 30 países, convenció al gobierno sobre la necesidad de apoyar a la producción local. En 1978, luego de años de discusiones internas, nació la New Zealand Film Commission, y la industria fílmica empezó a despegar definitivamente en las islas. En sus cinco primeros años en funciones la comisión financió la producción de una docena de films, algunos de gran relevancia. La comedia Persecución infernal (Goodbye Pork Pie, 1980), de Geoff Murphy, es una de las películas más exitosas de la historia del país, y hoy se la considera un clásico. Unos años después el cine de Vincent Ward -Vigil (1984), Navigator (The Navigator: A Mediaeval Odyssey, 1988)- empezó a circular por los festivales más importantes. Hacia mediados de los 90, con películas como La lección de piano (The Piano, Jane Campion, 1993), El amor y la furia (Once Were Warriors, Lee Tamahori, 1994) y Criaturas celestiales (Heavenly Creatures, Peter Jackson, 1994), el cine de Nueva Zelanda ya se veía en todo el mundo.
Roger Donaldson continuó su carrera en Hollywood, donde hizo sus películas más conocidas, todas por encargo y para todos los paladares. Varias fueron muy exitosas, como Cocktail (1988), Especies (Species, 1995), La furia de la montaña (Dante’s Peak, 1997) o El discípulo (The Recruit, 2003); y algunas pocas fueron muy buenas, como Sin salida (No Way Out, 1987), Trece días (Thirteen Days, 2000) y El gran golpe (The Bank Job, 2008). Pero antes de dejar Nueva Zelanda Donaldson llevó a cabo su proyecto más personal, en el que se involucró en cada detalle, que resultó sin dudas su mejor película y sin embargo permanece bastante olvidada: Smash Palace (1981), un notable drama familiar que acá nunca tuvo estreno comercial y recién se pudo ver en VHS, varios años más tarde, con el título Carrera a la locura.
SMASH PALACE
Título argentino: Carrera a la locura
Director: Roger Donaldson
Protagonistas: Bruno Lawrence, Anna Maria Monticelli y Greer Robson
País: Nueva Zelanda
Idioma: inglés
Año: 1981
Duración: 108 minutos
Para leer después de ver la película
En 1978 Donaldson estaba en Inglaterra para presentar Sleeping Dogs y, de paso, buscar un lugar tranquilo, alejado de todo, donde poder empezar a pensar en su próxima película. Un día, mientras tomaba un café en un bar, vio en un diario una noticia que le llamó la atención: un policía había secuestrado a su propio hijo y se había atrincherado, armado, cuando las fuerzas de seguridad habían ido a buscarlo. La idea lo entusiasmó y de inmediato empezó a escribir el guión de lo que sería Smash Palace.
Pero cuando presentó el proyecto ante la Film Commission no hubo mucho interés. Las autoridades creían que el tema era demasiado delicado y en un principio le negaron apoyo. Entonces Donaldson decidió filmar, con su propio dinero, una secuencia de unos 5 minutos de la que participaron el actor Bruno Lawrence, el coguionista Peter Hansard y uno de sus hijos. Ese material y la insistencia de John O’Shea -veterano productor independiente y miembro de la comisión- convencieron a las autoridades para financiar la película.
Smash Palace se exhibió fuera de competencia en el Festival de Cannes, y se estrenó en Estados Unidos antes que en Nueva Zelanda. Las reseñas americanas fueron, en general, muy elogiosas, en particular los artículos de dos críticos muy conocidos: Pauline Kael en The New Yorker y Roger Ebert en el Chicago Sun-Times. Es que la película de Donaldson es muy sólida. Tiene una progresión dramática notable, amalgama con solvencia elementos de varios géneros (el drama, la acción, algún toque cómico), cuenta con un elenco de primer nivel (sobre todo sus tres protagonistas: Lawrence, Anna Maria Monticelli y la pequeña Greer Robson, en una de las grandes actuaciones infantiles de la historia del cine), y hace un uso extraordinario de los espacios, con ese desarmadero caótico y la meseta volcánica de fondo, casi amenazante, como si estuviera -como el personaje de Lawrence- siempre a punto de hacer erupción.
Pero todos estos elogios no abordan la cuestión central de Smash Palace, una película que lidia con temas sensibles, como la violencia de género, y lo hace de una forma poco convencional. En el momento de su estreno también tuvo algunos detractores. Por ejemplo, el gran crítico mexicano Jorge Ayala Blanco la calificó -en un artículo recopilado en su libro A salto de imágenes (1988)- como “chantaje neomachista”. Y la escritora feminista neozelandesa Sandra Coney la odió, en un texto publicado en la revista Broadsheet en abril de 1982: “La violencia masculina fue sin duda el leitmotiv de Smash Palace. Al [Shaw, el protagonista] se abre paso a golpes y bravuconadas a lo largo de la película, dejando en su camino un rastro de personas maltratadas, dañadas. Y esta violencia es retratada con comprensión, incluso con simpatía, de modo que Al emerge como el antihéroe, un tipo pequeño, belicoso, inarticulado, con una debilidad por su hija que, cuando se siente frustrado, utiliza la violencia como su forma de comunicación (su coche, sus puños, su pija, su arma)”.
Los cuestionamientos, aunque no los comparto, me parecen atinados, sobre todo porque buena parte de la crítica (entre ellos Ebert y, en menor medida, Kael) elogió a la película por los motivos equivocados. La vieron como la historia de un hombre bueno que, empujado por las circunstancias, es capaz de perder el control y cometer las peores atrocidades. “Paso a paso -escribió Ebert-, esta poderosa película lleva a un hombre desde la felicidad perfecta a un infierno personal. Al final de la película, el hombre se comporta de forma irracional, pero aquí está lo más aterrador: como lo hemos seguido en todo momento, tenemos que admitir que se está comportando como podríamos hacerlo nosotros mismos, en las mismas circunstancias”. Así mirada, Smash Palace sería, en definitiva, una justificación de la violencia machista.
Tanto sus críticos como sus defensores compararon al film de Donaldson con otros dos de la misma época que tratan, en términos generales, el mismo asunto: un divorcio complejo, incluso agresivo, en el que los hijos quedan en el medio. Kramer vs. Kramer (Robert Benton, 1979) es una película misógina, con el personaje de Meryl Streep como una torpe marioneta al servicio de los intereses del guión. El caso de Donde hay cenizas... (Shoot the Moon, Alan Parker, 1982) es aún peor, porque la película se compadece (sobre todo en ese espantoso final) del violento personaje de Albert Finney, e incluso su ex esposa (Diane Keaton) y sus hijas, las víctimas de su ira, lo terminan de algún modo apañando.
Lo que hace Smash Palace es distinto. Intenta examinar ciertos rituales masculinos más que denunciar la violencia machista. Al -cuyo punto de vista guía casi toda la narración- puede hablar de sus problemas maritales con su amigo Ray, pero no con su esposa. Cuando Jacqui intenta plantear el asunto él reacciona con brutalidad (la escena de la violación, punto de quiebre de la historia). Cuando no sabe cómo resolver la situación sólo se le ocurre secuestrar a su hija y huir a los montes (taking to the bush, un motivo clásico del cine neozelandés de la época). Y al final, cuando se da cuenta de que llevó las cosas demasiado lejos, de que ya no hay retorno posible, lo único que le importa es su amigo, cómplice de sus rituales varoniles. Ese es el sentido del final: Al está loco, y sólo parece estar interesado en reparar su vínculo con Ray, no con su esposa, ni siquiera con su hija. Lo que busca, a partir del supuesto intento suicida que termina siendo una broma que le juega a su amigo en las vías del tren, es sostener el mandato de masculinidad, como lo define la antropóloga Rita Segato.
El planteo de Smash Palace es arriesgado, por momentos quizás demasiado. Pretende comprender el accionar violento de su protagonista -y, en ese sentido, examinar ciertos machismos-, pero no intenta justificarlo. Por eso la película no termina con la risa de Al sino con un plano de la madre y la hija en el asiento trasero de un auto, mientras suena una canción, titulada “If It Was Love” (“Si fue amor”) y cantada por una mujer, la neozelandesa Sharon O’Neill. Dice la letra:
Ya no te escucho
Pero aún escucho tu voz
Y supongo que me perseguirá para siempre
Querido, no me diste otra opción
Que fingir que nunca nos conocimos
Para olvidar todos esos años
Y borrar de mi memoria
Todos los buenos momentos que compartimos
Si fue amor,
¿por qué me decepcionaste?
Si tenés ganas de algo más…
- En YouTube podés ver el tráiler original de Smash Palace, que subtitulé al castellano.
- El desarmadero que sirvió como la extraordinaria locación principal de la película todavía existe y funciona como tal. Se llama Horopito Motors y está ubicado cerca del pueblo de Raetihi, en el centro de la isla Norte de Nueva Zelanda. Se lo puede ver en las fotos satelitales de Google Maps, y también recorrer sus calles con el Street View.
- El protagonista de Smash Palace, Bruno Lawrence (1941-1995), fue todo un personaje en Nueva Zelanda. Gran baterista iniciado en el jazz a principios de los 60, fue luego el creador de Blerta (“Bruno Lawrence’s Electric Revelation and Travelling Apparition”), una banda de rock psicodélico, por momentos avant-garde, con presentaciones de corte teatral y varias giras por Australia y Nueva Zelanda en los años 70. Sus discos son geniales, un poco en el estilo de Frank Zappa, y se pueden escuchar en Spotify. Lawrence fue además un extraordinario actor, la encarnación del macho pākehā (como llaman los maoríes a los neozelandeses de origen europeo) en el cine de las islas en los 80, pero también capaz de gestos de gran sutileza. Estuvo muy activo en el cine y la televisión de su país y de Australia hasta su temprana muerte. Quizás su película más conocida sea La tierra quieta (The Quiet Earth, 1985), de Geoff Murphy, que se consigue fácil y recomiendo mucho.
- Si te interesa conocer algo más de la historia del cine de Nueva Zelanda podés ver el documental Cinema of Unease: A Personal Journey by Sam Neill (1995). Como el título lo indica, es un recorrido por el cine kiwi desde la ingeniosa mirada -aunque hoy algo desactualizada- de Neill, que dirigió la película como parte de la serie Century of Cinema del British Film Institute. Se puede ver en YouTube, aunque lamentablemente no hay subtítulos en castellano. También podés buscar el divertido Forgotten Silver (1995), de Peter Jackson, sobre un pionero del cine neozelandés. Se consigue fácil, con subtítulos y todo, pero hay que verlo con atención y no dejarse engañar.
Archivo de publicaciones
Acá podés acceder al archivo de las publicaciones de Cinematófilos. Tené en cuenta que muchos de los links de acceso a las películas no continúan activos.
Inmensa película.